Capítulo 32

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Verónica siempre había odiado sus cumpleaños. No la hacían feliz hasta que él le prometió quedarse con ella para siempre.

No estaban muy unidos cuando recién llegó a la mansión. Por lo que era complicado.

Salió corriendo de su habitación. Era la primera vez que iba a la de Alexeil después de la muerte de la abuela. Era ella quien cuidaba de su sueño.

—¿Qué haces despierta a esta hora? —apretaba el conejito en sus manos.

Era una niña dulce, miedosa y sensible. Tanta porquería la había cubierto durante su corta vida. Sin embargo, aún mantenía su pureza.

—A veces tengo pesadillas… muere mamá. Por mi culpa ella no escapó de papá.

—No es real— le acarició los cabellos y sonrió con ternura. Estaban sentados uno al lado del otro. Alexeil le dio palmaditas en la espalda — No te preocupes. Yo también tengo pesadillas.

—¿En verdad?—sus ojos suplicaban.

—Si—Comprendía por completo su situación— Me ayuda pensar en las cosas felices ¿Hay algo que te haga feliz?

—Papi—Ella le acarició la mejilla suave al muchacho ensimismado. Él estaba siempre para la pequeña y pensó que sus pecados se perdonarían si lograba cuidar de una persona, al menos.

No tenía idea de cómo esa chica llorona se le metió en el corazón y porque era como una luz preciosa e inalcanzable. Se juró a sí mismo que no tendría una debilidad, pero la vida era buena dándole patadas en el culo. Descubrió que una pequeña era su mejor amiga y alguien frágil, algo bonito y agradable que proteger.

*

El día de su cumpleaños la pelirroja no se sintió especialmente emocionada. No era algo en especial o un recuerdo, pero lo detestaba. Sentía una gran responsabilidad de estar dispuesta a tener buen humor. Él lo sabía y hacía lo posible por ser sencillo. A diferencia de ella, Alexeil tuvo grandes cumpleaños porque como una extensa tradición, su madre se empeñaba en esos días por preparar buenos recuerdos. Las excusas de celebración mostraban el poder adquisitivo de ellos. La pelirroja tuvo algunos ostentosos cumpleaños y terminaba llorando porque todas las personas la hacían sentir incómoda, le molestaba la multitud y no corría a los brazos de su padre debido a las mujeres, lo trataban de acaparar, creaban círculos alrededor de él y en cuanto se quedaba a su lado era peor, se acercaban a ella para llegar a él.

Era indiferente. Tal vez, era demasiado correcto o no gustaba del sexo femenino. Esos eran los comentarios, pero incluso los hombres no le daban interés. Pensaban todos. Alexeil creía que no amaría a nadie. No  se trataba del amor padre e hija, sino el de pareja, el que tantas veces vio ser profesado. También estaba jodido, no prestó atención. Lo aceptó. A veces, un poco más joven  odió su cara. Lo buscaban enamoradas por la idealización de tenerlo y aunque algunas chicas mostraban deseos de conocerlo, lo odiarían cuando abrieran sus ojos a la verdad, de que era un asesino y no solo eso, toda la carga de cosas horribles acumulandose.

Verónica se convirtió en una bellísima mujer y lo quería, lo conocía y cuando la codició, empezó a partirse un poco más el corazón. En definitiva estaría solo. Se repetía. Sin embargo, ella lo necesitaba igual. Trató de hacer lo correcto, pero no había forma. En ese pecado mortal mientras la tomaba, la penetraba una y otra vez entregándose a ella, al amor, se percató de que era la mujer de su vida. El mundo empezaba en su cuerpo y terminaba en su alma. No la dejaría escapar jamás. Soltarla ya no era opción desde que rompieron sus lazos fraternales. 

—Te amo… —Susurró mientras colocaba un colgante en su tierno cuello. Verónica le sonrió mirándolo por el reflejo del espejo. Era un corazón, una preciosa piedra azul cristalina como los ojos de él —Feliz cumpleaños.

VerónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora