Capítulo 30

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Angieskra salió enojada de la mansión. Su corazón le latía con intensidad, se metió al auto y Verónica fue detrás de ella. Era la madre del hombre que amaba.

—¿A dónde vas?

—A hacer lo que debí hace mucho tiempo.

La pelirroja logró ver cómo sacó un arma de la guantera —Cuida de Alexeil.

No articuló ni una palabra. Cuando se fue en el auto la castaña. Dejó tirada a la chica que estaba preocupada.

Puso a andar uno de los coches que estaba aparcado y fue tras ella.

El auto estaba avanzando a gran velocidad, casi no podía seguirle el paso a la castaña que aceleró cada vez más. La boca de Verónica se abrió cuando un camión colisionó contra el auto de Angieskra por el costado derecho. Se llevó sus manos al rostro para evitar soltar un grito agudo.

Los vidrios laceraban sus mejillas, la puerta de la camioneta se estrujaba y zarandeo a la castaña que con las manos flotando y el cabello volando sin dirección alguna, amontonándose en su cara que apretaba cada músculo y fibra de su ser. Casi como en una cámara lenta, las luces del camión enceguecedor continuaban encendidas cuando una pelirroja corrió desde el auto. hasta el otro lado de la avenida.

Llamó a la línea de emergencia con el corazón en las manos y esperó buscando a la mujer que colgaba en su asiento sostenida por el cinturón.

Se comunicó con alguien más, su padre.

—¿Verónica? —Extrañado contesto por el repentino interés en llamarlo después de que tuviera tanto enojo y no lo contactara para castigarlo.

La sangre le bajaba por la cabeza a Angieskra y no sabía si moverla, sería peligroso si su intento por sacarla la terminaba matando.

Los vidrios del piso crujían cuando movía sus pies.

—Es...yo...tu madre tuvo un accidente—La pelirroja estaba viendo como llegaba la ambulancia.

—¿Tú dónde estás? ¿Estás herida?—Preocupado más por ella que por su propia madre.

—Estoy bien. No estaba en el auto, solo vi el accidente.

Verónica vio como la sacaban totalmente desmayada y como una muñeca de trapo con muchas heridas.

—Ven...por favor... ven a casa— lloraba, hablaba suave con los labios pegados y los dedos temblorosos.

—Verónica aún no puedo...—cerró sus ojos. Sabía lo mal que estaba ella—Dame algo de tiempo y...

—¡¿No te importa tu madre?!

Ella se anunció como la familiar a cargo mientras la revisaban de forma básica.

—No puedo. Sé paciente.

Pero con todos sus problemas, eso era lo que menos tenía Verónica. Ella le colgó y con furia alzó su mano para tirar el aparato al suelo con toda su fuerza. El cristal se rompió, la carcasa salió volando y algunos la miraban extrañados.

Se fue en la ambulancia junto a esa mujer que nunca la determinó para nada e igual sintió pena.

Estaba sentada en la sala de espera. Un hombre de las mismas proporciones que su padre entró encontrándose a la pelirroja pequeña y menuda hecha una tormenta triste y horrorosa. Tenía un café en sus manos. Aunque ella no avisara a nadie, esa ciudad tenía oídos.

—¿Señorita Arkádievich? —Se aseguraba de que fuera ella.

—Si— musitó apenas audible sin mirarlo. Luego de despertar de sus pensamientos trágicos. Alzó su vista —¿Qué haces aquí, Edmon?

VerónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora