Capítulo 51

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Capítulo 51

La pelirroja trató de ocultar su dolor cada vez que llamaba a su padre y no recibía ni un mísero "hola". Tenía la caja aterciopelada entre sus dedos y la acariciaba mientras dejaba miles de mensajes en un buzón de voz que ya estaba lleno.

Decidida bajo las escaleras para tomar las llaves del auto y conducir a donde sea que estuviera él o ir a llorar un rato mientras conducía.

—¿Vas a salir?

—Si. Hoy me veré con él —. Se acomodo las correas de las sandalias de ligero tacón. Su madre no preguntó más. Sabía a qué se refería y solo frunció un poco los labios al sentir temor por su hija, pero no poder evitar que viera al hombre que la había criado.

—¿Regresas temprano?

—No lo sé...Si. Supongo. ¿Te traigo algo?

—No. Todo siempre está lleno en esta casa.

—Bueno —trastabilló un poco agarrada del pomo de la entrada principal. —Te veo en un rato.

En el auto bajo el capot para ver el cielo nocturno mientras conducía y sus labios se llenaron de amargura. Al llegar al primer semáforo ya estaba llorando y las canciones de Frank Sinatra no ayudaban.

Tal vez fue por el dolor o porque estaba muy ansiosa que se detuvo en una tienda y se bajó a comprar alcohol. Ya conocía al que atendía y no era un tipo de los más limpios. Ella sabía que era uno de los dealers de su padre por lo que no dudó en poner el vodka, el paquete de cervezas y unos bombones sabor cereza ultra intenso en la barra transportadora.

El empleado no hizo preguntas. No hacía falta porque reconoció a la pelirroja. Le extendió el efectivo y el soborno como si nada.

—Tú no me has visto.

Que ridículo era para ella que a sus dieciocho tuviera la posibilidad de casarse, pero no comprar y beber alcohol de forma legal.

Iba con la música a un volumen considerable y la carretera vacía solo era un detonador para acelerar. Se preguntó si un accidente era lo que necesitaba para que él regresara a ella. Era tan cobarde que no atentaría contra su vida si todavía tenía esperanza, pero estaba tentada a hundirse con el vehículo en el puerto.

Bebió unos cuantos sorbos y ni se dio cuenta de que ya estaba aparcando en aquel lugar secreto lejos de la ciudad, de todo, ese sitio secreto donde se besaron e hicieron de todo con tanta pasión después de que descubrió que su madre vivía.

Reclinó el asiento para ver las estrellas y luego en una mano alzó el anillo, con la otra la botella que ya iba por la mitad. Se lo acomodó en su dedo, le entró perfecto y quedaba tan preciso que era difícil que cediera para salir. El azul hipnotizante de la piedra la llevó a aquellos ojos que contemplaba cuando se quedaban por horas en la cama mirándose sin decir ni una palabra, en un silencio que parecía perfecto. Se lo daba todo solo con respirar y ardía en su alma.

Dio otro sorbo a su bebida —¡por los idiotas que arruinan todo con sus deseos egoístas! —se pegó la botella al pecho con intención de abrazar el vidrio frío de las esquinas peligrosas.

El aire era más cálido y la brisa reconfortante. Irina estaba en el asiento del copiloto con una sonrisa suave —Eh, princess. ¿Qué haces tan sola?

—Es tu culpa por abandonarme —murmuró —¿Esto es real? ¿Estás aquí?

La pelinegra le acomodo un cabello —No sé ¿Eso importa? —Su voz era un aliento que le daba vida.

—Las cosas se están poniendo feas. ¿Qué hago?

Su sonrisa la tranquilizó y luego se giró de nuevo para ver el cielo, no quería ver ese rostro tan precioso. Angustiada por el futuro se bebió otro largo sorbo.

VerónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora