Capítulo 44

479 42 6
                                    

Capítulo 44

Cuando Alice tomó a su hija en brazos soltó un largo suspiro porque pensó que todo estaría bien. Que estaría por siempre con su pequeña de ojos verdes y cabellera rojiza. —Es tan hermosa—. Soltó en un movimiento.

Solo que la felicidad no dura para siempre y una escueta sonrisa se dibujó en su rostro cuando se tocó la garganta. Recordó todas las cosas que le hizo su esposo y en un largo dolor se acostó a dormir con la esperanza de volver a ver a su amada pequeña algún día.

Verónica miró la vieja edificación en donde se podía apreciar el paso de los años. La entrada era vieja y se acercó a una enfermera con un poco de inquietud. —Hola, ¿En qué puedo ayudarte? —Su sonrisa era radiante.

—Hola —. Estaba insegura, pero se aferró a la idea de que lo peor que podría pasar era que no la dejaran verla —Busco a una paciente...

—Si, claro. Dime su nombre —. El cabello negro de la enfermera le recordó a otra chica y tuvo que tragar un poco de dolor. También, se le pasó por la mente lo que escribieron en su casillero "asesina". Por un momento, se perdió en los sucesos de ese día.

La enfermera la sacó de su actitud ensimismada.

—Alice Clark —. Su nombre resonó por la habitación y los ojos oscuros de la mujer se abrieron más de lo normal.

—Yo...—volvió a mirar su monitor. Al menos, fingir que lo hacía para buscar el nombre, pero después de hacer el teatro negó con la cabeza. —No hay ningún paciente con ese nombre.

—Si lo hay—. Verónica puso su mano sobre la mesa —Soy su hija... por favor déjame verla.

—No puedo hacer algo como eso... no es posible —. Era obvio que se parecía a Alice demasiado y se sobo las manos con un titubeo momentáneo —Lo siento. No puedo... por favor váyase.

—Ella es mi madre, señorita... Olive —. Vio el gafete con su nombre que estaba enganchado en la parte izquierda de su pecho. —Por favor... —Había tanta necesidad en esas palabras que se le apretó el corazón a la enfermera.

—Yo... debo avisar que usted ha venido —. Se dibujó una línea en sus labios y luego sonrió como si no fuese nada. La pelirroja lo entendió. Era obvio que su padre mantenía bien vigilada a su madre y seguro sería él al que llamaría, pero no temió.

—Adelante. Dile a él que estoy aquí para ver a mi madre —. Fue cortante Verónica. Mostró sus cartas como si nada. Olive se movió de su asiento para encaminarse a una puerta esmaltada en un verde azulado.

Tardó un buen rato, pero al final regresó y soltó con suavidad —Segundo piso... habitación 501.

La pelirroja subió con las manos frías y los labios temblorosos. No sabía ni qué le diría porque habían pasado unos largos años —Toda una vida — Se corrigió. Ese pasillo era tan extenso contenido en un aura blanquecina, brumoso como una lejana remembranza o un sueño.

La puerta estaba entreabierta. Tuvo que pararse un momento con el pomo de la puerta en la mano para pensarlo y le daban ganas de dar media vuelta, de largarse y olvidarlo porque habían tantas cosas que quería decirle a su madre mientras tomo el autobús con valentía para llegar a aquel lugar, pero en ese momento se quedó muda o tan abrumada que hubo una desconexión de ideas, de articulación de palabras coherentes.

Una mujer estaba en una silla de ruedas y tenía una tarta de frambuesa a medio comer. Ella solía prepararla cuando era niña. Eso no lo recordaba, pero en ese momento tuvo un pequeño desbloqueo de recuerdos dulces. —¿Quién eres? —Soltó su madre un poco inquieta al ver ese espejismo de sí misma.

VerónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora