Keila.
Éramos pocos los despiertos a aquellas horas de la mañana. Recuerdo perfectamente el olor de Fabrizio, descansando junto a mí en aquella cama que en un principio tanto nos había costado compartir.
Era un aroma extraño. Estaba sudoroso a causa del calor, supuse. Emanaba de la boca un conjunto de tabaco y chocolate puro. Me dio asco cuando éste llegó a golpearme en las mejillas, expandiéndose hasta el rincón más inexplorado de mi nuca.
Acabé levantándome casi de golpe, aunque procurando que la persona que tenía al lado (mi pareja, por ese entonces), no despertase. Eran las cinco y media de la mañana, aunque el reloj de nuestro dormitorio siempre había ido algo retrasado.
Había llegado el día.
La ciudad siempre hablaba. Entre rincones vagos y oscuros. Aquella gente que siempre sabía cosas. Aquellos que lo sabían todo. Y, tarde o temprano, las voces acabaron llegándonos.
Una banda de ociosos se había atrevido a invadir nuestras calles, con la intención de robarnos lo que era nuestro. ¿De verdad pensaban que, nosotros, después de tanta sangre derramada, sudor perdido y lágrimas íbamos a dejar que se paseasen por nuestro territorio como ágiles inquilinos?
Habían firmado su propia sentencia de muerte. O así lo sentía yo, al menos. Fabrizio era más pasivo al respecto. "Nena, no llegarán ni a vender medio gramo más de lo que vendemos nosotros", me había dicho al enterarse de la llegada de nuestros nuevos y frescos rivales.
Era un inútil. Lo había sabido siempre. Aunque no esperaba que fuese capaz de llegar a tales extremos.
Con la rabia brotándome por cada uno de los poros mi piel, había recorrido todo Esquilino hasta encontrar a esos parásitos. Subida a una azotea, pude distinguirlos a todos.
El chico del pelo largo. Debía encargarse del papeleo, pues era el que más carpetas transportaba a lo largo del día.
La chica rubia. Bueno, la única chica. Siempre andaba con el otro chico rubio. Supuse que eran los que iban a encargarse de repartir la droga por nuestras calles.
Y luego estaba él. El último miembro de aquel grupo de malnacidos. Tenía el pelo largo, aunque no tanto como el chico de los papeles. A veces, lo peinaba hacia atrás. Otras, lo dejaba caer suavemente sobre sus afiladas facciones. No pude evitar hacerle más fotos a él, que a los demás.
Debía ser el líder, pensé para mis adentros en aquel momento. Y acerté.
Debí haberme dado cuenta por aquel entonces que echar a nuestros nuevos rivales no iba a ser moco de pavo. Si no hubiese sido por mí; ni Fabrizio ni nuestros hombres se hubieran enterado de que contábamos con alguien nuevo en el barrio que iba a hacer lo imposible para largarnos a nosotros de allí.
Se movían entre callejuelas, siempre de negro. Siempre manteniendo una mirada baja a la hora de hacer negocios. Se habían mezclado muy bien en las calles de Esquino.
—Saben lo que se hacen, Fabrizio —recuerdo haberle dicho unos días antes.
—Tú sabes más que ellos.
El último día de la improvisada y no autorizada sesión de fotos, me había colocado sobre la azotea de un mugroso motel. El líder, de nombre que desconocía entonces, estaba sentado en la acera de piedra. Parecía serio, pensativo. Incluso llegué a pensar que me había visto o que, por lo menos, tenía la sensación de que alguien estaba mirándolo.
No fue así.
Fumaba tranquilo, como si el día fuese eterno. Solo para él. Y, joder, era eterno con tan sólo mirarlo. El click de la cámara sonó más veces de la necesaria. Con una sola foto me hubiese bastado.
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𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.
Fanfiction𝙋𝙍𝙄𝙈𝙀𝙍 𝙇𝙄𝘽𝙍𝙊 𝘿𝙀 𝙇𝘼 𝙎𝘼𝙂𝘼 𝘼𝙇𝙏𝙀 𝙑𝙀𝙏𝙏𝙀. ¿Qué sucede cuando le arrebatas a los reyes del barrio su liderazgo? Con la llegada de Alte Vette a la gran Roma, la ciudad eterna, las normas que regían sobre el suelo de Esquilino se...