𝐗𝐗𝐗𝐈.

266 30 0
                                    

Damiano.

Los días siguientes fueron como un soplo de aire fresco. Como una pequeña pausa de toda la mierda que teníamos encima. Victoria y Ethan se habían compinchado para suplicarnos a los demás que les dejásemos encargarse de la ropa y las máscaras. Y, nosotros, que teníamos mucho que planear y que pensar, nos habíamos quitado un peso de encima.

Thomas trabajaba más que nunca. Intentaba averiguar quiénes irían a la fiesta, cuánta gente podría reunirse allí, y qué tipo de seguridad conseguiría Fabrizio. Se mantenía ocupado, igual que todos los demás.

Mientras tanto; Keila y yo planeábamos el ataque. Entraríamos divididos. Keila iría con Ethan, para no llamar tanto la atención. Thomas y Victoria irían juntos. Y después lo haría yo. Sabíamos perfectamente que Fabrizio estaba deseando vernos a los dos, pero creía a Keila totalmente fuera de juego. Ella era la sorpresa de la noche. El plato fuerte. Y yo una mera distracción para entretener a ese cabrón mientras tanto.

Aún teníamos que pensar cómo nos las arreglaríamos para quedarnos a solas con él, los dos juntos, mientras el resto se encargaría de vigilar la fiesta y mantener a la gente lejos de dondequiera que fuésemos a encontrarnos.

De todas formas, aún faltaban varias semanas; y algo parecía haber dado un completo giro en Keila. Su paciencia ahora mostraba calma, respeto, aunque ambos sabíamos que sólo era así por fuera. Quería acabar con Fabrizio, tanto como yo. Más, incluso. Pero se había dado cuenta por fin de que si no lo hacíamos en equipo; no lo conseguiríamos nunca. Y para eso necesitábamos una buena planificación y todo el tiempo del mundo.

Lo bueno de tener tiempo y de que la situación se hubiera calmado un poco era que habíamos podido acercarnos de nuevo tras esos hostiles e incómodos días anteriores. Tratábamos de no hablar demasiado del trabajo cuando nos quedábamos a solas, y lo teníamos totalmente prohibido durante las comidas y cenas con los demás. Necesitábamos descansar. Si no, acabaríamos saturados antes siquiera de dar el golpe y de nada serviría todo lo que estábamos haciendo.

Las prácticas de tiro de Keila seguían sin funcionar demasiado bien, pero sabía que cuando llegase el momento, podría con ello. Al fin y al cabo, no era lo mismo practicar con latas y maniquíes que con la cara de gilipollas que tenía Fabrizio. Sabía perfectamente que acabaría con él ella sola. Era lo que se merecía. Puede que yo odiase a ese hijo de puta por muchos motivos. Por sabotearnos, por tratar de imponerse sobre nosotros, por espiarnos. Por todo lo que le había hecho a Keila. Pero no era yo quien tenía que vengarse. No era yo quien se lo merecía, sino ella.

Una de las últimas semanas antes de la fiesta, acordé viajar con ella a las afueras de la ciudad. No era nuestro sitio de práctica habitual, pero serviría para estar solos y alejarnos de todo lo conocido. Había un pequeño bosque que jamás en la vida había llegado a explorar. Ni siquiera de pequeño. No sabía si Keila habría estado allí, tampoco se lo pregunté nunca. Era totalmente irrelevante.

Nos gustaba caminar de la mano cuando no había nadie. En las calles de Roma debíamos mostrar poder, seguridad, liderazgo. Pero cuando estábamos completamente solos, podíamos ser quienes nos diese la gana. Podíamos ser nosotros.

—En serio, Damiano, me voy a romper los zapatos como sigamos caminando por aquí —la escuché quejarse mientras subíamos una pequeña cuesta de tierra, poblada de algunas piedras.

—Ya llegamos.

—¿A casa?

—Ya te gustaría —reí, tirando un poco más de ella.

Cuando logramos llegar a una zona con el suelo más liso, frené mis pies allí mismo. No había nada. Tan sólo matorrales, hierba, árboles y el olor de la naturaleza.

—¿Vas a decirme ahora qué vamos a hacer?

No respondí. Me acerqué a ella, metiendo ambas manos en los bolsillos de sus pantalones. Tan cerca que pude sentir su aliento. Keila me sonrió, desafiante, esperando un beso. Esperando que metiese las manos debajo de sus pantalones. Pero no era eso lo que tenía pensado.

—En serio, Damiano. Dime qué vamos a hacer...

—Aquí está —saqué su pintalabios de uno de los bolsillos, y su sonrisa se desvaneció. Juro que su cara fue un completo cuadro.

—¿Qué?

Correteé hasta uno de los árboles y empecé a dibujar círculos. Uno dentro del anterior, otro más pequeño, después uno más... Hasta formar una diana.

—¿Tú sabes lo que cuesta ese pintalabios?

Sonreí, tirándoselo para devolvérselo. Lo cogió al vuelo, pero juraría que ya no podría volver a usarlo.

Cuando me separé lo suficiente del árbol como para llegar hasta ella, saqué mi arma de la funda de mis pantalones, tendiéndosela. La había cargado aquella misma mañana; estaba llena. Keila pareció huir de ella.

—¿En serio? No, no. Ya he practicado mucho estos días. No me apetece ahora.

—Cógela —continué con la mano extendida.

—Damiano, no quiero seguir con esto. No funciona.

—He dicho que la cojas.

Keila acabó cogiendo la pistola, observándola bien. Juraría que era la primera vez que la tocaba. No es que acostumbrase a dejarle mis armas a cualquiera.

—Dispara a la diana.

Me aparté de su camino, dejándole todo el espacio del mundo. Aunque después opté por colocarme detrás de ella. Sería el sitio más seguro de todos. Keila respiró en profundidad, alzando el arma. Sujetándola con las dos manos. Se mantuvo quieta, observando el tronco, y pronto las manos comenzaron a temblarle. No emití un solo sonido.

Y cuando disparó; apenas rozó el borde del árbol. Pude escuchar su mueca de fastidio desde atrás.

—Te dije que no funcionaría.

—Funcionará.

—¡No va a funcionar, Damiano!

Suspiré, acercándome a ella por la espalda, aunque sin llegar a tocarla. Necesitaba ayudar. Estaba cansado de ser un mero espectador, que ni anima ni abuchea. De alejarme por completo de aquella faceta que, si no conseguía remediar, no sería capaz de sentirse completa.

—Quiero que ahora cierres los ojos, ¿vale? —la escuché objetar, pero me dio igual—. Cierra los ojos, Keila.

Supe que me había hecho caso al instante, y fue entonces cuando yo mismo le alcé con cuidado los temblorosos brazos, que aún seguían con la pistola entre las manos. Los coloqué justo donde tenía que hacerlo para llegar a tocar la diana, y los solté. El resto estaba a su merced.

—Quiero que pienses en Fabrizio.

—Damiano.

—Hazlo. Piensa en él. En su cara. Desde el primer pelo de su puta cabeza hasta su barbilla.

Keila mantenía el silencio, pero pronto sentí su respiración. Fuerte, ruda, agitada.

—Piensa en él aquí mismo. Justo delante de ti. De rodillas. Sólo tienes una bala y necesitas matarlo de una puta vez. ¿Vas a malgastar la bala?

Ella negó.

—No. No lo voy a hacer.

—¿Entonces qué vas a hacer?

—¡Voy a volarle la cabeza!

Asentí, acariciándole la espalda, las caderas. Manteniendo su cuerpo relajado. Le besé los hombros desde atrás.

—Abre los ojos y dispárale.

No era capaz de verle la cara. Sin embargo, apretó el gatillo. Lo hizo con fuerza, aunque precisión. Con las manos tensas, aunque inmóviles.

Y la bala se coló en el centro de la diana.

Keila soltó la pistola, girándose hacia mí, y tuve que secarle más de una lágrima. Le besé la frente, la nariz, las mejillas, la boca justo después. La acuné entre mis brazos por lo que acababa de hacerle. Y por lo que había conseguido ella misma.

—Eso es lo que vas a hacer en la fiesta. 

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora