𝐗.

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Keila.

La cabeza iba a estallarme. La notaba palpitante, castigándome por todo lo que había hecho la noche anterior. ¿Cómo se me había ocurrido besar a ese chico? ¿Cómo se me había ocurrido ponerle una puta navaja en el cuello?

Fabrizio estaba a mi lado, con la boca pegada a mi espalda. Yo sólo tenía ganas de llorar. Pensé en todas las posibilidades: Damiano había recibido mi mensaje, y quería matarme. O, el melenas no había cantado nada.

Era una estúpida. Yo era la líder. Era la fuerte, la que tenía la cabeza fría siempre. ¿Qué coño me estaba pasando? ¿Por qué sentía que, poco a poco, todo estaba logrando consumirme?

Supuse que, al haber llegado con fuerza a Roma, las cosas me habían sido muy fáciles hasta ahora. No podía creerme que bajo presión, fuese una débil. No me lo permitiría, no después de tanto.

—Hoy es la fiesta —le murmuré a Fabrizio.

—Que se lo pasen bien mientras puedan —contestó.

Me abrazó más a su cuerpo, y tuve tan poca fuerza que me quedé allí hasta que él se dignó a levantarse de la cama. Me sentí sucia, y detestaba todas y cada una de las decisiones que había tomado para llegar hasta allí.

Decidí no moverme de allí en todo el día. No iría a la fiesta, no volvería a tragar más mierda de la necesaria por estos inútiles.

Fabrizio me animó a levantarme de la cama; tenía pensado salir de Roma a un retiro espiritual. A un puto retiro espiritual mientras los otros se hacían con nuestro puto barrio. Hablar con él me daba ganas de vomitar.

—No, gracias —me limité a responder.

—Venga, nena, que lo había preparado para los dos —mentira.

—No. Gracias.

Me quedé allí sola, dejando que las horas pasasen. Había comprado un vestido, días atrás, que ahora estaba escondido en un fondo falso del armario. Lo había comprado a propósito, para esa fiesta a la que entonces no pensaba ir.

Damiano, ¿me odias?

Claro que me odiaba.

Acabé levantándome, e infringí mi propia norma: pinté una raya de coca sobre la mesita de noche, esnifándola entera hasta dejar que me nublase durante unos segundos la vista. Luego lo vi todo más claro.

Casi eufórica, recorrí toda la casa. Me hice un té, algo de comer. Luego una ducha, y finalmente llegó la hora de vestirme.

El vestido era corto. Tanto, que debía procurar no agacharme demasiado si no quería que todo el mundo me viese bajo la tela. Era de un color rojo vino, que procuré que resaltara entre los demás invitados. Quería que me viese, joder. Quería que no fuera capaz de apartarme la vista en toda la noche.

Fue un grito de ven, estoy aquí. Bésame, fóllame. Mátame. Hoy, soy toda tuya.

Llegué algo más tarde de lo previsto, pero la gente que venía de todos los rincones de Roma todavía hacía cola. Jóvenes, adultos. Todos ansiosos de droga, sexo, alcohol y pura diversión. Desee que mi vida fuese así de simple. Si sólo hubiese tenido que preocuparme con qué iba a meterme aquella noche, o con quién acabaría follando, las cosas me irían de puta madre.

Victoria se encargaba de checkear a las chicas, y Ethan a los chicos. Supe que me miró en cuanto entré en su campo de visión, y sentí una mínima punzada de culpa en el estómago cuando apartó la mirada en cuanto se la correspondí.

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora