𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈.

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Damiano.


Los días siguientes fueron un cúmulo de información para Keila. Se lo conté todo: cómo habíamos averiguado que Fabrizio seguía vivo, todas aquellas veces en las que lo habíamos seguido, y también que había doblado la seguridad. No quise guardarme nada para mí. Sabía que no serviría para nada y que, de intentar ocultar algo, ella acabaría averiguandolo y sería mucho peor. Así que puse toda la información sobre la mesa de una vez por todas.

—Entraremos en su casa. Si vamos todos armados, podemos abatirlo en segundos —fue la propuesta de Keila, a lo que Ethan negó rápidamente.

—Ha doblado la seguridad. Tal vez haya hombres también en la casa.

—Ethan tiene razón —continuó Thomas—. Entrar sin un plan mejor sería un suicidio.

Victoria no dijo nada por el momento, pero también supuse que opinaba lo mismo. Teníamos que averiguar cuánta seguridad se escondía en la casa de ese cabrón, y no iba a ser fácil. ¿Cuántos hombres podría tener dentro de la casa? ¿Cuántos tendría fuera?

—Tal vez si pudiéramos colar una cámara y un micro... —murmuré para mis adentros. Intentaba pensar, pero las voces de mis compañeros en pleno debate me lo impedían.

—Yo entraré —habló la propia Keila. Nunca la había escuchado tan poco segura.

—No, tú no.

—Pues lo haré yo —prosiguió Victoria. Levanté la vista hacia ella, negando.

—Te liarás a puñetazos con cualquiera que te vea. No es seguro.

Piensa, Damiano. Piensa, piensa, piensa...

Ninguno de nosotros podía arriesgarse a entrar allí sin ser vistos, y tampoco es que pudiéramos llamar a la puta puerta y esperar a que nos abrieran y nos hiciesen todo un tour por la casa. No había manera de hacerlo. Debíamos pensar otra cosa.

—¿Y la hermana de Victoria? —preguntó Thomas, como si acabara de emerger de la nada. Señaló a su compañera con el dedo.

—Sienna no es mi hermana —se limitó a responder ella. Pude ver cómo se le enrojecían las mejillas de simple rabia.

No era un mal plan.

El padre de Victoria se había casado con otra mujer hacía algo menos de un año. Todos habíamos ido a la boda casi obligados por ella, y a Thomas habían estado a punto de echarle de la ceremonia por acudir con un estúpido sombrero de cowboy rojo. El chaval es de lo que no hay. Para colmo de Victoria, su nueva madrastra venía con una hija en el pack. No habían tenido que convivir, pues prácticamente dormía en mi casa casi a diario después de la boda. Seguramente no lo habría hecho si supiera que, durante la boda, me colé en el cuarto trasero de la capilla para follarme a su nueva hermanastra. Pero eso es algo que nunca sabría.

—En realidad es buena idea —murmuró Ethan—. Fabrizio no la conoce. Podría decirle que es una vecina, pasarse a saludar...

Keila me miraba como si no comprendiese nada, y no la culpaba. Victoria estaba dudando, pero sabía tanto como los demás que era nuestra mejor baza. Una joven que no había pisado Roma en su vida, a quien nadie conocía. ¿Cómo iban a relacionarla con nosotros? De ninguna puta manera.

—He dicho que no.

—Escucha, Vic. Dile que venga. Que podemos pagarle algo de pasta. Sólo tiene que entrar, dejar la cámara y el micro, y salir. Fabrizio ni se enterará.

—Es un cerdo —abrió por fin la boca mi novia—. Si la tal Sienna es guapa y enseña un poco de escote, bajará la guardia en cuestión de segundos. Ni siquiera tendrá que tocarla.

Victoria continuó en duda. Nos miró, uno a uno, y por primera vez llegué a pensar que se estaba preocupando por alguien que no fuéramos nosotros.

—Dile que es un favor para Damiano —acabé mencionando—. Te aseguro que vendrá.

Pude escuchar a Victoria discutiendo al teléfono durante un buen rato aquella noche. Keila y yo nos habíamos encerrado en el dormitorio. Nos venía bien algo de tiempo a solas mientras nos preparábamos para la guerra. Ninguno se lo diría al otro, pero los dos estábamos ciertamente asustados, de alguna manera. Podía notarlo cuando, en medio de la noche, Keila me abrazaba con fuerza, temblando como un flan, murmurando mi nombre en sueños. Y estaba completamente seguro de que ella también se había dado cuenta de mi intranquilidad. Sólo ella. Nadie más.

—¿Crees que accederá? La chica —me preguntó esa misma noche.

—Eso no es lo más importante, sino lo que veamos cuando la cámara ya esté allí.

Keila me abrazó bien, apoyando la cabeza sobre mi pecho mientras se dedicaba a dibujar círculos imaginarios con los dedos, directos sobre mi piel. Le acaricié el pelo en todo momento, intentando resultar tranquilizador.

—¿Y si son muchos?

—Conseguiremos ayuda. O los mataremos fuera de la casa. Uno por uno.

—Hasta que no quede nadie —continuó ella.

Alzó la cabeza para besarme, y yo sólo pude acunarle el rostro con ambas manos, correspondiendo a cada uno de los besos que decidiera darme. Asegurándole que todo saldría bien cuando ni siquiera yo estaba completamente seguro.

—Deberías descansar. Mañana será un día duro. Y si de verdad Sienna acepta venir...

—¿Qué pasa si viene?

—Que es insufrible. Y Victoria también va a serlo.

Conseguí hacerle reír. Fue como una recompensa después de toda aquella incertidumbre y el sentimiento de traición que sabía que se le había quedado en el cuerpo tras saber que llevábamos mintiéndole durante varias semanas. A pesar de todo, ahí estaba Keila. Justo ahí, conmigo.

—Entonces deberíamos aprovechar el tiempo que nos quede... —me sonrió, y escaló por mi cuerpo hasta sentarse directamente sobre mi regazo.

Me incorporé un poco mejor, alcanzando de nuevo su boca, respirando contra ella. Le recorrí el cuerpo con los labios aquella noche, y se encargó de hacerme suyo durante interminables minutos que deseé que durasen para siempre. Aquella fue una de nuestras últimas noches en paz, a salvo, antes de que todo comenzara a desmoronarse y nuestra propia caída peligrase también.

Antes de la guerra.

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora