𝐕𝐈𝐈.

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Damiano.


Las siguientes semanas no pasaron como cualquier otra. Después de salvarle el cuello a Victoria en medio de una pelea de borrachos, volvimos a casa juntos, y me olvidé por completo de que había dejado a Keila en el cuarto de baño. E, incluso, de no haberlo olvidado, tampoco habría podido volver a por ella. ¿Habría terminado lo que empezamos, de no haber aparecido Victoria? Probablemente. Ya le había bajado los putos pantalones. No quedaba nada para unir mi cuerpo al suyo y hacerle sentir lo que el tal Fabrizio no conseguiría nunca. Echaba de menos sus gemidos, y aún no había llegado a escucharlos en su plenitud.

Pensé en ella durante días. Cada noche. En el sabor de sus labios, en su melódica voz. En cómo sus piernas se rodeaban tan perfectamente alrededor de mi cuerpo que había llegado a pensar que estábamos hechos para encajar a la perfección. Sin embargo, no me olvidaba de la falsedad de sus brillantes ojos, de sus palabras vacías, y de cómo se había esforzado suciamente en sacarme información.

Joder. No tendría que haberle dado nuestros putos precios. Había bebido de más, y en mi cabeza era perfecto echarle en cara nuestro ingenio. Su cara de pocos amigos después de escucharlo lo había dicho todo. Estaba ofendida. Cabreada. Y eso fue lo único que vi. No una puta estrategia para pasarnos por encima.

La primera noche no me atreví a decirle nada a Thomas. Sabía que con su nombre y nacionalidad, ya lo tendríamos todo para esta vez encontrarla en cualquier base de datos. Sin embargo, algo dentro de mí no quería hacerle eso. ¿Cuándo me había vuelto un puto blando? Quería follármela. Eso lo tenía más que claro y no podía mentirme a mí mismo al respecto. Pero eso no significaba que fuera a taparla, ni mucho menos ayudarla a destruirnos.

—Se llama Keila. Es brasileña. Y estoy seguro de que vive en este puto barrio, así que encuéntrala —le dije a Thomas durante la mañana del siguiente día. No sería débil. Pisaría a quien fuera. Y si eso la incluía a ella, no tendría ninguna piedad.

Thomas necesitaría horas, tal vez días para lograr reunir una buena cantidad de información. Yo esperaría paciente. De todas formas, aún había mucho trabajo por hacer.

Durante los tres días sucesivos, los clientes fueron dejando de llegar. Ya no buscaban a Victoria por las calles. No llamaban a nuestra puerta, salvo unos pocos. El barrio parecía haberse vaciado de un momento a otro. Y yo tenía unas claras sospechas de cuál había sido el motivo.

¿Qué habría hecho? ¿Bajar los precios? ¿Mejorar la calidad? Fuera lo que fuese, esa cabrona sabía lo que hacía. Y me había dejado por los suelos. A mí.

—¿Tenemos algo? —le preguntaba a Thomas cada día. Cada vez que pasaba por su lado.

—Estoy en ello —respondía.

Y durante aquellos días así fue, hasta que él mismo me llamó para que acudiera hasta él. Había encontrado algo bueno. De eso estaba seguro.

Él mismo me mostró la pantalla de su ordenador, en la que había varios archivos policiales. Todos de Fabrizio. A Keila no la habían detenido ni una sola vez. Y, si lo habían hecho, no había dejado rastro. Además de eso, algunas fotos. Fotos que confirmaban mis sospechas, que ella misma había intentado apartar de mí cuando nos conocimos.

—Keila Gonzáles, veintidós años. Es brasileña. Y la novia de Fabrizio.

No dije nada. Mis ojos se mantenían fijos a una de las imágenes, tomada desde la calle. Desde una ventana, tal vez. ¿Las habría hecho Thomas? Fabrizio rodeaba el menudo cuerpo de Keila con los brazos, y sus bocas estaban unidas. Una punzada de ¿celos, rabia? me atravesó las costillas, y pronto aparté la mirada para volver a incorporarme.

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora