𝐗𝐗𝐗𝐈𝐈.

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Keila.

Haber conseguido disparar me había hecho darme cuenta que todos los miedos estaban en mi cabeza. Una vez quitado ese peso de mi espalda; me di cuenta de que seríamos imparables. La fiesta se acercaba, y Ethan y Victoria se habían encargado de conseguirnos a todos un traje, incluídas a nosotras. Iríamos con un esmoquin negro, camisa blanca y pajarita. Todos y cada uno de nosotros calzaríamos los zapatos más caros de Roma.

Lo de las máscaras había sido algo más personal. Yo había optado por escoger una que simulaba un zorro. Damiano, fan del mito de Ícaro, había escogido una de un ave. Ethan un lobo, Thomas un perro y Victoria un gato. Las máscaras estaban cuidadas al milímetro, adornadas con diamantes que nos harían destacar entre todos los invitados. Queríamos, en cierta parte, dejarnos ver. E íbamos a conseguir nuestro propósito.

Las cosas parecieron estabilizarse en negocio; nuestra relación calidad-precio superaba la de Fabrizio; y es que Teppisti nunca había sabido conseguir mierda buena para vender. Era la verdad. Aún estando yo allí, Fabrizio se empeñaba en comprar droga barata para venderla cara. Aunque luego siempre debíamos bajar el precio. Sin embargo, con Alte Vette era distinto; comprábamos lo mejor y lo vendíamos a precio justo. Y eso a los consumidores les encantaba. Se gastaban más pasta, pero el colocón les duraría muchas más horas y la resaca sería mínima.

—Hemos recuperado las pérdidas de las últimas semanas —anunció Thomas una tarde, con la nariz metida en el ordenador.

Lo celebramos todos juntos, poniéndonos contentos de cerveza. Así era la vida como me había imaginado. Siendo feliz, teniendo una familia. Teniendo, sobre todo, a Damiano. Las cosas entre nosotros habían mejorado desde el día del bosque, y sólo parecían ir a mejor, al igual que yo. Aunque seguía teniendo aquella mosca detrás de la oreja, cosa que no dejaba que se notase. No arruinaría las cosas aquella vez. No otra vez. Teníamos un buen plan; las máscaras llevaban pinganillos con los que nos comunicaríamos en la fiesta, los suelos de las botas guardaban una navaja y llevábamos todos una pistola escondida en el talón. Sabíamos que nos registrarían al entrar, por eso la discreción. Damiano era el que entraría primero. Nos repartiríamos la tarea entre todos de inspeccionar la fiesta. Encontraríamos más rápido los puntos débiles de su seguridad.

Había algo que me removía por dentro, y era el no saber si estaba preparada para ver a Fabrizio. Me prometí que no me daría miedo mirarle a la cara cuando se diese el momento, pero algo más profundo que el miedo me impedía saber si sería capaz de mantenerle la mirada. Damiano estaría a mi lado en todo momento, sí. Me cogería la mano y me ayudaría a disparar si hacía falta; pero necesitaba ser fuerte por mí misma llegada la hora.

—Tierra llamando a Keila. Te estoy dando una paliza y me está dando pena y todo —llamó Thomas mi atención. Estábamos jugando a pegarnos de tiros en la Play. Reí, centrándome por fin en la partida.

—Espérate que te la voy a devolver.

Y lo hice. Le gané. Aunque Thomas nunca había sido de enfadarse si perdía en los juegos. Damiano sí. Y por eso nunca jugaba con él.

Hablando de Damiano, me esperaba aquella misma tarde en el dormitorio. Habíamos quedado para coger un taxi e irnos lo más lejos posible de Roma aquella noche. Cenaríamos, él y yo solos. Cenaríamos de forma totalmente romántica y pastelosa por primera vez desde que estábamos juntos. Le indicó al taxista que nos llevase a Florencia, que estaba a tres horas de Roma. Después de eso, dejó inconsciente al hombre y nos bajamos sin pagar. No lo mató, pero tampoco me hubiese importado demasiado si lo hubiera hecho. Le gente que no pertenecía a nuestra banda eran para mí simples peones. Servían para que nosotros cumpliésemos nuestros objetivos. No lo pensaba sólo yo; este era un lema que estaba marcado a fuego en cada banda. La familia era la primera y última prioridad.

—Quería cobrarnos casi quinientos pavos —reí, una vez nos habíamos alejado del taxi. Damiano había colado una mano bajo mi vestido y la apretaba contra mi culo.

—No me lo he cargado porque no quería mancharme de sangre la puta camisa. Pero lo hubiese hecho —aseguró; pero tenía una sonrisa de oreja a oreja.

—Dios, me encanta nuestra vida.

Caminamos tranquilamente hasta el hotel que mi novio había reservado aquella misma mañana. Era el más caro y asquerosamente pijo de Florencia. Y lo demostraba. Dentro sólo había tías bien vestidas con las tetas casi fuera de los vestidos escotados y hombres con barrigas tan hinchadas que parecían puercos de corral. Éramos los más guapos de allí. Nos sentaron en una de las mejores mesas del local, y de bienvenida nos ofrecieron vino de la casa, que obviamente nos acabamos nada más pisar nuestra mesa. Ni siquiera recuerdo cuántas horas pasamos allí metidos, disfrutando de buena pasta, carne y vino. Pero cuando salimos de allí, la cabeza me daba vueltas.

—A lo mejor no debería de haberme tomado ese último cóctel —comenté, pegada al cuerpo de mi novio. Él me sostenía entre sus brazos, y sabía que no me dejaría caer.

—Estoy totalmente de acuerdo.

Bailamos por las calles de Florencia al ritmo de una canción que sólo existía en nuestras cabezas. Su cuerpo se movía cómplice contra el mío. Mis tacones repiqueteaban contra la piedra del suelo, y los jadeos excitados de Damiano sólo me hacían elevarme más, y más...

Al terzo doppio whisky quasi gli gridai, j'adore Venice! —canté, y él negó ampliamente, entre risas. Tenía las mejillas ebrias, pintadas de un rojizo precioso.

—¡Esa canción no! ¡La odio!

Un'occhiata da dietro una spalla, so non vuol mai dire nooo!

Damiano se acercó a mí, tapándome la boca con una de sus manos. Reíamos a carcajadas, pegados el uno al otro. Me empujó contra una de las paredes, rozando su entrepierna contra la zona baja de mi vestido. Era tan tarde que Florencia parecía haber caído dormida, y estábamos completamente solos. Dejé que me hiciese suya ahí, entre suaves y cariñosos gemidos. Me encantaba verle correrse. Me encantaba la forma que tenía de coger aire justo antes de hacerlo; su cara de placer de después. Era como una exposición de arte, y yo era la única espectadora.

Llegamos de vuelta a Roma con el sol ya despierto en el horizonte, y lo primero que hicimos fue tirarnos a la cama. Me percaté de un par de risas de nuestros compañeros antes de caer completamente rendida bajo las sábanas. Lo mejor de aquellos días de resaca era despertar junto a Damiano, que parecía ser siempre mi mejor medicina. Le acaricié el pelo después de haber mirado la hora; eran las cuatro de la mañana del día siguiente. Todos dormían, incluído él. Me sentía afortunada de tenerlo allí, entre mis brazos. Me sentía afortunada de que hubiera llegado a mi vida para ponerla patas arriba y hacerme menos miserable.

Besé sus labios antes de levantarme de la cama. Necesitaba fumarme un cigarro antes de intentar volver a dormir, por lo menos hasta una hora más razonable para salir a la cocina y empezar a hacer ruido. Sin embargo, a mitad de cigarrillo escuché un suave suspiro detrás de mí. Venía de debajo de las sábanas.

—¿Esto es el cielo o sólo estás desnuda fumándote un cigarro? —murmuró un Damiano bastante adormilado.

Era el cielo. 

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora