𝐗𝐗𝐈𝐗.

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Damiano.

Las ideas estaban claras. Todos éramos conscientes de que no podíamos entrar con las manos descubiertas y completamente solos en la mansión del segundo traficante más peligroso de Roma. Con los hombres que tenía a su mando y todo su posible armamento, estaríamos muertos en cuestión de minutos. Nos llevaríamos a algunos cuantos con nosotros, sí, pero eso no sería suficiente.

Había que esperar al momento perfecto. En el que no fuéramos vistos, en el que acercarnos a Fabrizio y acabar con él de una vez por todas. ¿Pero cómo idear un plan sin siquiera saber en qué momento llevarlo a cabo? Keila estaba impaciente, pero no podíamos hacer más que esperar.

—Casi siempre está solo, Damiano. No se fía de nadie —murmuró durante una de nuestras largas noches en el comedor. Thomas ya se había acostado, y los demás tratábamos de pensar con claridad.

—Pero también es estúpido, y necesita atención. Acabará siendo él quien nos suplique, sin saberlo, que nos metamos en la puta boca del lobo.

—Porque pensará que puede con nosotros —aclaró Victoria.

Ethan llevaba unos segundos en silencio, tranquilo, removiendo la taza de té que aún emanaba humo. No lo había probado. Supuse que estaba pensando. Solía maquinar en silencio, para sí mismo; y en algún momento, acababa soltando una buena idea. Aunque aquella no parecía su noche.

—¿Y qué pretendéis que hagamos? ¿Esperar? —Keila estaba de los nervios, y podía entenderlo. Pero no teníamos nada más que hacer.

—Sí, Keila. Esperar.

—¿Y si no cambia nada?

Victoria se levantó para acercarse a ella. La tomó por los brazos, tratando de relajarla. No pareció funcionar en absoluto.

—No va a estar toda la vida recluido, ¿no?

La mirada de Keila se encontró con la mía, y no me vi capaz de rehuirla. Sabía que, en el fondo, era consciente de que teníamos razón. Pero la sed de venganza trataba de arrastrarla a la locura; y yo no iba a dejar que eso pasara.

Los días siguientes fueron los más callados que habíamos pasado juntos. Keila seguía nerviosa, y yo no era capaz de solucionar nada. No sabía qué decirle. No sabía cómo lograr que se relajase o que dejara de pensar en aquello que le atormentaba. Ni siquiera el sexo servía.

Ethan, por otra parte, se dedicaba a echarle un vistazo a la mansión de Fabrizio desde la lejanía, de vez en cuando. Se enteraba de alguna que otra novedad cuando paseaba por el barrio, y de que el cabrón había vuelto a bajar los precios de su droga. Estaba cogiendo fuerza, y no me gustaba una mierda. Thomas era incapaz de encontrar nada en internet. Y Victoria no tenía a nadie a quien partirle la cara. Nos estábamos ralentizando, cosa que no podíamos permitirnos.

Y yo seguía allí metido. Intentando mantener un negocio que estaba a punto de caerse a pedazos, y tratando de mantener a Keila con vida. Estaba deseando lanzarse ella misma al cuello de Fabrizio, y yo no iba a dejar que cavase su propia tumba.

Estábamos a punto de cambiar de rumbo en el plan, hasta que la noticia comenzó a expandirse por la ciudad. No fuimos los primeros en enterarnos, y tal vez los capullos que habían dejado de comprarnos la droga para convertirse en clientes de Fabrizio no querían que lo supiéramos; pero la información corrió como la pólvora y pronto la propia Victoria llegó a casa con un folleto en la mano. Lo estampó contra la mesa, y tan sólo eso nos sirvió a todos para acercarnos y leer lo que traía.

Fabrizio Serra, de la mano de Teppisti, invita cordialmente a todos los habitantes de Roma a la gran celebración de su cumpleaños.

La fiesta se celebrará en su mansión el último día del mes, y durará toda la noche.

La bebida, comida, y cualquier otro tipo de diversión correrán a cargo del anfitrión. La ropa de etiqueta y las máscaras serán de carácter obligatorio.

Se hizo el silencio durante más tiempo del que me hubiera gustado. Keila me miró. Todos nos miramos y, sin hablar, estoy seguro de que pensábamos lo mismo.

—Esta puta invitación es para nosotros —acabó soltando Keila—. Ese cabrón quiere que vayamos a por él.

—Es una trampa —concluyó Ethan. Como siempre, con la mayor tranquilidad posible.

—Me da igual que sea una trampa. Estará lleno de gente. Es el único momento que tenemos.

Ethan me miró a mí, como si esperase algún tipo de respuesta. Quería que le diese la razón. Y, por supuesto, la tenía. Pero tal y como había dicho Keila; era nuestra única opción.

Seguí mirando el folleto. El muy cabrón nos estaba retando en nuestra puta cara. Nos decía: ¿Queréis venir a por mí? Pues hacedlo. Os estaré esperando. Y sí, puede que nos esperase. Puede que tuviese a todos sus hombres armados y preparados para volarnos la cabeza en cuanto entrásemos por la puerta. Pero había algo que ignoraba. Algo que había ignorado desde el momento en el que habíamos pisado Roma. Que nosotros éramos más. Éramos cinco mentes pensando contra una. No se trataba de Damiano, Keila y su ejército. Se trataba de todos y cada uno de nosotros. Y ni Fabrizio, ni nadie, podría con ello jamás.

Sentí las miradas de mis compañeros clavadas en mí. La de Keila, nerviosa, que buscaba apoyo de cualquier forma posible. Sabía perfectamente lo que teníamos que hacer.

—Es hora de comprar unas máscaras.  

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora