Damiano.
La televisión sonaba de fondo desde el salón de la casa en la que vivíamos todos juntos. Casi nunca la pisábamos, pues la mayor parte de nuestro tiempo se centraba en trabajar en el apartamento de Esquilino y en cubrir las calles de la ciudad. Sin embargo, durante las noches, reconfortaba tener un lugar seguro en el que descansar y ser nosotros mismos. Thomas llevaba horas con la PlayStation encendida, pero no le culpaba. Era el más joven de todos nosotros, el que menos adolescencia había vivido antes de meterse en el mundillo. Que disfrutase lo que quisiera. Como si quería darle al FIFA hasta las siete de la mañana.
Nos habíamos conocido entre las verjas de su instituto. Yo todavía era un crío, no mucho mayor que él, pero ya andaba metido en el contrabando, a una escala infinitamente más pequeña. Ethan y yo ya habíamos comenzado a charlar de montar un negocio, y sólo necesitábamos algo más de ayuda para empezar. Thomas siempre me compraba lo mismo. Un gramo de hierba a la semana. Sus padres le daban la paga cada siete días, y no podía permitirse mucho más. Pero el chaval siempre me acababa llamando. No sé si se unió a nosotros antes o después de que me arrastrase hasta su clase de informática para enrollarse conmigo, durante esos años. Pero fue una de las mejores decisiones de mi vida.
Joder, ¿en serio me los he follado a los tres? Vaya capullo.
Yo estaba ya al borde del sueño. Tenía un libro viejo entre las manos, pero no estaba realmente comprendiendo las palabras. Era tarde, y cada vez estaba más cansado. Los preparativos para la fiesta habían comenzado ya y no había tiempo (ni dinero) que perder. Sin embargo, cuando escuché la puerta principal cerrarse de un estruendo, hasta yo mismo me sobresalté sobre la cama. ¿Quién coño volvía a estas horas? Pensaba que estábamos todos en casa.
Me levanté, por si las moscas, a ver quién era. Dudaba entre Victoria y un ladrón. Pero cuando vi a Ethan en la cocina con un trozo de papel contra el cuello, sentí una fuerte punzada en el estómago.
-¿Qué cojones ha pasado?
A Ethan no le dio tiempo a contestarme, pues ya había caminado hasta él para apartarle con cuidado el papel y comprobar que tenía un pequeño y superficial corte en el cuello. Volví a taparlo, apretando suavemente. Tan sólo sangraba un poco. Pero un poco era suficiente como para que yo mismo le rebanase la puta garganta al cabrón que le hubiera hecho eso. No respondió, pero yo volví a insistir.
-Ethan.
-Estoy bien -me cortó antes siquiera de que pudiera seguir hablando.
-O me dices quién ha sido, o lo averiguo yo.
Volvió el silencio. Ethan no era capaz de levantarme la mirada, y yo estaba a punto de arder en cólera. Notaba cómo mi pecho subía y bajaba sin ningún tipo de control, y había empezado a clavarme las uñas de los dedos de la mano libre en mi propia palma. Pude gritarle a la cara. Obligarle a contarme qué coño le había pasado. Pero no fui capaz. Con él no.
-Me ha besado -le escuché entonces decir, casi en un susurro. ¿Pero de qué estaba hablando ahora?
-¿Qué?
Y entonces me miró. Con el semblante más serio que había visto jamás en su rostro.
-Te la estás follando, ¿verdad?
-¿Pero qué estás diciendo?
-Te la estás follando.
-No me estoy follando a nadie. Dime qué te ha pasado de una puta vez.
Se apartó de mí, y se echó algo de agua en el cuello. Había dejado de sangrar. No le quedaría cicatriz. Ni siquiera iba a necesitar vendaje.
-La novia de Fabrizio -murmuró entonces, dándome la espalda en todo momento. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.
Keila.
-No sé si quería matarme o sólo asustarme. Después me besó, y me dijo que era para ti.
Hija de puta.
Mantenía los brazos cruzados, con la mirada fija en mi amigo. Podía imaginarlo en medio de la calle, con una navaja contra el cuello. Tieso, tratando de mantener la calma, tal y como hacía siempre. No merecía que le tocasen un sólo pelo de la cabeza. Él no, joder.
-¿Te dijo algo más? -Ethan negó.
Me acerqué entonces, y planté mis labios en su mejilla, abrazándolo con mucho cuidado. No mataría a Keila, aún no. Pero no se iría de rositas después de aquello.
-Me encargaré de ella -sé perfectamente que no me creyó-. Te lo prometo.
Y no mentía. Nadie se metía con nosotros. Nadie se acercaba a mi gente, nunca. Keila se estaba metiendo de lleno en un pozo del que no permitiría que saliera. Y si tenía que ayudar a que se ahogase en él, así lo haría.
Iba a volver a la cama, pero Ethan me cogió de la muñeca para atraer de nuevo mi atención.
-Te estaba buscando, Damiano.
No supe nada de Keila durante los siguientes días. Tal vez ahora huía de mí, o puede que tuviese miedo de que le partiese las putas piernas después de haberse acercado a Ethan. Fuera lo que fuese, no podía entretenerme con ello. Teníamos mucho que hacer y la mercancía fue llegando con el paso de los días. Victoria y Thomas se encargaban de clasificarla, cada uno a su manera. Al final, ellos serían quienes se encargasen de venderla entre el gentío de la fiesta. Me pregunté si ella aparecería. Tal vez para vender, o puede que para volver hasta mí. En cualquier otra ocasión lo habría agradecido. La habría llevado a cualquier parte y habría plantado mi boca contra la suya como tanto había deseado hacer. Pero no se lo había ganado. Y ahora todas mis intenciones eran más que dañinas para su persona.
Me estaba buscando. ¿Qué cojones significaba eso? ¿Qué quería de mí? ¿Era tan importante como para llamar mi atención de la peor forma posible? Ojalá hubiera sido Victoria la que se hubiese cruzado en su camino. Las cosas habrían sido muy diferentes y Keila habría acabado arrepintiéndose.
Volví al bar donde nos habíamos conocido una vez durante aquella última semana de preparaciones. No había rastro de Keila, ni de Fabrizio, ni de ninguno de sus putos matones. Se escondían como ratas. Como meras cucarachas esperando para salir de debajo de las piedras y carroñear de los demás. Me daban asco. Me repugnaban. Todos y cada uno de ellos. Pero con Fabrizio y Keila tenía algo muy especial. Y estaba seguro de que, muy en el fondo, quería a Keila tan muerta y acabada como a Fabrizio.
Quería matarla. Quería besarla. Quería hacer tantas cosas tan opuestas con ella que era incapaz de pensar con claridad. Me odiaba a mí mismo por ello.
Céntrate, Damiano. Céntrate, joder.
No. No se atreverían a pisar la fiesta. Ni ella, ni el inútil de su novio. Porque, si lo hacían, estarían completamente acabados.
-Todavía no hemos hablado del tema de la seguridad en la fiesta -le mencioné a los demás en una de nuestras reuniones nocturnas. Aunque Ethan prefería llamarlas "la cena".
-La seguridad soy yo, como siempre -se limitó a responder Victoria con los dos carrillos llenos.
-Quiero un arma para todos nosotros.
-Yo no voy a llevar un arma -murmuró Ethan. Qué novedad.
-Entonces yo llevaré la puta arma.
Supongo que nadie llegaba a entender mis ansias por estar no protegido, sino preparado. Un arma. Dos, tal vez. Llevaría lo que hiciera falta.
Thomas no contestaba. Estaba demasiado ocupado comiendo. Sin embargo, Victoria, la más avispada de todos, me miró con cara de pocos amigos. Sabía perfectamente lo que pretendía.
-¿Y por qué vas a llevar un arma a una fiesta que nosotros mismos vamos a controlar, Damiano?
-Porque si Fabrizio aparece por allí, voy a volarle la puta cabeza.
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𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.
Фанфик𝙋𝙍𝙄𝙈𝙀𝙍 𝙇𝙄𝘽𝙍𝙊 𝘿𝙀 𝙇𝘼 𝙎𝘼𝙂𝘼 𝘼𝙇𝙏𝙀 𝙑𝙀𝙏𝙏𝙀. ¿Qué sucede cuando le arrebatas a los reyes del barrio su liderazgo? Con la llegada de Alte Vette a la gran Roma, la ciudad eterna, las normas que regían sobre el suelo de Esquilino se...