Damiano.
La herida del cuello de Ethan había sanado en cuestión de días, y agradecía que no hubiera tenido absolutamente nada de profundidad. Estaba bien. Me había dicho que no le dolía, y le creí. Por supuesto, no le mencioné ni una sola palabra de la noche que había pasado con Keila. Me odiaría si supiera que, en vez de vengarme, me había follado a la persona que le había atacado en medio de la noche.
No. No me odiaría. Y si lo hacía, lo habría hecho en silencio. No era como Victoria, que juzgaba y castigaba. ¿Qué pensaría ella de lo que había hecho? Seguro que, de enterarse, habría cogido unas tijeras de la cocina para intentar cortarme la polla. Era bastante más drástica que cualquiera de nosotros.
Sin embargo, durante los sucesivos días, lo único que ocupó mi mente fue Keila. No nos habíamos vuelto a ver, pero la imagen de su cuerpo magullado, casi destrozado, no se me iba de la cabeza. No podía sacarle de ninguna manera. Deseé habérmela llevado a casa aquella misma noche, olvidando mis amenazas y advertencias. Ahora las cosas serían distintas.
Deja de pensar eso, joder.
Lo hacía. Era capaz de imaginarme cualquier escenario alternativo en el que no nos odiábamos y podíamos conocernos como personas normales. Tal vez por las ansias que tenía de tenerla entre mis brazos. Fuera lo que fuese, tenía que dejar de hacerlo. La realidad era la que era, y de nada servía lamentarme o desear haber hecho las cosas de otra manera.
Ojalá hubiera sabido dónde vivía. Habría entrado, y la habría sacado de esa casa a rastras para llevármela conmigo. Pero, por no saber, no sabía ni qué coño le había pasado. Aunque podía hacerme una idea.
—Eh, Thomas —recuerdo haberle comentado poco después—. No has averiguado dónde vive Fabrizio, ¿verdad? O su novia.
Él negó.
—Qué va, tío. Se esconden como las ratas. Aunque apuesto que ellos son más asquerosos todavía.
Gilipollas.
Yo habría dicho lo mismo de Fabrizio sin ningún tipo de remordimiento. Pero no me gustaba meter a Keila en la ecuación. Aunque no era más que una ladrona, una mentirosa. Y, aún así, sería capaz de defenderla en cualquier momento. Vaya puto debilucho.
—Intenta averiguarlo —concluí.
Thomas no logró encontrar más información de la que ya teníamos, y estaba ocupado ayudando a Ethan con el dinero. Habíamos vuelto a recuperarnos, y ahora vendíamos más droga que nunca. La ciudad volvía a ser nuestra, pero no era eso lo que yo tenía en mente.
A veces la buscaba. Salía por el barrio, recorría sus calles, sus bares. Desinteresadamente, como si tan sólo estuviera dando un paseo. Pero siempre mis intenciones eran encontrarla. ¿Estaría bien? Si Fabrizio le había vuelto a poner la mano encima, fregaría los putos suelos de mi casa con sus tripas.
Y, a pesar de ser yo quien la hubiera estado buscando; fue Keila quien volvió a mí.
La encontré junto al portal del apartamento, tal y como había hecho la noche de la fiesta. E, igual que en esa ocasión, se fumaba tranquilamente un cigarrillo mientras me esperaba. Solo que ahora tenía el pelo recogido y un hematoma que le recorría una buena parte del ojo. Cuando se giró para mirarme pude ver también una cicatriz en el labio, y otra en la ceja. Eso no iba a borrársele nunca.
—Eh —se limitó a murmurar.
Yo no dije nada. Los chicos estaban fuera, y lo único que pude hacer fue tomarla por la muñeca para meterla dentro del portal. Ella no me miró esta vez. Bajó la cabeza, y pronto la tomé por el mentón para levantársela y poder verla bien.
—Dime qué ha pasado.
—¿Acaso te importa?
—Sabes que sí.
Keila resopló, encogiéndose de hombros. No necesitaba que me dijera quién había sido. Lo sabía de sobra.
—¿Lo sabe?
—¿Que le he puesto los cuernos o que ha sido contigo?
—Ambas cosas.
La brasileña soltó una risa compungida, como si lo que le hubiera dicho tuviera un solo ápice de gracia.
—No sabe nada de ti.
En parte, lo agradecí. Aunque me hubiera encantado ver al patético de Fabrizio intentar vengarse. Lo habría reventado, y Keila no tendría ya que soportarlo ni un solo día más.
Antes siquiera de que pudiese abrir la boca de nuevo, me decidí a besar sus labios, con una suavidad inmensa. Intentando no hacerle daño en la herida. Pensé que se apartaría, que me cruzaría la cara y volvería a marcharse. Sin embargo, sentí su cuerpo derretirse entre mis brazos, y pronto correspondió al beso.
La llevé de nuevo al apartamento, y cerré con llave.
—Ni se te ocurra tocar la madera del suelo.
—No lo haré —y, por extraño que pudiera parecer, la creí.
Keila, bajo mis órdenes, se sentó en el borde de la cama, y no tardé en traer del cuarto de baño un pequeño botiquín. Las heridas eran de días atrás, pero no les había prestado ni un poco de cuidado.
—Ya las curé.
—Pues no lo parece.
Volví a limpiarle los puntos del labio y la ceja, y le acaricié el hematoma con un poco de pomada. Era la misma que usaba yo después de alguna pelea que pudiera darse, y sabía de sobra que era mano de santo. Le dije que se la llevase a casa, y la rechazó. Aunque conseguiría que, al final del día, se fuera con ella.
Mis dedos se mantuvieron contra su piel un poco más.
—Lo siento —la escuché murmurar—. Por lo de la otra noche.
—No sé si creerte.
—No iba a darle nada a Fabrizio. Te lo juro.
—De todas formas miraste entre nuestras cosas.
—Y tú fingiste que dormías.
Ojalá lo hubiera hecho. Tal vez habría vuelto a la cama conmigo y nos habríamos ahorrado todo aquel numerito. Aunque la paliza se la habría llevado de todas formas.
—Podrías matarlo si quisieras —me limité a decir.
—Tú también podrías y aún no lo has hecho.
Ninguno podíamos. No tan fácilmente. Fabrizio estaba siempre (o, al menos cuando salía) rodeado de hombres, que estaba seguro que le protegerían ante cualquier cosa. Tal vez yo conseguiría matarlo, pero después ellos me matarían a mí. Y no quería ni imaginar lo que le harían a Keila de intentarlo ella también.
—No vuelvas.
—Qué gracioso.
La pomada se fue secando, al igual que la pequeña cura, y Keila acabó quedándose dormida en el colchón. Debía de estar agotada, y no sería yo quien la despertase para echarla. Incluso cuando escuché la puerta del apartamento abrirse, cerré con llave el dormitorio desde dentro. Sólo lo había hecho en limitadas ocasiones. Cuando me llevaba a alguien al apartamento o cuando quería descansar sin que nadie se atreviera a molestarme. Me tumbé al lado de Keila, y me permití dormir junto a ella.
Para cuando desperté, ella seguía prácticamente inconsciente. El piso volvía a estar vacío, probablemente porque era ya hora de dormir. De dormir de verdad. La desperté con muchísimo cuidado. Si tenía que volver con él, al menos no permitiría volver a darle motivos para que le pusiera la mano encima.
—Keila, son las doce y media.
—Me da igual. Vuelve a abrazarme.
Obedecí, y volví a enredarme junto a ella para seguir durmiendo. Fue, probablemente, el primer momento verdaderamente íntimo que compartimos. Más incluso que haber pasado la noche follando días atrás. Y entonces me dí cuenta de algo que, aunque se me había pasado por la cabeza, no había llegado a formular del todo.
Keila no era mi enemiga. Puede que tampoco estuviese de mi lado, pero tampoco contra mí. Y, tal vez, sin darme cuenta, había caído por completo hasta sus pies.
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𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.
Fiksi Penggemar𝙋𝙍𝙄𝙈𝙀𝙍 𝙇𝙄𝘽𝙍𝙊 𝘿𝙀 𝙇𝘼 𝙎𝘼𝙂𝘼 𝘼𝙇𝙏𝙀 𝙑𝙀𝙏𝙏𝙀. ¿Qué sucede cuando le arrebatas a los reyes del barrio su liderazgo? Con la llegada de Alte Vette a la gran Roma, la ciudad eterna, las normas que regían sobre el suelo de Esquilino se...