𝐗𝐗𝐕.

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Damiano.


En el primer estante del armario del dormitorio había colocado un pequeño estuche el día anterior. Me las había apañado para esconderlo detrás de los adornos de navidad que Thomas se había empeñado en comprar hacía un tiempo. Era casi imposible darse cuenta de que había algo ahí detrás. Por eso mismo, cuando logré sacarlo a la luz delante de Keila, se quedó totalmente sorprendida. Me miró, y después al estuche.

—¿Cuándo has metido eso ahí?

—Ayer, mientras le dabas una paliza a Thomas a la mierda esa de los coches.

Mantuvo la vista fija en mí, con el ceño fruncido, como si acabase de decir la cosa más rara del mundo.

—¿Al Mario Kart?

—Sí, eso. Lo que sea.

Le tendí el estuche, esbozando una minúscula sonrisa. Era un puto gilipollas por estar mintiéndole a la cara. Por traerle regalos y sonrisas falsas, por insistir en que aún no saliera de casa. Todo lo que hacía siempre era por su bienestar. Porque no merecía salir a la puta calle y encontrarse con los matones de Fabrizio, ni enterarse de que el cabrón seguía vivo después de todo.

Y, si de verdad conseguía encontrarlo y traerlo conmigo, tenía claro que iba a ponérselo a Keila de rodillas para que le cortase la puta cabeza. Pero aún no era el momento. Ni Keila estaba lista, ni yo era capaz de llegar hasta él. Aún no.

—Venga, ábrelo.

En cuanto desabrochó la cremallera del estuche y pudo ver su contenido, se le iluminaron los ojos. Pude notar al segundo cómo su sonrisa crecía y los problemas parecían desaparecer por un momento. Keila cogió el arma nueva entre sus manos, analizándola bien. Sus manos aún temblaban un poco, pero era perfectamente capaz de sostener su peso.

—Joder, Damiano. Te habrá costado una pasta.

Acertó, pero no le dí ni la más mínima importancia.

—¿Te gusta? Es para... Cuando aprendas a disparar.

Me dio un golpecito en el hombro, aunque llegué a escuchar una ligerísima risa.

—Ja, ja. Muy gracioso.

—Ah, no. Lo digo en serio. Si no, se la tendré que pasar a Thomas.

Me besó como agradecimiento, y yo la rodeé con los brazos, manteniéndola cerca todo el tiempo que pudiéramos necesitar.

—Gracias —sonrió, apartándose un poco para volver a analizar el arma—. Es preciosa.

—Tiene algo escrito.

Fue entonces cuando se la acercó más a la cara, entrecerrando los ojos para tratar de encontrar el pequeño y fino grabado que había en el mango.

Il coraggio non ci manca.

No nos falta coraje. Vaya puto hipócrita.

Le prometí a Keila que practicaríamos todo lo posible y que recuperaría su puntería. Cuando mejorase. Siempre todo sería cuando mejorase. O cuando consiguiera pillar al cabrón de Fabrizio de una vez por todas y ella estuviera fuera de peligro.

Por tercera noche consecutiva, cuando Keila ya descansaba en medio de la madrugada, salí cuidadosamente de la cama para reunirme con los chicos en la cocina. Thomas se pasaba sus ratos en soledad investigando todo lo que podía, y Victoria había seguido más de una vez a los contactos de Fabrizio. Las cosas iban despacio, pero poco a poco comenzábamos a movernos.

Por lo que habían logrado averiguar, Fabrizio no abandonaba su casa bajo ningún tipo de motivo. Si necesitaba algo, se lo hacían llegar. Si necesitaba mano de obra, también. Lo tenía todo controlado a la perfección, y el hijo de puta había multiplicado la seguridad en su casa para que ni un alma pudiera abrirse camino hasta él. Ni siquiera yo. Pero sabía que me estaba esperando. Me estaba tentando para que fuera a por él, y yo no era tan estúpido.

—¿Me estáis diciendo que vamos a dejar así las cosas?

Victoria suspiró, sentada sobre la encimera de la cocina.

—No podemos hacer más, Damiano. Tal vez si le preguntamos a Keila, ella sepa cómo...

—No vamos a meter a Keila en esto —la interrumpí casi de inmediato.

—Pues no entiendo por qué. Es la que mejor le conoce. Vivía en esa puta casa, y sabe cómo trabajan sus matones. Nos facilitaría todo.

Me obligué a pensar que estaba totalmente equivocada, a sabiendas de que todos los demás pensaban exactamente lo mismo que Victoria.

—Me da igual, he dicho que no.

—Tendrás que decírselo tarde o temprano —añadió Thomas a la conversación.

Observé el ordenador del rubio, que tan sólo reunía algunas fotos que Victoria había conseguido capturar. Fotos que no servían para absolutamente nada. Que sólo nos habían hecho perder el tiempo. Fotos que, si Keila alguna vez veía, la destrozarían por completo.

—No es una opción. Así que pensad algo más.

Conocía a Keila. Y, peligrase o no su vida, que sí lo hacía, sabía a la perfección cuál sería su reacción. Se lanzaría a la piscina sin ningún tipo de protección. Iría directamente a por Fabrizio, con la rabia corriéndole por las venas, y él estaría esperando para contrarrestarla. Era inteligente, astuta, más que nadie. Pero no podría pensar con claridad ante algo así. Y no iba a dejar que ese cerdo le tocase ni un solo pelo a mi chica.

Abandoné la cocina, dirigiéndome directamente a la cama. Sin embargo, para cuando llegué, el colchón estaba vacío. Me asomé al baño del dormitorio, vacío también. Y poco después terminé escuchando una voz justo tras mi nuca.

—¿Qué es eso en lo que no me quieres involucrar, Damiano? 

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora