𝐗𝐕𝐈𝐈.

359 37 5
                                    

Damiano.

Los días habían pasado, y la presencia de Keila en mi vida había empezado a ser una realidad. Venía al apartamento cuando los chicos no estaban. Había empezado a llenar la nevera para que pudiéramos comer algo más que huevos fritos y los Doritos de Thomas. Ella cocinaba mejor que nadie, y yo era buen observador. A veces bailábamos, con o sin música. Y habíamos recorrido ya toda la casa entre besos. Habíamos follado en todas partes. Los chicos no sabían nada, y no era mi intención contarles nada. Suponía que Fabrizio tampoco tenía ni idea.

Otras veces, cuando el apartamento estaba muy ocupado, nos veíamos en el bar donde nos habíamos conocido. Teníamos cuidado. Procurábamos no acercarnos demasiado, no tocarnos, no sonreírnos. Aunque a veces esto último era simplemente imposible.

Keila era un soplo de aire fresco. Había pensado en ella, durante mucho tiempo, como una serpiente. Como una traidora y una manipuladora que haría cualquier cosa para tenerme comiendo suelo. Sin embargo, ahora veía las cosas de otra manera. Era divertida, cálida. Sabía hablar, escuchar, y no le importaba compartir las patatas cuando nos las servían. Nos habíamos prohibido hablar de las bandas, del trabajo, de la droga o el dinero. Ni siquiera mencionábamos a Fabrizio en nuestras conversaciones. Estábamos sólo nosotros.

Sin embargo, y tal como pasaban los días, Keila seguía dándome largas. Lo hacía disimuladamente, tratando de que no me diera cuenta, pero yo no era ningún estúpido.

—¿Has pensado ya en qué hacer? —le preguntaba.

—No lo sé —respondía.

A veces cambiaba de tema. Otras me besaba. ¿Acaso quería siquiera unirse a mí? ¿Lo estaba pensando de verdad o, de nuevo, era todo una treta? Sabía que la presencia de Fabrizio la condicionaba también. Cómo me hubiera gustado quitarlo del medio yo mismo.

No solía insistir después de eso. No quería discutir y desaprovechar el poco tiempo que teníamos juntos, pero esas respuestas hacían que me hirviera la sangre.

—No le has dicho nada a tus amigos, ¿verdad? —me preguntó en una de nuestras quedadas en el mugriento bar del barrio.

—Claro que no.

Pareció sorprenderse de una respuesta tan clara y concisa.

—¿Por qué no?

—Sigues siendo parte del enemigo, ¿no?

Keila me miró con una mueca de desagrado, y le dio tal trago a su cerveza que pensé que se ahogaría con la espuma.

—Si tú lo dices.

—Sigues con él —me limité a responder.

¿Qué habrían pensado los demás si hubieran sabido lo que se cocía entre Keila y yo?

Follamos, quedamos, nos gustamos. Pero no os preocupéis, todas las noches vuelve con su novio. Sí, el inútil que nos estuvo robando a los clientes. ¡Ah, no! Que esa fue Keila.

Se habrían reído en mi puta cara. Y, por supuesto, ninguno habría aprobado esa relación bajo ningún concepto. Victoria, la desconfiada, me habría advertido que Keila me clavaría un puñal en la espalda en cuanto tuviera ocasión. Thomas tan sólo se habría descojonado. Tal vez no habría comentado nada. Como mucho lo pringado que la situación me hacía ser. ¿Y Ethan? Ethan había sufrido una pequeña agresión por parte de Keila, pero nunca solía meterse en nada. ¿Qué le parecería a él que estuviese arriesgando todo nuestro esfuerzo por ella?

—¿Me estás presionando?

—No.

—Lo parece. Y no me gusta.

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora