𝐕.

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Damiano.

Nada. Eso fue lo que me dijo Thomas por tercera o cuarta vez consecutiva. Nada. Llevaba buscando información de la chica del bar durante días, y no había encontrado ni un solo rastro de ella. Fuera quien fuese, si es que era alguien, sabía cómo cubrir sus pasos. Y yo la odiaba por ello. ¿Quién se había creído que era? Entrando como si el bar fuera suyo. Mirándome como si quisiera matarme, o tal vez follarme allí mismo. Me creía estúpido.

No tenía siquiera un nombre. Había buscado su puto nombre por todas partes sin respuesta. Lo único que sabía de ella era que había entrado de la mano con el cabrón que intentaba hacerme la competencia, y eso ya le ponía una diana en la frente.

—No será nadie, Dam. No te rayes —me había repetido Thomas, con la mano sobre mi hombro, que pronto había apartado.

No solía ser así de inútil, pero se estaba luciendo.

—Voy a tomar una copa —fue mi única respuesta, apartándolo de mí.

No era mi intención enfadarme con él. Trabajaba bien. Era buen amigo, y el más sincero del grupo. Pero me ponía de los nervios cuando no encontraba lo que le pedía. Necesitaba una puta cosa. Una, nada más.

Salí del apartamento con un cigarrillo de la boca y sin rumbo fijo. Mis piernas me acabaron conduciendo al mismo bar donde habíamos estado bebiendo y festejando noches atrás. Necesitaba algo fuerte para intentar no pensar en ella.

Un nombre. Sólo pedía eso. Un nombre, y después olvidaría su puta existencia.

La miré en cuanto entré por la puerta, como si mis ojos fueran imanes y me hubieran obligado a hacerlo. Ahí estaba. La fuente de mis problemas.

¿Y tú quién eres? ¿Acaso me has leído la mente? La detestaba. Y no sabía si me alegraba tenerla allí, frente a mí, o si deseaba meterle una pistola por la boca hasta obligarla a soltar toda la información que tuviera. Era dura. Se dejaría disparar sin decir una palabra.

Fue ella la que alzó la mano para llamarme. Quería que me acercase. ¿Para charlar, para amenazarme como había hecho el gilipollas de Fabrizio? Me acerqué de todas formas. ¿Cómo no iba a hacerlo? Habría ido de rodillas directo a sus piernas si ella me lo hubiera pedido.

Su voz era dulce, coqueta. Y completamente falsa. Me habría gustado escucharla de verdad. La había imaginado fuerte, seca. Como si pudiera pisarme sin ningún tipo de esfuerzo. No como una niñata pija del Lacio. Aunque poco después, mientras la conversación transcurría, pude percatarme de un ligero acento que, como todo lo demás, trataba también de disimular. No era romana. Dudaba incluso de que fuera italiana, siquiera.

Nada en la conversación pareció demasiado alarmante hasta que la hija de puta empezó a intentar sacarme información. ¿Tú pasas? Ay, ¿y a cuánto vendes? ¿Nos metemos? Estúpida. ¿De verdad pensaba que no me daba cuenta de lo que estaba haciendo? Y lo peor es que le dije la pura verdad en todo momento. No tenía motivos para mentir, y estaba deseando ver la cara del puto Fabrizio cuando toda esa información llegase a sus oídos. No había nada que esconder. No había trucos. Habíamos ganado.

Sólo podía preguntarme una y otra vez si de verdad era cierto que los inútiles de Teppisti eran exclusivamente sus amigos. Tal vez la utilizaban. Una chica guapa, inteligente, capaz de sacarle información a cualquiera. Yo también habría usado esa baza si fuera un misógino de mierda, pero no estaba en esa situación.

Me perdí en sus labios cuando se presentó por fin. Keila. Nunca había escuchado tal nombre, y puede que eso fuera lo que hizo que se clavase por completo en mi cabeza. Keila. La única Keila a la que conocería. La única que recordaría. Era ciertamente irónico.

—Keila no parece un nombre italiano —comenté. Si ella quería jugar a sacar información, yo también lo haría.

—No lo es.

Ya sé que no. Quiero saber de dónde eres, joder.

—Así que no eres de por aquí —ella negó.

—A ver si tú adivinas de dónde.

Odiaba esa forma que tenía de hablarme, de mirarme. Como si no me diera cuenta de que cada palabra que salía de su boca era una mentira más.

—No sé, ¿mexicana, a lo mejor? No. Catalana.

Ella rio, y su cabeza volvió a moverse de un lado a otro. El pelo le rebotaba todo el tiempo. Cómo me habría gustado agarrárselo allí mismo.

—Brasileña.

Tal vez por eso no sabíamos nada. Podía llevar mucho, o poco tiempo en el país. Podía venir de cualquier parte, y volver a marcharse donde fuera. Era lista, de eso estaba seguro. Y muchas otras cosas más que aún no me dejaba ver.

—Nunca he estado en Brasil.

—Tal vez podría llevarte algún día. Te lo pasarías genial.

Mentirosa.

La miré durante un momento. Explorando su expresión. La oscuridad de sus ojos marrones, o el tono rojizo de sus mejillas debido por completo al alcohol. No sabía cuántas copas había tomado yo mismo. La conversación se había alargado y el vino había ido viajando de la barra a la mesa constantemente. Me relamí los labios sin darme cuenta, y aproveché para mirárselos a ella. ¿Qué coño me estaba pasando? Llevaba días pensando en ella. En obtener lo que fuera sobre su persona. Y ahora que la tenía delante, sólo podía pensar en sacarla de allí y hacerle cualquier cosa que me pidiera. ¿Es que yo también me estaba convirtiendo en un puto inútil? ¿Eso era lo que valía mi trabajo?

—También puedo pasármelo genial contigo aquí.

La expresión de Keila cambió por completo, y por fin me pareció verla a ella. No a esa estúpida máscara que llevaba encima desde que había llegado. Sino a una mujer más oscura. Más inteligente. Que me haría pedazos si quisiera. Su mano se colocó sobre mi pierna, y me acarició el muslo con el mayor disimulo posible. No necesitaba disimular conmigo.

—¿Y dónde podemos pasárnoslo bien?

No dije nada. Tan sólo me levanté de mi asiento y comencé a caminar hacia el baño, no sin echarle una última mirada. Era por completo una invitación. Entré en el de mujeres. Siempre estaba mucho más limpio, y me aseguraba de no tener a ningún baboso cerca pendiente de lo que pudiéramos hacer.

Keila no tardó nada en aparecer, y se quedó parada en el marco de la puerta, mirándome.

Cualquiera de los dos podría haber dicho lo que fuera, pero no hacía falta. Ella misma se abalanzó hacia mí, chocando contra mi boca como si fuese su única fuente de oxígeno. La tomé del cuello sin pensarlo dos veces, sin apretar, y correspondí al beso con fuerza. ¿No quería perder el tiempo? Entonces no lo haríamos.

Abrí una de las puertas de los cubículos del baño con una fuerte y seca patada, y ambos entramos deprisa, cerrando la puerta tras nosotros. La tomé por los muslos, entre beso y beso, y estampé su cuerpo contra una de las paredes, sosteniéndola. Ella ya se encargaba de explorarme el pelo. De acariciarlo, de tirar de él. Como si lo hubiese estado pensando antes siquiera de acercarnos el uno al otro. No tardé en acercar la boca hasta su cuello. Inspirando su aroma, respirando su piel. Besándolo, mordiéndolo incluso. Habría deseado dejar una puta marca allí mismo para que Fabrizio la viera. Pero me contuve.

Keila prácticamente me arrancó la chaqueta de cuero, tirándola al suelo con mi ayuda, y me permití apretarme más a su cuerpo. Dejando que sintiera mi excitación contra su entrepierna. Ella jadeó, y lo sentí como música para mis oídos. Habría hecho lo que fuera para escuchar sus gemidos durante toda la tarde. Allí encerrados.

Le levanté el top, acariciándole la piel por fin con las manos. No era capaz de pensar con claridad. La necesitaba allí mismo, entera. Y después no volvería a pensar nunca en ello.

Su boca volvió a la mía, y nuestras lenguas parecieron pelear en el interior de su cavidad. Me desabrochó los pantalones, intentando bajarlos. Estaba deseando follar conmigo, y estaba más que claro que era mutuo. Hice exactamente lo mismo, intentando arrebatarle la prenda de abajo cuanto antes. Jadeante, ahogándome con mi propia respiración entremezclada con la suya.

—Vamos, Damiano —la miré, por fin—. Fóllame ya.

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora