𝐗𝐕𝐈.

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Keila.

Desperté un par de horas antes que Damiano. Había logrado dormir más de lo que había hecho en semanas, y era todo gracias a él. A sus brazos rodeándome los hombros, acariciándome la espalda.

Me apenó tener que levantarme para dejarlo allí, tumbado sólo en la cama. Pero quería darle las gracias, de alguna forma.

Así que le quité la llave de la puerta del dormitorio, saliendo de allí para inspeccionar el apartamento. No buscaba pistas, ni información. Buscaba algo de comida para poder hacerle un buen desayuno. Aunque con la escasez de alimentos iba a ser muy difícil.

Puse algo de música, baja, con mi móvil. Queens of the Stone Age sonó por la pequeña cocina del apartamento. Encontré un par de huevos, algo de café y chocolate.

Muy básico.

Dos huevos fritos, café con leche y dos onzas de chocolate puro. No era mi rollo, pero tampoco tenía mucho más de lo que sacar un desayuno. ¿Qué íbamos a desayunar, sino, Doritos?

Escuché un fuerte sonido proveniente del dormitorio de Damiano, que salió corriendo en mi búsqueda. Supuse que (y con mis antecedentes no le culpo) pensó que me había largado.

Le sonreí desde la cocina.

—¿Y ese ruido qué ha sido? —pregunté, como si el hecho de que le estuviese haciendo el desayuno fuera lo más normal del mundo.

—¿Qué? —estaba completamente confuso.

—El ruido. Que qué ha sido.

—Ah. Me he caído de la cama.

No pude evitar reír, dejando los huevos freírse a su ritmo para acercarme al alto. Le inspeccioné el rostro, en busca de algún golpe. Estaba limpio de rasguños.

—Sobrevivirás —traté de bromear. Qué bien le sentaba dormir a una, joder.

—¿Qué haces aquí? Quiero decir, a ver. Que me da igual que estés aquí. O sea, no me da igual, sólo...

—Oh. A lo mejor no vas a poder contarlo. ¿Te has dado muy fuerte en la cabeza?

Rodó los ojos, y le saqué por fin una sonrisa. Se relajó ante la situación, y yo lo agradecí enormemente. Me giré entonces para volver a la cocina, a mirar los huevos fritos.

—Estoy haciendo un intento de desayuno. En esta casa no tenéis... ¡Ay, Damiano! —exclamé, pues sus brazos me levantaron del suelo sin previo aviso.

Parecía que se nos había olvidado quiénes éramos. No existían las rivalidades. Ni las bandas. La droga era para yonquis y el día nuestro.

—¡Para, para! ¡Bájame!

¿Quién coño era Fabrizio y por qué parecía una ilusión lejana?

—Y yo que pensaba que ibas a estar robándome, y me estás haciendo el desayuno. Joder, Keila, ¿te estás encoñando?

No. Cállate.

O sea, me da igual que estés aquí. A ver, que no me da igual, mi, mi, mi.

—¿Te estás burlando de mí? ¿En serio?

¿Ti istís birlindi di mí? ¿In sirii?

Me dejó entonces en el suelo, uniendo nuestros labios en un cálido beso.

¿Quiénes eran Teppisti? Joder, cómo me hubiese gustado vivir en aquel momento para siempre. Pero las cosas buenas son siempre las que menos duran, ¿no?

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora