𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈𝐈.

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Keila.

—¿Te la has follado? —pregunté. Damiano estaba recién despierto, a mi lado. Yo llevaba ya un buen rato despierta.

—¿Hm?

—A Sienna.

—Hm...

—Madre mía, Dami, te la has follado, ¿a que sí? Y Victoria no lo sabe.

—Sh... Sh... —me tapó la boca, negando. Todavía no había abierto los ojos del todo.

Me eché a reír, negando varias veces con la cabeza, separándome de su mano.

—Mira que eres guarro.

—Calla, calla... Fue un desliz.

—Espera... ¿Te los has follado a ellos también?

—Pf... Keila... Shh...

—¡Damiano!

—Sí... Puede... Puede que sí... Es que es mi forma de... Conocer a la gente, sabes.

—Pues espero que se te quite esa manía, o te corto la polla. ¿Me oyes? No, no te rías. Hablo en serio.

Nos revolcamos un rato en la cama, entre suaves risas. Sabía que era mío. A pesar de todos los polvos anteriores a mí, ya era mío.

Cuando salimos del dormitorio, Victoria nos avisó de que Sienna estaría al caer. Había aceptado. Había aceptado a acceder a nuestro puto plan. Alte Vette uno, Fabrizio cero.

A pesar de la buena noticia, noté cierto desagrado en el semblante de la italiana durante el resto de la mañana. Tenía una mosca detrás de la oreja que le impedía pensar con claridad. De su boca sólo emanaron respuestas monosílabas. Se preocupaba por la chica. Eso estaba claro.

Tras el desayuno, conseguí hablar con ella a solas.

—Sienna va a estar bien, Vic —le dije, acariciándole los mechones rubios que le caían por los hombros.

—Ya. Es... No es como nosotros, ¿sabes? Sí, tiene nuestra puta edad. Pero es una cría. Es una niña pija, mimada, que lo tiene todo. Esto para ella va a ser... Su momento estelar de adolescente guay que hace cosas chungas. Como una película. Y no quiero que haga ninguna tontería, ¿sabes? —fue explicando. No había enfado en su voz, sino preocupación—. No quiero que... Joder. Quiero que vaya con cuidado. Pero no hace caso a absolutamente nadie.

—La estaremos vigilando. Le dejaremos claro que no es un juego, ¿hm?

Traté así de tranquilizarla. Y lo conseguí. A medias, pero lo hice.

La chica que entró por la puerta más o menos a la hora de comer no era para nada como me había imaginado. Era algo más alta que Victoria, que la acompañaba. Tenía el pelo largo, y le caía más allá del pecho. Oscuro, ojos oscuros también. Damiano tenía muy buen gusto.

Nos sonrió a todos, como si lo que estaba a punto de hacer fuera lo más excitante del mundo. Entendí entonces la preocupación de Victoria. Sienna fue directa a hablar con Damiano, aunque ni siquiera me molestó. Estaba aquí para trabajar, y su presencia no era tan agotadora como mi novio me había contado. Sólo hacía falta paciencia.

—¿Dónde voy a dormir? —preguntó, dejando una bolsa en el suelo. Se estiró, bostezando. Se le veía en el rostro que no había pegado ojo.

—Con Victoria —dijo por fin Damiano.

—¿Qué? ¿Cómo que conmigo?

—¡Guay! —soltó la italiana, que volvió a arrastrar la bolsa como si se tratase de un cuerpo muerto— ¿Dónde duermes, Vic?

Desaparecieron de escena. Damiano se descojonó en cuanto lo hicieron, rodeándome el hombro con el brazo. Le besé los labios, dándole un suave toque en el abdomen.

—No te rías. Es mona.

—No, no. No me río.

Las horas pasaron, y llegó la tarde. Sienna se había puesto preciosa, con un escote que le favorecía a la perfección. Le favorecía demasiado. Y eso, cuando se trataba de Fabrizio, no era algo bueno. No lo comenté en alto, de todas formas.

No salimos todos hacia el piso de Fabrizio. Sólo lo hicimos Damiano, Victoria y yo.

—No hagas tonterías, Sienna, ¿me escuchas, eh? —le repetía Victoria, arreglándole el micro que llevaba bajo el vestido. Sienna la observaba con total admiración.

—Prometido.

—No, prometido no. Hablo en serio. Esto no es un puto juego.

Sienna se acercó, besando la mejilla de Victoria justo antes de desaparecer por la calle y llegar hasta el portal. Mi espalda se había pegado al pecho de Damiano, que me apretaba contra sí para mantenerme tranquila. Yo, a la vez, agarraba la mano de Victoria. Y ella escuchaba por un auricular todo lo que pasaba dentro.

Fue narrándolo todo: cuántos hombres había, dónde se sentaba Fabrizio, cómo estaban distribuidos los muebles... Incluso fue capaz de decirnos que había un cuadro algo torcido. Era buena.

El semblante de Victoria cambió casi por completo de un momento a otro y tuve que echar a correr tras ella para frenarla. Algo pasaba.

—Eh. Vic, Victoria. Ven aquí.

—Puto cerdo, ¡está siendo un puto cerdo con ella!

—No va a tocarla. Ven aquí. Por favor. No va a pasarle nada.

Sienna salió ilesa al cabo de una media hora después. Iba agitando una pequeña bolsa en el aire. El gilipollas de Fabrizio le había dado cocaína como regalo de bienvenida.

—¡Se lo ha tragado todo! Le he dicho que era nueva en la ciudad, que estaba muy perdida... Que me habían dicho que ellos eran muy, muy buena gente y vendían mierda muy buena. Menudos gilipollas, ¿eh?

Victoria se abalanzó sobre ella, abrazándola a su cuerpo. Nunca la había visto así de preocupada. Por nadie.

—Estoy bien, Vic —se murmuraban entre ellas. Damiano y yo supimos, sin la necesidad de hablar, que debíamos dejarles aquel momento para ellas.

—Me... Me había preocupado, joder.

—Lo sé. Pero ya estoy aquí, ¿vale? Jo, ya está. No me ha pasado nada.

Volvimos a casa, y Sienna tiró la mierda de droga por el camino. Al día siguiente abandonó Roma, y Victoria estuvo todas las horas restantes metida en su dormitorio. Damiano, Ethan, Thomas y yo nos dedicamos a dar ideas sobre cómo podríamos infiltrarnos. Con la información que Sienna nos había dado, sabíamos que eran muchos hombres. Contó al menos unos seis dentro de la casa, dos en el portal y otros dos en la puerta de entrada.

Íbamos a necesitar muchas balas. Y mucha suerte.

—Bueno, ¿y cuándo empezamos? —sonrió Thomas. Damiano le dio un suave toque en el hombro, y sus risas rebajaron la tensión.

—Vamos a empezar tomándonos una cerveza primero, y ya veremos mañana.

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora