Keila.
Fóllame ya.
¿Qué coño me habría creído que era aquello? ¿Una puta porno? Dios, no podía controlarme. Era imposible hacerlo con él.
Su piel era salada. El sudor y el alcohol que le emanaba por cada poro de la piel era como una droga: y yo acababa de caer adicta.
Mientras me tocaba, pensé durante un momento en Fabrizio. Se moriría de celos. Se arrancaría el pelo, me abofetearía y acabaría tratando de matarme a mí, y a mi nuevo /rival/ amante.
No lo conseguiría, claro que no. Alguien tan débil como él no tenía ninguna posibilidad contra nosotros; que ahora parecíamos uno.
Pensé que a lo mejor sí que sabía quién era yo. Pero que, al estar tan cachondo, había decidido olvidarse de las putas bandas para centrarse en mi boca. Me sentí suya. Y era una sensación completamente agridulce.
Estaba deseosa de que me follase ya, allí, en aquel mugriento baño, de aquel mugriento bar, de aquel mugriento barrio. Era asqueroso pensar en mí misma de esa manera, rogándole como una creyente a su dios.
—Fóllame —le había dicho.
Y lo hubiese hecho. Él, a partir de ahora, Damiano; estaba tan deseoso como yo. Pero fuera de aquel cubículo que habíamos hecho nuestro se escucharon unas voces que hablaban más alto de lo normal. Una discusión. Damiano se apartó de mí tan rápido, que no me dio tiempo a suplicarle que no lo hiciese.
—Esa es Victoria —se limitó a decir, antes de huir de mí. Ni siquiera se despidió.
Tuvo la decencia de dejarme allí, a medio desvestir. Con la ropa interior húmeda y palpitante ante su ausencia.
No me dio tiempo a salir a decirle algo.
Eh, ¿de qué vas? ¿Por qué coño has hecho esto?
Se habían esfumado. Y yo ahora tenía que volver a casa cachonda, y de mala hostia.
No le conté nada a Fabrizio. Ya habría tiempo. Simplemente me limité a buscar en internet su nombre, y el de su amiga. La rubia matona ya tenía nombre. Victoria. Era una preciosidad también. Un torbellino.
Eran todos especiales en su propia manera.
Damiano era el líder. La voz cantante. Todos seguían sus reglas, y se guiaban por su intelecto.
Victoria era la que saldaba las cuentas. La había visto enfrentarse a tíos más grandes que ella, sin ningún miedo en los ojos.
El melenas, nombre todavía por descubrir. El chico de los papeles, el chófer. El más callado. Supuse que era como el Hermes de entre los mortales.
Y, por último, el rubio de los ordenadores. El hacker, o algo así. Controlaba mejor la tecnología que cualquiera de su grupo. Que cualquiera de mí grupo.
Todavía no sabía el nombre de su banda, pero acabaría descubriéndolo.
Pronto.
No volví a ver a Damiano, aunque tampoco tuve demasiado tiempo para pensar en él. Ahora mi deber era mejorar la competencia. No iba a dejar que una comida de boca me nublase el juicio, ni de coña. No perdería mis calles. No perdería todo lo que tanto me había costado conseguir.
Si no dependiese de Fabrizio; este barrio sería mío. Nadie se hubiera atrevido, siquiera, a hacer contrabando por el suelo que yo pisase.
Pero Fabrizio era distinto. Tenía un mecanismo estúpido, y orgulloso de organizar las cosas. Lo que a él le gustaba era la espera, que tomaba después como excusa para atacar directamente. No mediaba. No intentaba estudiar el mercado para ponerle mejor precio a su /mi/ droga. Sólo guerreaba, como un gilipollas energúmeno.
Tenía treinta años y la mentalidad de un puto adolescente hormonado, era patético.
Me comí yo sola todo el trabajo de la importación de la droga. Me vi obligada a comprar mercancía más barata, para luego mezclarla con la que teníamos de calidad. Primero, le bajé el precio para igualarla a la de Damiano. Luego, la bajé incluso más.
Cinco euros menos que la de ese capullo. Cinco. Y todos esos clientes que había perdido, volvieron a mí como moscas a la miel.
Me encantaban los yonquis. Tenían esa forma tan simple de correr de un sitio a otro como perros en celo buscando a la mejor hembra a la que poder montarse.
¿Droga barata y que te pega como una puta montaña rusa? Trato hecho.
Jaque mate, Damiano, me dije una vez mientras contaba el dinero y ordenaba los fardos. Me sentía, de nuevo, la puta reina del barrio. ¿Quiénes se habían creído que eran, esos niñatos pijos? No sabían lo que era la calle. No sabían qué hacía falta para triunfar allí. ¿Es que papi y mami no les habían comprado la ropa de última gama? ¿O era que no querían acompañarlos al parque cuando eran pequeños y ahora estaban enfadados con el mundo?
Echaba de menos a Damiano. Y no, joder, no era ninguna puta moñería. Sólo lo echaba de menos cuando Fabrizio estaba encima mía, marcándome entera con sus labios. A veces cerraba los ojos y me lo imaginaba a él.
A sus ojos oscuros, marcados de negro. A su pelo perfectamente peinado hacia atrás, que sólo se movía de su sitio después de haberse metido en mi cuello. A sus manos, a esos dedos largos. A esa piel tatuada...
—Ah, así... No pares —le gemí a Damiano fingiendo que era para Fabrizio.
Sin embargo, después de un tiempo dejé de hacerlo. No valía la pena imaginarse que el italiano follase tan mal como Fabrizio. Era una pena. Me limité a rondar por las afueras del bar, a la espera de verlo. De tener siquiera una oportunidad de saber que seguía allí.
Llevaba demasiado tiempo sin saber nada de él.
¿Estaría bien?
Deja de pensar eso.
¿Se habría ido a otro sitio al ver que ya no podía hacerme competencia?
Para ya.
—¿Keila, verdad? —escuché una noche llamarme. Había empezado a llover, y el cigarrillo que colgaba de mis labios llevaba un buen tiempo apagado.
—Damiano.
—Cuánto tiempo —me sonrió. Supe al instante que esa sonrisa no era sincera. Supe, en aquel mismo instante, que había estado evitándome.
O eso pensé.
—¿Cómo estás?
—Bien, bien. Con mucho trabajo —me encendió el cigarrillo.
Con mucho trabajo. No vas a poder, Damiano.
—Hm, ¿y eso?
—¿Y tú qué tal?
Capullo.
—Oh, bien. Bien, también. Con menos trabajo que tú, por lo que veo.
Nos miramos en silencio. Sus ojos, oscuros, contra los míos. Aquella noche llevaba el pelo al natural, sin gomina, sin peinar hacia atrás. Rizados mechones castaños le caían sobre los pómulos. Le odiaba. Y por alguna extraña razón sentía que era mútuo.
Aunque nuestras miradas dijesen todo lo contrario.
—Tengo que irme —acabó diciendo. Se acercó para besarme la mejilla, dejando los labios demasiado cerca de mi boca.
No le besaría. No caería en su juego, a pesar de estar rogándoselo sin necesidad de palabras.
—Adiós entonces, Damiano.
—Keila.
Dio media vuelta, volviendo a dejarme sola. La lluvia me mojó, pero me dio igual. Aquello había sido lo más real que me había pasado desde la última vez que nos vimos.
![](https://img.wattpad.com/cover/287072775-288-k190568.jpg)
ESTÁS LEYENDO
𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.
Фанфик𝙋𝙍𝙄𝙈𝙀𝙍 𝙇𝙄𝘽𝙍𝙊 𝘿𝙀 𝙇𝘼 𝙎𝘼𝙂𝘼 𝘼𝙇𝙏𝙀 𝙑𝙀𝙏𝙏𝙀. ¿Qué sucede cuando le arrebatas a los reyes del barrio su liderazgo? Con la llegada de Alte Vette a la gran Roma, la ciudad eterna, las normas que regían sobre el suelo de Esquilino se...