𝐗𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈.

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Damiano.

Antes de que pudiera darme cuenta, los días habían pasado a velocidad de la luz. Ya no faltaba casi un mes para la fiesta de Fabrizio. Ni siquiera faltaba una semana completa. Teníamos nuestro gran momento en tan sólo unos días y todos los preparativos estaban listos. Sólo nos quedaba esperar y armarnos de fuerzas para lo que estaba a punto de pasar. Victoria se había empeñado en pasar un día de chicas con Keila, y sé que ella había accedido a regañadientes, aunque no me quejaba. Le venía bien despejarse, y no existía persona en el mundo más divertida que Victoria.

Thomas se había enfrascado por completo en una pista que había descubierto navegando por internet, pero era incapaz de encontrar nada. Buscaba, y buscaba, encerrado en su dormitorio. No quería que nadie le molestase, necesitaba una profunda y total concentración.

Sólo quedábamos Ethan y yo. Sin nada que llevar a cabo, ni trabajo que hacer. Era casi como si tuviéramos un día de vacaciones. Aunque la gente en nuestro trabajo rara vez tiene vacaciones de verdad. Cuando le ofrecí a mi amigo salir a hacer algo los dos juntos, en un primer momento me dio largas. Sabía que debía de tener algún lío con alguien por ahí, pues de vez en cuando actuaba con más secretismo que el habitual. Salía a ciertas horas en las que no teníamos nada que hacer y volvía por las noches. Y nunca contaba una palabra. Siempre había sabido que era bastante callado y reservado, pero a veces me preguntaba si estaría escondiendo algo. De todas formas, nunca le había trasladado estas cuestiones. ¿Para qué?

Al final, tras insistir un poco más, acabé consiguiendo que se decidiera a salir a tomar algo conmigo. Cruzamos la calle, caminando por algunas más hasta llegar a una cafetería cualquiera. Sin embargo, cuando estaba a punto de entrar por la puerta; Ethan me paró los pies.

—No, espera. Mejor vamos a otra.

Fruncí el ceño, observando a mi amigo, que le había echado alguna mirada al escaparate de la cafetería.

—¿Por qué no?

—Porque no me gusta este sitio. Al final de la calle hay una mejor —pude notar cierto nerviosismo dentro de su calma, pero no le di mayor importancia.

—Está bien, pero invitas tú.

Ethan asintió, y pronto caminamos lejos de allí. Fuimos calle abajo hasta encontrar esa cafetería que, según él, era muchísimo mejor. Descubrí entonces que era una completa basura. Habría jurado que el café estaba hecho con agua para fregar los platos. Las galletas estaban medio quemadas, y descubrí por primera vez que Ethan no mentía tan bien como me hubiera imaginado. Puede que tal vez fuese porque era la primera vez que lo hacía conmigo.

No le pregunté por qué nos había desviado el rumbo. Tal vez no quise saberlo. Confiaba plenamente en él, al menos laboralmente hablando. Sabía que, fuera lo que fuese, no sería de mi incumbencia.

—¿Te acuerdas de cuando nos conocimos? —le pregunté, dándole uno de mis últimos tragos al café. Ethan sonrió con suavidad, asintiendo.

—¿Cómo olvidarlo?

Nunca nos habíamos vuelto a acostar después de la primera y única vez, como ya os he contado, en una cafetería igual que aquella misma, solo que a muchos kilómetros de allí. Nunca me había vuelto a acostar con Victoria o con Thomas, tampoco. Y, sin embargo, las raíces que había echado junto a ellos habían sido las más fuertes de mi vida. Al menos, antes de Keila, que se había acabado sumando a la familia como una más.

—¿Sabes? En algún momento pensé que tú y yo acabaríamos yendo a algo más.

Ethan se lo tomó a broma, y volvió a reír disimuladamente, terminándose el café. Nunca se reía demasiado alto. Nunca sonreía demasiado. Intentaba pasar desapercibido siempre. No hacer mucho ruido, no moverse más de la cuenta. Creo que hasta el día de hoy, jamás le he visto pasárselo verdaderamente bien.

—Tú y yo no habríamos funcionado nunca. Somos demasiado diferentes.

—Cierto, cierto... —asentí, e hice el amago de sacar un cigarrillo del paquete. Sin embargo, sentí la mirada de la anciana camarera; y volví a guardarlo—. Creo que el destino me quería justo aquí, con Keila.

No era lo mío eso de ponerme romántico, y mucho menos con mis amigos. No le contaría a Ethan (ni a nadie) cómo se me aceleraba el corazón cada vez que Keila entraba en escena. Ni en que había descubierto que cuando estaba realmente feliz con ella, se me quedaba en la cara una sonrisa bobalicona que, de haberla visto pintada en la cara de cualquier otro que no fuese yo; le habría querido dar un buen puñetazo. Tampoco necesitaba contarle nada de eso a Ethan; él ya lo sabía todo. Y no porque fuese un buen observador, que lo era. Sino porque me conocía a la perfección. Todos lo hacíamos.

—Me gusta que seas feliz. Ya era hora.

—¿Tú lo eres? —Ethan hizo una pequeña mueca, encogiéndose de hombros, y acabó asintiendo—. No, en serio. ¿Lo eres?

—Estoy en ello.

Después del café de mierda, salimos de la cafetería para adentrarnos un poco más en la ciudad, y dimos a parar a un bar. Un poco más cutre, pero con mejor bebida. Ethan tampoco era mucho de beber, pero sabía que me cuidaría si yo me acababa pasando.

Hablamos durante un rato, en lo que las copas iban y venían. Quise saber qué era lo que le tenía tan ocupado últimamente, pero tan sólo me dio largas. Recordé algo que me había preguntado Keila mucho tiempo atrás.

¿Ethan tiene pareja?

Tal vez la tuviera, puede que no. No era asunto mío.

La música estaba alta, y podía ver la poca comodidad de mi amigo. Le habría dicho que nos fuéramos a casa. Iba a hacerlo, de verdad. Sin embargo, antes de que pudiera darme cuenta; tenía un peso muerto sobre la espalda. Me alarmé en un primer momento, pero los besos que empecé a sentir sobre mi cabeza tan sólo me confirmaron que se trataba de Keila.

—¡Qué sorpresa! ¿Cómo sabíais que estábamos aquí?

—No lo sabíamos —respondió Ethan.

Victoria abrazó a nuestro amigo, llenándole la cara de besos. Tiró de él hasta la barra, probablemente tratando de divertirle un poco. Siempre conseguía que todos nos soltásemos. Nadie podía pasar un mal rato con Victoria; a no ser que ella lo quisiese así.

—¿Te lo estás pasando bien? —le pregunté a Keila, que seguía subida a mi espalda y con alguna que otra copa de más. Aunque no la juzgaba, yo iba prácticamente por el mismo camino.

—Ahora que estás aquí, mucho mejor.

Bailamos los dos solos en la pista, y en algún momento también con Victoria. Nos venía bien un buen descanso, aunque durase tan sólo un día. Pronto comenzaría el fin de la guerra, y tal vez no volviéramos para contarlo. Nadie parecía haberse planteado esto; pero yo lo tenía presente desde el primer momento.

Éramos cinco. Contra prácticamente un ejército de hombres armados. Sólo podíamos confiar en la suerte y en nosotros mismos. En nuestra fortaleza, y unión. Y si al final las cosas se torcían y la situación se complicaba, si el peligro era tan inminente que podría con nosotros, entonces...

Entonces estaba listo para morir por mi familia.

𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora