Damiano.
Fabrizio Serra era el líder de Teppisti. Thomas, que siempre había tenido buena mano con los ordenadores, se había dedicado a investigar todo el fin de semana. Lideraba la banda, los trapicheos, las investigaciones, e incluso los atracos a mano armada. Ese cabrón parecía saber hacer de todo y no necesitar ayuda de nadie. No sabíamos demasiado. Que rondaría los treinta y que tenía un par de cojones para atreverse a intentar jodernos. No lo había conseguido, ni sería capaz. Pero era valiente. Eso sí podía atribuírselo.
La caja no daba ningún miedo, y se había consumido en la calle como si nada. Esa había sido nuestra respuesta, y durante un tiempo pareció haber dejado las cosas claras. Tanto, que no volvieron a dar señales de vida. Se habían achantado, o tal vez ahora se habían vuelto más silenciosos. Me daba igual, mientras se mantuvieran lejos de nuestra puta zona. De nuestra ciudad.
Thomas no dejó de investigar ni un sólo día, y el negocio iba en crescendo. Vendíamos todo tipo de drogas a precio de consumidor. De mejor calidad, a mejor precio. ¿Quién iba a poder competir con nosotros? ¿Esos payasos? Pronto llegarían también las armas. Y entonces no habría nadie capaz de pararnos.
Con el paso de los días, Alte Vette se hizo un nombre en el barrio, y poco después en toda la ciudad. El dinero entraba a montones en casa. Quinientos, mil euros al día. Cuota que poco a poco fue aumentando más y más. Habíamos dejado claro quién mandaba, y toda Roma se lo había grabado a fuego. ¿Lo habrían hecho ellos también?
—¿Lo has guardado todo? —Ethan volvía a clavar la madera en el suelo, protegiendo así su dinero a mayores.
—Todo.
—Pues levanta del suelo y ponte guapo, que vamos a celebrarlo.
Ethan era el más callado de todos, el que antes seguía las órdenes. Cuando nos conocimos, él estaba estudiando contabilidad y parecía haber perdido el rumbo de su vida. Se aburría. Vivía con los inútiles de sus padres y prefería ahogarse allí mismo que salir a conocer mundo. Le había invitado a un café, me había hablado de números, y después me lo había follado en el lavabo del baño de la cafetería. Después de eso, habíamos sido como uña y carne. Y sólo fue cuestión de tiempo encontrar a los demás.
No podíamos llamar mucho la atención, así que nos limitamos a celebrarlo en uno de los bares del barrio. Debimos de entrar al más mugriento y asqueroso, pero Victoria se adelantó a pedir una ronda de chupitos antes de que cualquiera pudiera sugerir cambiar de local. Las bebidas volaban por la barra, y no sé a cuántas personas quiso invitar Thomas. El bar era tan nuestro como el resto del barrio. Éramos los putos reyes.
Hasta que entró él.
Sólo había podido ver un par de fotos de Fabrizio Serra en la sección de sucesos de algunos artículos web, pero estaba seguro de que era él. No imponía ni lo más mínimo. Esa mirada amenazante era la más falsa que había visto en mi vida, y estaba seguro de que, si Victoria se lo proponía, podría partirle las piernas sin pestañear, y sin sufrir un solo rasguño. Sus ojos se posaron directamente en mí. Nos conocía de sobra. Nos había hecho esas putas fotos para tratar de asustarnos. Era patético.
—Eh, otra ronda —me limité a prácticamente vociferar hacia el camarero. Quería que me escuchase. Que supiese bien que sabía quién era y que me la sudaba por completo.
Justo después de Fabrizio, y prácticamente arrastrada por el agarre de su mano, entró ella. Vestía de negro, y los ondulados y castaños cabellos le caían como una cascada por la espalda. Era preciosa. ¿Qué coño hacía con él? Sus ojos se levantaron, como si me buscaran. Y en cuanto se clavaron en los míos, sentí cómo se colaba por completo en mi cuerpo. Eso era una puta mirada amenazante. Fuera quien fuese, era algo más que alguien. Y tenía claro que lo averiguaría.
Detrás de ellos entraron otros dos hombres. Altos, grandes. Dos putos monos por si el gilipollas de Fabrizio necesitaba un par de seguratas si la cosa se ponía chunga. ¿Había ido al bar porque sabía que estábamos nosotros? Mala decisión.
—Tú —volví a llamar al camarero, y señalé la mesa en la que se habían sentado—. Llévales unas copas a ellos. De mi parte.
Sabía que aquello le haría a Fabrizio la misma gracia que nos había hecho a nosotros recibir la caja. Pero, sorprendentemente, cuando las bebidas llegaron, ni siquiera me miró. Se limitó a beber, mientras el alcohol se le desparramaba por la barbilla.
Vaya puto cerdo.
Esa no era la reacción que esperaba. Aún así, volví a mirarla a ella. Tal vez era su ayudante. Una secretaria. Una novia, incluso. Aunque pronto intenté apartar esa idea de mi cabeza. Era demasiado guapa para él. Demasiado dura para tan poca cosa. Y, por un momento, pensé en la cantidad de cosas que podría hacerle, y que harían que dejase de recordar la existencia de ese puto enclenque que se creía alguien en mi ciudad. Aquel pensamiento sólo se intensificó cuando ella misma levantó la vista hacia mí. Había mirado su copa llena durante un buen rato, y después pareció clavar los ojos en mi cuerpo como si de cuchillas se tratasen.
Así que a ti sí que te ha molestado, ¿eh?
Le mantuve la mirada un poco más, y ella hizo lo mismo. Sin embargo, y tras acabarme la bebida, me acerqué al oído de Thomas para susurrarle algo únicamente para nosotros. No sabía de quién podía fiarme y el camarero no dejaba de dar vueltas por la barra en la que estábamos apoyados.
—Averigua quién es ella.
Thomas asintió. Había bebido bastante más que yo, y ya se tambaleaba, pero sabía que trabajaría duro para conseguir toda la información de la joven castaña que me viniera en gana.
Nos fuimos antes que ellos. Paseando y bailoteando por las calles de Roma. Una Roma nocturna que nunca había conocido en mi niñez, y que no estaba tan mal. Me sujeté a los hombros de Victoria, besuqueándole la cabeza. Siempre conseguía ser la única capaz de mantenerme en pie.
E incluso cuando llegamos a casa, nuestra casa, fue Victoria quien se encargó de meterme en la cama, mientras Ethan, que no había probado un sólo trago de alcohol, se hacía cargo de Thomas. Le escuché vomitar más de una vez mientras trataba de concentrarme en el techo del dormitorio, intentando reprimir las vueltas que me daba toda la estancia. Victoria me quitó los zapatos entre risas, la ropa después.
E incluso cuando me dejó solo con la puerta cerrada, seguí pensando en el bar. En el gilipollas de Fabrizio, en la caja de mierda que nos había dejado en la puerta. En ella. La forma en la que se le movía el pelo al andar, la tela de sus pantalones que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. No había tenido disimulo para recorrerle el cuerpo por la mirada, ni lo necesitaba.
¿Sería realmente su novia? No me los imaginaba teniendo citas románticas, riéndose de cualquier cosa, o besándose. Y mucho menos era capaz de imaginármelos follando. Vaya pérdida de tiempo.
Tal vez estaba en la banda. Tal vez era solo su acompañante. Fuera lo que fuese, no tardaría en averiguarlo todo de ella. Su nombre, su pasado. Su futuro, incluso.
Y cuando llegase el momento, tendría tanta información de todo ese grupo de hijos de puta que no sabrían ni por dónde venir a atacarnos. Iba a acabar con ellos. Incluso si no volvían a acercarse a nosotros. Incluso si nos dejaban el barrio, o el espacio que fuera.
Lo único que no sabía aún era si tendría que acabar con ella también.
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𝐫𝐞𝐝𝐞𝐦𝐩𝐭𝐢𝐨𝐧 🂲 damiano david.
Fanfiction𝙋𝙍𝙄𝙈𝙀𝙍 𝙇𝙄𝘽𝙍𝙊 𝘿𝙀 𝙇𝘼 𝙎𝘼𝙂𝘼 𝘼𝙇𝙏𝙀 𝙑𝙀𝙏𝙏𝙀. ¿Qué sucede cuando le arrebatas a los reyes del barrio su liderazgo? Con la llegada de Alte Vette a la gran Roma, la ciudad eterna, las normas que regían sobre el suelo de Esquilino se...