Primer día de trabajo y ya sé que no podré soportarlo, mucho menos teniendo una jefa como la tal Federica.
Y Mauricio, ese pendejo me va a escuchar.
Me adentro en el departamento y la puerta se cierra de golpe, causando un estruendo que alerta a mi hermana. Me encamino a la cocina y me sirvo un vaso de agua porque siento que la sangre me derrite el cuerpo de la rabia que siento.
—Sebas, ¿qué te sucede? —pregunta Montserrat y yo la esquivo, pero ella se vuelve a poner en mi camino.
—Montserrat —advierto—. No estoy para mamadas.
—Me vas a decir qué carajos te sucede —ordena.
—A ti no te queda andar dando órdenes —la molesto, rodando los ojos.
—No seas imbécil, por favor. Soy una Díaz, dar órdenes está en mi sangre —dice, golpeando levemente mi pecho antes de darme la espalda y sentarse en el sofá a seguir limándose las uñas—. Habla.
—¡Que tengo una jefa de mierda! —exploto, dejando el vaso sobre la barra de la cocina—. Y que Mauricio es un mentiroso, pero ya me va a escuchar.
—Necesito que desarrolles el contexto, porque no entiendo nada.
—Mauricio se jacta de haberme conseguido trabajo, pero no es así. Me consiguió quince días de prueba, eso fue lo que me dio. ¡Como si no bastaran mis notas en la escuela de pastelería y las recomendaciones!
— ¿En serio? —pregunta Montse, mirándome con la ceja alzada.
— ¡Sí! Hijo de puta, me va a ver la cara de...
—De payaso, cabrón—me interrumpe y yo le miro, tensando mi mandíbula—. Mira, el papel de niña malcriada es mío, no tuyo. ¿Qué esperabas? ¿Llegar a la pastelería para ser el chef?
—No, pero esperaba una plaza fija —le recuerdo, cruzándome de brazos.
—Que imbécil eres, de verdad. En cualquier trabajo tendrás días de prueba —se burla de mí, negando con la cabeza—. No creas que el Díaz es el pase para obtener todo con facilidad. Creí que tú, en especial, lo tenías muy claro.
No digo nada. Mi pecho solo sube y baja con agitación mientras la miro y ella niega con la cabeza.
— Joder, Sebastián. Tienes un increíble potencial, pero tú ego creo que es más grande. Ni siquiera es egocentrismo; son las ganas que tienes de callarle la boca a papá. Pues... ¿crees que con esta actitud lo vas a lograr? Solo vas a darle la razón —suaviza el tono y lleva sus manos a mi rostro—. Te entiendo, sabes muy bien que lo hago, pero tiene que aprender a controlarte.
Me encamino hacia el living, sopesando sus palabras y suspiro.
—Metí la pata —admito, dejándome caer en el sofá y me restriego la cara con las manos—. Le dije un montón de cosas a mi... mi...
—Tu jefe, dilo. Tienes jefe, Sebastián. No es el fin del mundo —me recuerda, sentándose junto a mí—. Y a los jefes hay que enamorarlos, tenerlos contentos. Así que te aconsejo que saques la pata del fondo y arregles lo que hiciste. Ya se solucionará, en serio.
—No sé qué haré mañana —admito.
—Pues, tienes que tragarte el apellido y pedir disculpas —me aconseja ella—. Y controlarte, eres demasiado impulsivo. En serio.
—El burro hablando de orejas —ironizo y ella se ríe—. Ya veré como resuelvo eso. ¿Cuándo es que empiezas clases, por cierto? Que lata que estés aquí todo el día.
—No estuve aquí todo el día, ridículo —me remeda—. Estuve con Mauricio, molestándolo. Te toca tu dosis.
—Negativo —respondo, sacudiendo la cabeza de lado a lado.
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Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)
RomanceAmbos tienen una pasión en común: los postres. ¿El problema? Se llevan de perros. Él es arrogante, egocéntrico y bromista. Ella es testaruda, orgullosa y atrevida. ¿Qué sucede cuando un beso lo endulza todo? Hay quienes dicen que el postre es un luj...