Capítulo final.

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Luego de la boda…
SEBAS
Todos empiezan a marcharse, contentos por la unión que se ha formalizado hoy. Mi hermano y Gabriela se ven tan felices y eso me pone muy contento a mí.
Sin embargo, Fede aún sigue reacia a hablar conmigo. Busqué las mil y un formas de comunicarme con ella, pero siempre terminaba cerrándome las puertas.
Ni siquiera he podido dormir en nuestra casa, no sin ella.
No pude evitar sonreír cuando el ramo cayó en sus manos, pero ella con vergüenza lo volvió a lanzar y esta vez lo atajó Maite, la novia de Aarón. Aunque eso no quiere decir que ella se salvará de alguna propuesta de matrimonio en un futuro cercano.
Porque no voy a renunciar a ella.
Está por irse con sus padres, pero me acerco y tomo su mano. Ella me mira y yo espero a que mis suegros sigan su camino para hablar.
—Ya no puedo más, Federica —le digo y ella respira hondo, pero no me suelta—. Necesito hablar contigo.
—Está bien —accede y yo reprimo una sonrisa.
Me pone feliz que, al menos, quiera que hablemos esta vez.
Abro la puerta de copiloto para ella y se adentra en el coche. Me siento de conductor y manejo hasta nuestra casa, porque allí es donde vamos a resolver todo y, si es posible, que vuelva a vivir conmigo hoy mismo.
—Sebastián —advierte al reconocer el camino—. No me lleves ahí, por favor.
—Es donde podremos hablar con tranquilidad —le digo, mirándola de reojo.
Ella suspira y noto que juega con sus dedos. Está nerviosa y no sé por qué.
Llegamos a la casa y ella lo primero que hace es pasar el dedo por la mesa, mirándome con una ceja alzada al ver que hay polvo.
—Lo siento. No he dormido aquí desde… —no puedo culminar la frase.
Ella limpia su dedo y relaja sus hombros, suspirando.
—Bien, querías hablar ¿no? —inicia, tomando asiento en el sofá individual.
¿Por dónde empiezo?, me pregunto. Me está dando una oportunidad y no quiero arruinarlo más.
—Federica, antes de ti había muchas cosas que me dolían, que me rebajaban. Tenía que demostrar demasiado a alguien a quien nunca le importé, por lo que tuve que vivir fingiendo que no me afectaba. Fingir era lo que mejor se me daba, es por eso que para conservar el puesto en la pastelería tuve que fingir que no me importaba trabajar allí en vez de en Fraga, que me caías bien, que no me molestó que Elena te dijera que yo no iba a trabajar afuera atendiendo gente —admito y me acerco a ella, notando que se remueve en su puesto al notar mi intención. Me arrodillo frente a ella y tomo sus manos entre las mías, sintiendo que mis ojos se llenan de lágrimas—. Pero llegaste tú y me enseñaste que la pastelería también era mi lugar, luego tú te transformaste en mi hogar. Y tuve que fingir que te detestaba, que nada de las cosas que te decía eran ciertas, que no quería besarte ni… ya sabes, tocarte, hacerte el amor. Llegaste tú con tus besos dulces, tus caricias de chocolate, tu cariño y derrumbaste cualquier cosa que me impidiera sentir algo por ti.
»Y el temor más grande de mi vida dejó de ser no trabajar en el negocio, porque ahora es el perderte. Federica, esta separación me está matando, boss. Yo te amo y estas manitos —hablo, acariciándolas y acercándolas a mi boca para besarlas—… son las que quiero sostener hasta que se arruguen. Por favor, vuelve a casa y dame el privilegio de envejecer a tu lado. Porque todo lo que ahora tengo no significa nada si tú no estás conmigo, mi amor.
Ella deja salir un suspiro entrecortado y  me mira con los ojos llenos de lágrimas. Se aleja de mi agarre y acaricia mi rostro, juntando su frente con la mía y cerrando los ojos.
—Júrame que más nunca vas a mentirme ni ocultarme algo, Sebastián —suplica.
—Te lo juro, mi amor. Te lo juro por mi madre —le aseguro, llevando su mano a mi pecho.
—Sé que exageré, pero…
—No, no exageraste. Lo que yo hice estuvo mal, pero lo que quiero que entiendas es que es parte del pasado. Ahora no tengo que fingir en ningún aspecto de mi vida porque soy feliz. O al menos casi, porque solo falta que vuelvas a mi lado para serlo por completo —la interrumpo, colocando una mano en su mejilla.
—Yo también quiero envejecer a tu lado, Sebastián Díaz —dice y sorbe por la nariz, sonriendo. Mi corazón vuelve a latir con felicidad y el alivio me recorre por completo—. Quiero volver a la casa, tener un perrito, dos hijos, lo que sea, pero contigo porque te amo, niño bonito.
No lo soporto más. Mi boca busca la suya y el contacto es intenso, salado y dulce, fuerte y me casa de orbita. Ella enrosca sus brazos en mi cuello y me abraza, obligándome a levantarme para estar a su altura.
—Entonces… ¿vamos por tus cosas? —pregunto y ella afirma, sonriendo.
Me levanto de inmediato y la ayudo a colocarse a mi altura. Mis manos acunan su rostro y vuelvo a besarla, repartiendo castos roces que la hacen reír.
—Joder, te extrañé tanto —le digo, abrazándola—. No volvamos a separarnos nunca más, por favor.
—Nunca más —asegura, devolviéndome el abrazo.

Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora