13.

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Mauricio y yo salimos de la reunión, complacidos con todo lo que se habló. Nos encaminamos hacia la otra cabaña, donde seguro estarán las chicas divirtiéndose en la alberca.

―Sobre el nuevo restaurante... ―hablo, dubitativo y capto la atención de mi hermano, quien suspira.

―Espero que sí, hermano. Sabes lo mucho que te quiero allí ―dice, palmeando mi hombro―. Aunque ya me dijeron que estás fijo en la pastelería, ¿cómo te sientes respecto a ello?

―Bien, pero no es el lugar al que pertenezco y lo sabes ―respondo, encogiéndome de hombros.

―Haré todo lo posible, te lo juro. Sin embargo, en estos momentos ya tenemos pasteleros suficientes para Fraga II ―me informa.

―Solo prométeme que estaremos juntos, trabajando en el negocio familiar. Por nuestros bisabuelos, por mamá... por nosotros, Mauricio ―le pido, deteniendo el paso.

Él me imita y sonríe un poco triste, palmeando mi rostro con suavidad.

―Lo prometo, Sebas ―asegura.

Nos adentramos al lugar, observando a las chicas divertirse entre ellas. Gabriela está dentro de la alberca nadando mientras Montse y Fede conversan, sentadas en la orilla y tomando piñas coladas.

Fede se ríe de algo que le dice Montse y cuando la risa se desvanece queda una linda sonrisa en su rostro que se congela al pillarme mirándola.

―Ya se nos amargó la fiesta ―escucho que dice Gabriela, aunque sé que no lo dice precisamente por mí y eso me hace reír.

―Vayan a cambiarse para unirse a la diversión ―nos ordena Montse, empujándonos fuera del lugar―. Tienen unos quince minutos más de paz, cuando mucho ―le escucho decirles.

Mauricio y yo nos vemos, riéndonos de la situación. Nos encaminamos de nuevo a nuestras habitaciones y me desvisto, colocándome solo unos shorts playeros de color turquesa con flamencos estampados haciendo contraste. Me calzo unas sandalias de baño y tomo una toalla.

Mi hermano y yo entramos corriendo y gritando a la alberca. Lanzo la toalla en algún lugar antes de zambullirnos en el agua, chapoteando todo a nuestro alrededor. Cuando vuelvo a la superficie empezamos a salpicarnos a nosotros mismos entre risas.

―Ay, qué niños son ―se burla Fede, riendo.

― ¡Vamos a jugar! ―chilla Montse, contenta―. A las luchitas. Son dos equipos, cuatro contrincantes. Uno tiene que subirse a los hombros del otro miembro de su equipo y se hace luchitas.

― ¿Quién empieza? ―pregunto, recostándome de la orilla donde se encuentra Fede de pie.

Ella mira hacia sus pies, mostrándose imponente desde tal altura. Yo observo su cuerpo espléndido en ese traje de baño de dos piezas de color púrpura, como siempre. Me pregunto si su armario es un desborde de ese color por todas partes o tiene ropa de otro color.

Las gotas se deslizan por su cuerpo, haciéndola lucir increíblemente sexy y yo no oculto mi escrutinio, ganándome una mirada mordaz de la joven.

―Yo quiero jugar, así que me pido a Mau Mau ―pide Montse de una vez.

―No me digas así ―la regaña, irritado y ella le saca la lengua―. Bien.

―Yo voy con Sebas ―pide Gaby y sé que lo hace para salvar a su prima de mí.

Yo le muestro una sonrisa a la estudiante y me acerco, colocándome de espaldas a ella para que se trepe sobre mis hombros. Está un poco pesada, pero nada que no pueda soportar, además el agua me ayuda mucho a soportar nuestros pesos. Estiro mis manos hacia arriba para que Gaby se sostenga y camino hacia el centro de la alberca.

Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora