12.

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Unos toques en la puerta me traen de vuelta a la realidad. Restriego mi rostro con ambas manos y busco mi celular en la mesita de noche junto a mí, son las diez de la mañana y me levanto con rapidez al notar que llegaré tarde al trabajo.

Entonces, recuerdo que estoy en la habitación del hotel y que alguien estaba tocando a mi puerta, así que al llegar a ella abro la puerta y me quedo paralizado al ver a Federica.

—Como siempre, Sebastián Díaz en paños menores —habla, mirándome de arriba abajo.

Miro en dirección a mi cuerpo y cierro un poco la puerta al percatarme que estoy solo en bóxer. Le muestro una sonrisa inocente y ella rueda los ojos, quitándose las gafas de sol de color lila, por supuesto.

—No finjas que te disgusta —le digo, guiñándole el ojo.

—Tenemos desayuno incluido, así que nos vemos abajo —me comenta y yo afirmo con la cabeza. Ella vuelve a pasear su mirada por mi cuerpo y suspira—. Menos mal no le dije a Elena que viniera a despertarte, le da un patatús.

— ¿Puedo arreglarme o vas a quedarte ahí babeando por lo que ves? —inquiero, cruzándome de brazos.

—Basta con esos jueguitos, niño bonito —me recuerda y se da la media vuelta para huir de mí.

Yo cierro la puerta, riéndome. Esa mujer está loca y así me... No vayas por ese camino, una voz se hace presente en mi cabeza y agradezco que me interrumpa el hilo de pensamientos. ¿Qué iba a decir? ¿Qué así me encanta? ¡No! Así no la soporto, eso era lo que iba a decir.

— ¡Dios! Estoy hecho un lío emocional —murmuro, tomando mi cabeza entre mis manos—. ¿Y por qué esa voz en mi cabeza se parece a la de Montse? ¡Ugh!

Me ducho y visto lo más rápido que puedo, ya que las tripas me están pidiendo a gritos algo de comida. En el comedor del hotel, me encuentro solo con Federica y me siento junto a ella, frunciendo el ceño.

— ¿Y Elena? —pregunto, tomando una rodaja de pan de ajo que huele increíble.

—Creo que una de las condiciones que le puso su novio fue que... llegara temprano para hacerle el desayuno, porque al parecer debe tener alguna discapacidad como inmovilidad en los brazos o machismo severo —a medida que habla, su voz se vuelve un poco efervescente y termina mascullando entre dientes mientras pincha con el tenedor algunas rodajas del pan.

—El pan de ajo no tiene la culpa —le digo, tomando su brazo para alejarlo de la cesta—. ¿Nos tocará trabajar hoy? Así sabremos si irá o no.

—A las once de la mañana —responde, encogiéndose de hombros—. De verdad que su situación me preocupa y no sé qué coño hacer —tira de sus cabellos hacia atrás, dejando caer la cabeza casi en la mesa.

—Hey —la llamo, colocando dos dedos en su barbilla para que me mire—. Buscaremos la forma de ayudarla, ¿bien?

No dice nada por unos segundos, solo me mira con la boca entreabierta y ojos aguados. Al parecer, reacciona y se aleja, sorbiendo por la nariz y evitando mi mirada, enderezándose en su lugar.

—Bien —es lo que responde y la comida llega a nuestras mesas—. Cambiando de tema... uhm, mañana iremos al rancho ¿eh? Tu hermana no ha parado de bombardear a Gaby con ello.

—Ni a mí —concuerdo, rodando los ojos. Me armo una torre de tortitas y le coloco sirope, miel y queso—. Es muy intensa.

—Oye, uhm, no sé si deba decirte esto pero siento que sí —musita, imitando mis acciones anteriores—. Sé que a tu hermana le gusta Cristián, le robó un beso en el bar el otro día que fuimos. Sin embargo...

Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora