20.

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Luego de convencerla de que, al menos, comiera conmigo y bebiera una copa de champán, salimos de la habitación para acompañarla hasta su casa. Nos sentamos juntos el uno al lado del otro y busco su mano para entrelazarla con la mía, capturando así su atención.

Ella me sonríe un poco y, con su mano libre, acaricia mi mejilla antes de darme un beso allí. El carro se detiene al rato y yo suspiro, sin querer que se vaya.

Ella abre la puerta y salimos del carro, ya que quiero acompañarla hasta la entrada de su casa. Nos miramos por unos segundos sin saber qué decir y llevo mi mano a su cuello para quitar el cabello de su hombro. Noto que traga saliva con dificultad cuando me acerco y rozo nuestras narices, sin dejar de mirarle antes de juntar nuestros labios en un beso lento, suave y... diferente.

Puedo escucharla suspirar en medio del ósculo y cuando nos separamos, ella abre los ojos parpadeando con lentitud.

—Nos vemos mañana, caramelo de jengibre —le digo y rueda los ojos, riéndose—. Que descanse, boss.

—Igual, niño mimado —me devuelve el golpe, haciéndome reír también—. Me despides de Pascual.

—Seguro.

Se da media vuelta y se adentra en su casa, así que yo me devuelvo al coche y le pido a Pascual que me lleve al depa con Montserrat. Observo por la ventana todo el camino, recordando como mis manos acariciaban el cuerpo pálido y precioso de Fede, así como su risa y su forma de ahuyentar a la mesera.

Restriego mi rostro con las manos y suspiro, sintiéndome extraño. Tal vez porque deseo volver a por ella y obligarla a que se quede toda la noche conmigo, no importa si no tenemos sexo... solo que esté conmigo.

—Joven, ¿me permite darle un consejo? —pregunta Pascual y yo le miro por el retrovisor.

—Claro, Pas.

—Esa muchacha, así como usted la ve toda imponente y alegre, siente cosas por usted y se nota que a usted también le gusta. No se calle lo que siente, es el peor error de todos. El sexo nunca termina siendo solo sexo —aconseja y estaciona frente al edificio.

¿Tanto se me nota lo loco que me ha vuelto esa mujer?

—Gracias, Pascual. Lo tomaré en cuenta —le digo, palmeando su hombro—. Nos vemos mañana.

—Seguro, joven Díaz. Que descanse.

—Igual, Pas.

Me dirijo al departamento y noto que no hay nadie en la sala. La puerta de Montse está entreabierta y me acerco para verla dormir por unos segundos antes de cerrar por completo y entrar en mi cuarto.

Me quito los zapatos, el pantalón y la camisa de botones, quedándome solo en franelilla y me dejo caer sobre la cama, suspirando.

Pascual tiene razón. El inicio de todo esto fue incluso antes de que ella confesara que yo le gusto, que desde el primer momento sintió una atracción por mí y nuestros encuentros solo van a... incrementar esos sentimientos.

Solo que no le sucede solo a ella, a mí también.

***

—Buenos días —saluda Montse, suspirando.

—Buenos días —respondo, frunciendo el ceño al ver su semblante triste—. Creo...

—Nada que una copa de vino no arregle —dice, buscando en la alacena y la detengo cuando veo que saca una copa—. ¿Qué?

—No has ni desayunado y tienes clases, definitivamente no vas a tomar vino a esta hora —le digo, alzando una ceja—. ¿Cristián, de nuevo?

—Es que... —se cubre el rostro mientras deja salir un fuerte chillido de frustración y lloriquea—. No lo soporto más, no puedo. No soporto como la mira, como le habla, como la abraza. No soporto ni ver como siempre la lleva al trabajo, nada. ¡Ya siento que no puedo más!

Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora