22.

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Han sido unos días de mierda. Federica pasa de mí y solo me trata cuando es estrictamente necesario, todos lo notan en la pastelería. Por otro lado, Mauricio está mucho peor que yo en cuanto a actitud. Algo lo tiene cabreado o frustrado, pero no sé qué es exactamente.

Aunque creo que su problemilla tiene nombre y apellido.

—A ver, carnal. ¿Yo qué iba a saber que te gustaba tu jefa? —pregunta Daniel, trayéndome de vuelta a tierra.

—No me gusta —respondo, mirándolo.

—Entonces ¿por qué te molestó que quisiera salir con ella? —pregunta y yo ruedo los ojos.

—Porque el postre no se comparte, cabrón —mascullo, desviando la mirada—. Estamos... estábamos cogiendo.

— ¿Y qué tal? —pregunta, sonriendo de lado y trata de hacerme cosquillas.

—Pues es increíble, no lo voy a negar. Nuestros cuerpos se entienden a la perfección. Es la forma de alzar la banderita blanca entre nosotros, de resto nos repelemos.

—Suena a que te endulzó demasiado, compadre —se burla, palmeando mi hombro—. Mira, tu jefa es muy bonita y está muy buena, además, se ve que no es una mala persona. Es la triada mágica, no la dejes escapar. Se nota que te tiene loco.

Él se levanta y yo miro la hora en mi reloj. Ya va siendo hora de que vuelva a la pastelería.

—Ya nos volveremos a ver, compa. Mi vuelo sale mañana —me dice y se acerca a despedirse de mí—. Ojalá puedas resolverlo, sé que sí. Solo tienes que ser sincero.

Salimos del café y nos despedimos de nuevo antes de tomar rumbos distintos. Me encamino a la pastelería, mirando el suelo de vez en cuando y freno cuando estoy por entrar a mi trabajo ya que Fede también viene llegando. La sonrisa que llevaba, se borra y se quita el cabello del hombro al pasar frente a mí.

—Fede —la llamo, persiguiéndola hasta la entrada de la cocina—. Fede.

— ¿Qué? —pregunta, encarándome. Se cruza de brazos y alza el rostro, enarcando una ceja—. ¿Tiene algo que decir, joven Díaz?

Me mira por unos segundos y yo siento un nudo muy grande en la garganta. Ella respira hondo, cerrando los ojos y al mirarme de nuevo, afirma con la cabeza.

—Lo supuse —habla y sigue su camino a los casilleros.

Me doy toques en la frente con mi mano cerrada en puño y espero a que se adentre en el baño para acercarme a mí casillero y buscar mi filipina. Me quito la camisa y me coloco el uniforme, acercándome a una de las batidoras para continuar con mi trabajo.

—Díaz, apoya afuera —ordena Federica al salir del baño, sin mirarme.

La miro por unos segundos antes de darme media vuelta y salir al mostrador para atender a los clientes. Me consigo a Lucrecia y ella abre la boca para decir algo, pero luego la cierra.

Si alguien me dice algo más sobre Federica...

La jornada llega a su fin y me deshago del uniforme, arreglándome con mi ropa civil de nuevo. A pesar de que no hablamos, siempre espero a que todos se vayan porque Federica lo hace y así podría hablar con ella.

Sin embargo, no lo hago.

Toma sus cosas y se encamina a la salida. La ayudo a cerrar la santa maría y se sacude las manos, mirándome de reojo.

—Gracias —habla sin un ápice de sentimiento—. ¿Cuándo vas a ver a Elena?

La observo con un deje de esperanza. Si me está preguntando es porque quiere que vaya con ella, ¿cierto?

Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora