7.

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N/A: FIN DEL MARATÓN.

NARRA FEDERICA

Toma ambos platos y los coloca sobre la barra de la cocina, así podemos sentarnos mientras ¿cenamos? ¿A las 4 de la mañana se le considera cena a esto? No lo sé, solo sé que si no se pone una camisa...

Detente, me pide una voz en la cabeza. No necesito ir por ese camino. Bueno, no soy ciega y Sebastián está muy... bien, ¿qué digo bien? El hijo de su madre es guapísimo, solo que no me atrevo a decirlo en voz alta.

Cuando salí del cuarto para ir a la cocina a ver qué podía picar, ya que en serio las tripas no dejaban de suplicar comida, y me encontré con la visión de su espalda con los omoplatos deliciosamente tensos mientras preparaba su sándwich no pude evitar esconderme para mirar. No quería que viera lo hipnotizada que estaba por su piel acanelada y esos músculos suyos tensándose y destensándose con cada movimiento que hacía.

Y cuando se dio media vuelta... ¡Dios! Estoy segura de que dejé de respirar en ese momento. Ya había visto sus brazos tonificados, pero sus pectorales y su abdomen... ¡Jesús! Su abdomen es duro y marcado, guiando la vista de cualquier mujer hacia las líneas en forma de "V" en sus caderas.

Su voz me trae de vuelta a tierra y yo alzo mi rostro luego de darle un mordisco a mi emparedado. Me encuentro con esos ojos suyos, que ahora que he descubierto que son verdes me parecen más bonitos. La primera vez que lo tuve cerca, me di cuenta de que sus irises no eran del todo café, al contrario son verdes con rayas alrededor de color ámbar y amarillo. Es como si tuviese el jodido sol en su mirada. O un bosque con el sol brindándole luz.

— ¿Mmm? —murmuro con la boca llena y él se ríe un poco antes de hablar, acariciándose la barba de pocos días con la mano antes de mirar de nuevo su bocadillo.

— ¿Acaso no te duele la cabeza? —pregunta antes de dar el último bocado a su comida.

—No ahora, pero más tarde puede que sea otro cuento —respondo antes de darle un sorbo al agua ya templada.

—Yo iba a tomarme una pastilla, pero creo que el dolor de cabeza que tenía era por el hambre —dice, levantándose para tomar ambos platos y lo veo encaminarse al lavatrastos.

Tomo la jarra de vidrio y abro el refrigerador para así guardar el agua en la nevera, encontrándome con un panecillo decorado con betún blanco y unas perlas comestibles.

No me vendría mal un dulce ahora...pienso con lástima, ya que allí se quedará. Solito, sin nadie que le dé un mordisco.

La mano de Sebastián se cuela sobre mi hombro y agarra el panecillo. Cierro el refrigerador y volteo para ver como le da un gran mordisco al dulce, dejando un poco menos de la mitad. Me toma en cuenta y algo nota en mi mirada de decepción, ya que se queda paralizado por unos segundos.

— ¿Quieres? —inquiere con inocencia fingida y yo quiero golpearlo—. Ten, aún queda. Está riquísimo.

—No lo dudo —respondo, aceptándolo de igual forma porque quiero de ese manjar—. ¿Quién lo hizo?

—No lo sé, probablemente Mauricio. Le enseñé a hacer de estos —dice.

Le doy un mordisco y, a pesar de la temperatura fría, el panecillo esponjoso se deshace en mi boca, así como el dulce del betún se pega a mi paladar. Trato de no gemir por lo rico del manjar, pero no puedo evitarlo.

—Está muy bueno, la verdad —admito con la boca llena, por lo que me la cubro con la mano al hablar—. Aunque, honestamente, tu betún queda mucho más rico.

—No sabes cuánto tiempo llevaba esperando que dijeras algo sobre mi trabajo, Federica —admite con una sonrisa de niño bueno en el rostro. Es como si le hubiese dado una estrellita por buen comportamiento a un chiquillo de 4 años.

Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora