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FEDE
Un par de meses después…
Gaby ya se encuentra en Londres y debo admitir que una gran parte de mí la extraña. Montse y Cris también se fueron del país y se encuentran en Grecia. No voy a negar que siento cierta envidia hacia ellas, al ver sus fotos en redes sociales y al hablar sobre sus experiencias.
Sin embargo, sé que ellas eventualmente volverán y mi rompecabezas volverá a estar completo.
Una especie de bocina me devuelve a la realidad y la reja frente a mí es abierta por un policía. He decidido darle una visita a mi suegro y la he pospuesto muchas veces, pero Sebastián ya me contó sobre lo que hablaron antes de que le dieran las acciones de Fraga II y simplemente no puedo quedarme de brazos cruzados.
Es mi novio de quien hablamos.
Me indican dónde se encuentra el señor Díaz padre y me acerco, sentándome frente a él. Se endereza en su lugar, un tanto sorprendido por verme. Yo lo observo con ojos entrecerrados, pues luce tan distinto: delgado, pálido, desaliñado.
Todo lo contrario al aura de poder que tenía cuando lo conocí en la inauguración del restaurante que ahora dirige mi novio.
—No recuerdo tu nombre, pero sé quién eres. La novia de Sebastián —habla.
—Federica Herrera, señor Leonardo. Y, no solo soy la novia de su hijo, soy la prima de Gabriela —le recuerdo y lo noto tensar la mandíbula.
—¿Y qué haces aquí? —pregunta, desviando la mirada.
—Preguntarle por qué —respondo y este vuelve a posar sus ojos en mí, alzando una ceja—. ¿Por qué destruir la vida de sus hijos de esa manera? ¿Por qué no apoyarlos y quererlos, si son tan talentosos y tan buenos?
—¿Buenos? ¿De verdad crees que siendo un Díaz son buenos? —pregunta, sonriendo con burla.
—Lo dice como si llevar ese apellido les diera licencia para ser hijos de puta, como si lo llevaran en la sangre.
—Lo llevamos en la sangre.
—No, no lo llevan. ¿O es que acaso su padre no le habló del por qué Fraga Restaurant existe? ¿Del amor que sentía su abuelo por su esposa? ¿Del por qué las fresas son un símbolo familiar, así como el amor? Y usted se encargó de borrar todo ello.
—Amor, ¿quieres saber a dónde llevó el amor a mi esposa? El amor no es nada si no se tiene ambición, pues de ese estúpido sentimiento no se come, no se vive, no se tiene lujos.
—No, no se tiene nada de eso, pero el amor es un gran apoyo. ¿Y qué va a saber usted de eso si nunca ha amado a nadie, cierto?
—¿Cómo Sebas te ama a ti? —pregunta, la burla en su voz haciendo que me arda el pecho de rabia y decepción—. Por favor, Federica. ¿No creerás que mi hijo en serio te amó desde el principio?
—Por supuesto que no. El amor es un sentimiento que se construye —le respondo, enderezándome en mi lugar.
—Bueno, déjame explicarlo mejor: ¿No creerás que desde siempre le gustaste a mi hijo? ¿Crees que no he hablado con Montserrat? ¿Qué no me contó que su plan, para quedarse con el puesto en la pastelería esa, fue fingir que le caías bien? —sus preguntas hacen que me den punzadas en la sien, pues son como pequeños bombardeos.
¿Este tipo ya no haya que inventar para dañar a sus hijos?, pienso, negando con la cabeza.
—Ya usted no sabe cómo joder, especialmente, a Sebastián. No obstante, déjeme decirle que nada va a funcionar. Él y yo estamos juntos, él es feliz y usted jamás va a volver a quitarle la sonrisa del rostro. Eso puedo jurárselo.
—Como quieras creer, Herrera. ¿Eso era todo?
—Sí, no pienso perder mi tiempo con usted más nunca —digo, levantándome—. Ojalá el tiempo en la cárcel lo ayude a darse cuenta de todo el daño que ha hecho y salga de aquí siendo una buena persona. No por usted, sino por sus hijos. Son todos adultos, pero quieren a su padre. Lo quieren, Leonardo. Tenga eso presente.
Su sonrisa burlona se borra, pero no me quedo a ver si mis palabras le afectaron o no. Me encamino a la salida y le pido a Pascual que me lleve a casa.
Una vez llego, Sebastián me recibe con la cena a punto de estar lista y un beso en los labios.
—¿Dónde estabas, amor? La pastelería cerró hace una hora —pregunta, mirando el reloj inteligente en su muñeca.
—Bien, sé que no me lo pediste, pero fui a ver a Leonardo —confieso y Sebas me mira, frunciendo el ceño—. ¡No me mires así! Necesitaba hablar con tu padre.
—Pero… ¿de qué, Federica? ¡Él ya no tiene remedio! ¿A qué fuiste? —pregunta, acercándose a mí—. ¿Estás bien? ¿De qué hablaron?
—Claro que estoy bien, amor. No te preocupes —respondo, llevando mis manos a su mejilla—. Solo quise dejarle en claro que sus hijos, especialmente tú, son felices y que él ya no será capaz de robarles eso de nuevo. Y también le dije que esperaba que la cárcel lo ayudara a abrir los ojos, porque ustedes son sus hijos y merecen un padre que los quiera.
—Fede… —susurra Sebas, juntando su frente con la mía—. No tenías que hacer eso.
—Lo sé, pero quise hacerlo. No solo por ti, sino por Gaby y tus hermanos —respondo, rodeando su cuello con mis brazos—. Cerrar ese feo capítulo en nuestras vidas.
—Bien —responde, suspirando y se endereza en su lugar, rodeando mi cintura con sus brazos—. ¿Te dijo algo más?
—Mentiras de él, como siempre. Tiene que tener la última palabra —le resto importancia—. Nada que valga la pena.
—No, amor. Dime todo, por favor —pide.
—Prácticamente me dijo que, al menos al principio, me usaste para poder quedarte con el puesto de sous chef pastelero en el trabajo —le digo y suelto un bufido, rodando los ojos—. Se lo dijo Montse, supuestamente. Sin embargo, no te preocupes, no le creí.
Los hombros de Sebastián se tensan bajo mi abrazo y yo lo miro a los ojos, notando algo en su mirada que hace que se me encoja el corazón.
—No le creí, Sebas. Porque no es verdad… ¿cierto?
Boss, no es del todo mentira, pero tampoco fue así como él quiere hacerte creer. Ni siquiera sabe cómo pasó todo —responde y yo me alejo de él, quitando sus manos de mi cuerpo—. Fede, yo era un idiota y lo sabes. Sin embargo…
—¿Entonces tiene razón? —mi voz sale apenas en un hilo de voz y siento que mis ojos arden—. ¿Me usaste para quedarte en Dulce tentación?
—Nunca te usé. Quise creer que era así, pero nunca fue así —asegura, dando un paso hacia mí, pero yo levanto la mano para que no se acerque más—. Fede…
—Dime todo, necesito entender esto —pido—, pero no te acerques.
—Sabes que yo era muy imbécil cuando empecé en la pastelería, amor —inicia—. El primer día llegué molesto y le conté a Montse lo que sucedió, ella se burló en mi cara por mi actitud de niño malcriado y me aconsejó que te pidiera disculpas y empezara a actuar mejor, finge ser buena persona fue lo que me dijo.
»Al siguiente día, me sentí presionado porque yo no entendía por qué debía pedirte disculpas, pero me armé de valor para hacerlo aunque no lo sintiera. Sin embargo, lo que te dije era cierto. Se suponía que yo debía empezar a trabajar en el restaurante y eso me tenía encabronado con el mundo.
Cierro los ojos y tarto de no pensar en qué más fingió. ¿Se acostó conmigo por mantenerse en el trabajo? ¿Hasta qué punto nuestra relación fue falsa y es real?
—Pero, si te soy sincero, jamás fingí, Federica —continúa y yo lo miro con incredulidad—. Siempre me decía que lo hacía, pero al final lo que estaba fingiendo era que no me agradabas, solo que lo pretendía conmigo mismo. No es mentira cuando te digo que el beso que me diste, cuando logré quedar en la pastelería, cambió todo para mí. ¿Por qué te pones así, amor? Eso fue hace tiempo y yo no era quien soy ahora.
—Eso es lo peor de todo, ¿sabes? —murmuro, cerrando los ojos por unos segundos—. Que no te das cuenta de la gravedad del asunto. ¡Fingiste conmigo para quedarte en la pastelería! ¡Me usaste como un medio para un fin! Y yo… yo pensé que toda nuestra historia fue real desde el inicio, aún con los tropiezos y dificultades.
—Nuestra historia es real, lo juro. ¡Lo juro, amor! —exclama, tomando mi rostro entre sus manos, mientras las lágrimas se escurren por su rostro cuando forcejeo para liberarme.
—Lo siento, Sebastián, pero ¿cómo quieres que te crea si me mentiste desde el principio? —pregunto, acariciándome la frente—. Si ya tenías la plaza, ¿por qué acostarte conmigo? ¿Para conservar el puesto, cierto? Para mantener a la jefa contenta porque pensabas que yo mezclaría el trabajo con lo personal, pero ¡tonta yo que sí lo hice!
—¿Me diste la plaza y borraste todas mis observaciones porque te gustaba y no porque pensaste en mi talento y capacidad para trabajar en la pastelería? —pregunta.
—Una parte de mí sí lo hizo —admito—, pero tú… dime, ¿en qué parte lo nuestro se vuelve real?
—No me acosté contigo por ningún otro motivo más allá de que te deseaba, Federica. ¡No pongas palabras en mi boca porque las cosas no son así! —exclama y se limpia el rostro con poca delicadeza.
—¿Y por qué nunca me lo dijiste, Sebastián? ¡¿Por qué me tuve que enterar por tu padre?! —grito, pero mi voz se rompe cuando mi llanto ya no puede retrasarse más.
—Lo siento, amor, pero no lo vi importante porque te amo y estamos juntos, de verdad. Desde el inicio solo me mentí a mí mismo, jamás a ti.
—Yo… en estos momentos no puedo verte a la cara —hablo, alzando las manos y luego me limpio las mejillas—. Me iré.
Necesito espacio y pensar, porque todo esto solo me está comiendo la cabeza con inseguridades y dudas, pienso.
—Entiendo que necesites un tiempo a solas, amor, pero te juro por Dios que te amo y que jamás lo fingí. Mi amor por ti es real —me asegura, tomando mi mano para colocarla en su pecho.
Miro el gesto, sintiendo su corazón latir bajo mi mano, y luego su rostro antes de soltarme y negar con la cabeza.
—No estás entendiendo —musito—. Me voy de la casa, volveré con mis padres.
—Pero… ¡Fede, no, espera!
—¡No lo entiendes! Detesto las mentiras, Sebastián, y no puedo estar con una persona cuando tengo tantas dudas e inseguridades en mi interior. Necesito espacio y pensar sin tenerte nublando mi juicio.
—Te daré todo el espacio que quieras. Es más, me iré yo. Quédate aquí, no te vayas. No te vayas, Federica, por favor —suplica.
Yo observo la casa y niego con la cabeza, lo poco que hemos vivido aquí me va a comer viva.
—No puedo, Sebastián.
Me encamino al cuarto, con él rogando que no me vaya y que lo perdone, mientras recojo mis cosas. Le pido que pare varias veces y termino explotando, gritándole que se salga de la habitación.
Cuando lo hace, cierro la puerta y termino de empacar mis cosas. Necesito ordenar mi cabeza, lo necesito lejos por un par de días al menos.
Le juré a Leonardo Díaz que no iba a lograr hacer infeliz a su hijo de nuevo, pero en estos momentos no sé si pueda cumplir mi promesa.

Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora