21.

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Me adentro en la oficina de mi hermano y me siento frente a él. Está hablando por teléfono y me hace una seña para que espere, luego corta.

—Necesito tu ayuda —hablo. Él alza las cejas, seguro sorprendido ante mis palabras—. Bueno, no soy yo quien la necesita exactamente. El punto es que necesito al abogado de la familia.

—Sebas, ¿pasó algo? —inquiere, enderezándose en su puesto. Me mira con preocupación y yo niego con la cabeza—. ¿Por qué necesitas a Juárez?

—Tengo una amiga que lo necesita, ella es de la pastelería. Queremos llevar a juicio su caso, para que así atestigüe —le comento.

— ¿Cuál es su situación? —inquiere, recargándose de nuevo del espaldar.

—Violencia doméstica —respondo y él suspira, acariciando su sien.

—Hablaré con Juárez y me encargaré de todo —afirma, mirándome—. ¿Se encuentra bien?

—Si bien es estar con un ojo morado e hinchado al punto de que no puede abrirlo y un embarazo causa de una violación... —respondo, bajando la mirada.

—Joder, Sebas. ¿Tú estás bien? —pregunta y yo le miro.

—Lo estaré cuando vea al hijo de puta de su ex en la cárcel —respondo, levantándome de mi asiento—. Gracias por ayudarla.

—La estamos ayudando —me corrige, colocándose a mi altura—. Estaré al tanto de todo, ¿bien?

—Bien, me voy a casa.

—Yo voy a Café Toscano, si no te llevara yo —se excusa, organizando unos papeles.

— ¿Y eso que vas para allá? —Pregunto, alzando una ceja—. ¿No tiene nada que ver con una mujer llamada Gabriela?

Él resopla y rueda los ojos, negando con la cabeza.

—Ya sabes que no nos soportamos, Sebas —habla y luego me sonríe. Yo frunzo el ceño, confundido—. Como tú y Fede, ¿cierto?

—Ya no nos detestamos tanto como antes. Podemos... tolerarnos —miento, desviando un poco la mirada.

Si tolerar es haber visto su cuerpo desnudo y escucharla gemir mi nombre, entonces quiero practicar más mi tolerancia. Es un valor muy importante para el ser humano.

—Ya, claro. ¿Y cómo arreglaron las cosas? —inquiere, alzando una ceja.

Cogiendo.

—Limitándonos a ser profesionales, Mauricio —respondo, fingiendo una sonrisa—. Deja de chingar, nos vemos luego.

—Voy a tener una reunión con la junta directiva por la inauguración del restaurante —me dice y yo detengo mi caminar, mirándolo por encima de mi hombro—. Pelearé con uñas y dientes para que te den el puesto de Chef Pastelero.

—No lo hagas más, Mauricio —le digo, encarándolo.

— ¿Qué cosa? —pregunta.

—Ilusionarme —respondo y me doy media vuelta, saliendo de su oficina.

Pascual me lleva hasta el departamento, mientras yo no puedo de dejar de pensar en el restaurante, en mi familia, en Elena. Suspiro, cansado de la mierda que sucede en el mundo.

Elena no ha ido a trabajar, por supuesto, pero la hemos ido a visitar ya que le he dado acceso a mi habitación en el hotel. Queremos demostrarle que no está sola, tratando de darle un poco de calor familiar. Le hemos dado comida, dulces, le curamos las heridas, conversamos sobre cosas banales para hacerla olvidar su situación por unos instantes.

Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora