El día da paso a la noche y el remordimiento de conciencia me carcome el cerebro. Miro mi celular, en específico el nombre de Federica en el mensaje que estoy dudando de enviar o no.
Fui un imbécil esta mañana con ella y estábamos trabajando bien, no quiero arruinar el ambiente de trabajo porque no me conviene y porque es el único sitio donde estoy en paz. A medias.
Mensaje para Boss:
Federica, sé que quisiste acercarte a mí con buena intención. Sin embargo, estaba bastante susceptible, como pudiste notar, y por eso te traté mal. Otra vez.
Y, de nuevo, no te lo merecías. Así que te pido disculpas, no he podido dejar de pensar en lo mal que fue lo sucedido esta mañana.
En serio, lo lamento.
Maldigo en voz alta y le doy clic en enviar. Unos largos segundo después, me llega su respuesta y no sé cómo tomármela.
Mensaje de Boss:
La verdad es que no me sorprende. Desde el primer día noté que eres un imbécil y eso es algo que no vas a cambiar, Sebastián. No vuelvas a disculparte por ser quien eres, al parecer así va a ser nuestra relación: cuando estés susceptible, me tratarás de la mierda cuando yo solo intento ser buena persona, luego me pedirás disculpas y yo te perdonaré.
Sin embargo, hoy noté algo y eso me permite saber que mereces ser disculpado una vez más. No obstante, no sé si serás perdonado la próxima vez.
Porque sé que la habrá y la estaré esperando, lamentablemente.
Buenas noches, señor Díaz".
—Me lleva la chin... —mascullo, llevando mi almohada a la cara en señal de frustración.
Esto no está bien. Para nada bien.
***
La semana transcurre con una extraña normalidad. Federica y yo hemos trabajado en nuevos encargos, exitosos por supuesto, pero no he logrado sacar unas lindas palabras a mí persona de su parte.
Todos estos días han sido un poco estresantes por el trabajo, ella me abruma al no quitarme esa mirada inspectora suya como si hiciese notas mentales. La he visto con un bloc de notas en la mano y no sé si eso es lo que creo que es: las observaciones.
La sensación de ser observado me trae de vuelta a la realidad. Alzo la mirada en busca de sus ojos cafés y los encuentro, por supuesto, sobre mí.
—Una foto duraría más, ¿no crees, boss? —me burlo, captando la atención de varias compañeras. Hay un deje de vergüenza en su mirada, pero es fugaz—. Sé que soy guapo, pero me estás desgastando con la mirada.
—No te estoy observando por guapo, que tampoco eres algo excepcional —añade, acercándose a mí con los brazos cruzados—. Estoy supervisando. Aún te faltan unos cuantos días para pasar la prueba.
—Lo que sea que te deje dormir mejor por las noches —me burlo, volviendo mi mirada a la mesa llena de harina frente a mí.
—Imbécil —masculla, saliendo de la cocina.
Escucho un par de risitas y yo no puedo evitar sonreír un poco, mirando en dirección a la salida. Sé que aún está un poco dolida por lo que pasó el lunes, pero he tratado de llevar nuestra relación, como ella lo ha denominado, al punto en el que estábamos luego del primer encontronazo entre nosotros.
Y creo que ha funcionado.
Todo sea por obtener la plaza fija, me recuerdo.
Salgo de la cocina, encontrándomela cerca de la caja de cobros al cliente. Se tensa cuando nota que me estoy acercando a ella y me mira por el rabillo del ojo.
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Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)
RomanceAmbos tienen una pasión en común: los postres. ¿El problema? Se llevan de perros. Él es arrogante, egocéntrico y bromista. Ella es testaruda, orgullosa y atrevida. ¿Qué sucede cuando un beso lo endulza todo? Hay quienes dicen que el postre es un luj...