En un abrir y cerrar de ojos, la semana ya está acabando. Federica y yo nos llevamos bien de nuevo, solo que... es un trato distinto. Me habla con un buen tono, me sonríe si digo algo gracioso, pero no está allí la tensión de antes.
Está presente, pero la siento distante y eso me tiene cabreado.
El día termina y me encamino a mi casillero para cambiarme. Federica se coloca a mi lado y me mira, regalándome una sonrisa tan pequeña como fugaz y yo suspiro. Revisa su celular y frunce el ceño antes de volverlo a guardar.
—Eh, ¿Sebas? —pregunta y yo le observo. Ella mira a su alrededor y se acerca un poco más—. ¿Crees que puedas darme el aventón a mi casa hoy? Gabriela me pidió que no la fuera a buscar hoy.
—Sabes que no tengo ningún problema —le digo, sonriendo y ella afirma, desviando la mirada.
—Gracias —responde.
Todos empiezan a irse de a poco hasta dejarnos solos. Federica está terminando de arreglar unas cosas y se pone de puntas para tratar de alcanzar el último eslabón del estante donde van algunas ollas. Me acerco, colocándome detrás de ella, y le quito la olla para colocarla en su lugar. Puedo escuchar como retiene su respiración y me acerco a su oído, bajando mi mano por su brazo en una caricia que le eriza la piel.
—Sebas... —su voz sale ahogada y temblorosa—. Estamos en el trabajo.
— ¿Y si no lo estuviéramos, boss? —Murmuro y siento como tiembla su cuerpo—. Estás muy distante, no me gusta. Te extraño —admito.
Doy un paso hacia atrás y ella se gira, encarándome. Traga saliva con dificultad y luce nerviosa, sin poder mirarme directo a los ojos.
—Estamos en buenos términos, mas no en los de antes, Sebastián Díaz —habla, alzando la barbilla—. Solo eres un compañero de trabajo para mí y yo solo quiero ser tu jefa. Es mejor... mantener la distancia.
— ¿Solo soy un compañero de trabajo? —inquiero, acercándome de nuevo a ella pero alza la mano, pidiendo que no siga—. Fede, no quiero. No quiero esos términos.
— ¿Entonces qué es lo que quieres, Sebastián? ¿Quieres que sea tu amiga? Porque no puedo, lo siento pero no puedo. No puedo, ni quiero ser tu amiga —responde, quitando la mano entre nosotros.
—Quiero poder... quiero poder besarte —murmuro, tomando su rostro entre mis manos. Mi nariz viaja hacia su mejilla, rozando su piel, hasta llegar a su oreja—... necesito poder besarte, Fede. Te necesito, ¿qué más quieres de mí? ¿Qué más quieres escuchar?
—Quiero que sientas lo mismo que yo siento por ti, Sebastián, pero veo que eso es imposible —responde, alejándose de nuevo—. Creo que es mejor que me vaya sola en autobús. Nos vemos mañana, señor Díaz.
Intenta pasar de mí, pero la tomo del brazo y tiro de ella hacía mí. Nuestros rostros quedan tan cerca que nuestras narices se rozan. Mis ojos buscan los suyos por unos segundos, pero los encuentro mirando mi boca y ese simple gesto me hace querer mandar todo a la chingada.
No la dejo ir, no puedo hacerlo, así que la termino acercando más y uno nuestras bocas en un beso desesperado y lleno de mucho voltaje. Ella no se aleja como esperaba y me corresponde. Mis manos inquietas viajan por su cuerpo hasta llegar a su trasero y amaso sus nalgas sobre el jean, clavándole la erección que me provoca de inmediato.
Se aleja por un segundo y tira de mi mano, llevándome hasta el baño y cierra la puerta con pestillo antes de volver a besarme. La alzo y la siento sobre la barra del lavamanos y bajo mis besos hasta su cuello, permitiéndome así escuchar sus jadeos y sentir su pecho subir y bajar con agitación. Sus piernas me acercan más a ella y sus manos empiezan a desabotonar mi camisa.
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Caricias de chocolate | Libro 2 | Trilogía "Gastronomía del placer". (+18)
Storie d'amoreAmbos tienen una pasión en común: los postres. ¿El problema? Se llevan de perros. Él es arrogante, egocéntrico y bromista. Ella es testaruda, orgullosa y atrevida. ¿Qué sucede cuando un beso lo endulza todo? Hay quienes dicen que el postre es un luj...