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"Exactamente lo que se supone que ocurre a los hombres en el llamado amor a primera vista, cuando sienten de pronto que una mujer desconocida hasta ahora es la mujer de su vida y permanecerán a su lado hasta el fin de sus días"- Patrick Süskind





Ekaterina

El cambio climático era tan brusco, que tuve que empezar a quitarme prendas desde el baño del avión. Era una suerte enorme que pudiera conseguir la manera de viajar a un pueblo que no tenía aeropuerto, pero sí un lugar relativamente cercano donde poder aterrizar.

Ahora me daba cuenta que el bolso con ropa, no me serviría de nada en este lugar donde se respiraba calor y el sol parecía estar en lo alto siempre. Al menos si veía la parte positiva, podría tener el bronceado que nunca logré en Rusia.

Gracias a Alec, un antiguo compañero de instituto, había entrado a un avión privado que tenía como destino final Maranhao. Con Alec habíamos sido cercanos desde niños, y cuando llegamos a la edad donde picaban las hormonas, no tuvimos mejor idea que empezar a salir.

Fue una pequeña aventura pasada por agua que duró dos meses. En donde ninguno de los dos pudo desenvolverse bien, y no pasó de unos cuantos besos. Estaba segura que Alec siempre estuvo pegado a muchos más sentimientos de los que yo podía corresponder.

Cuando las cosas empezaron a funcionar mal en casa, nuestros círculos sociales disminuyeron, entre ellos los que involucraron a la familia de Alec. Al menos un año no habíamos tenido contacto, y qué gran sorpresa se llevó cuando recibió una llamada mía en la noche.

Y aquí estaba...

Con una maleta llena de ropa de invierno, dos mil dólares prestados por Alec, y mis documentos.

Lo único que me había llevado de mis padres, era la educación que me dieron, lo que me servía para hablar fluidamente el idioma del que sería mi nuevo hogar.

— ¿Sabes donde vas a ir? — Preguntó Alec. Asentí como respuesta — Puedes quedarte conmigo, voy a estar unos meses aquí.

— Sabes que no puedo.

— Lo sé, pero no lo entiendo.

— Tengo que buscar mi independencia, ya hiciste demasiado por mí con esta locura. — Suspire tratando de frenar el dolor de cabeza por el calor — Además, en algún momento tendrás que volver a casa.

Alec tomó una de mis manos entre las suyas. Él era el estereotipo del hombre ruso, demasiado rubio y con los ojos demasiado celestes.

Se acercó a mí, bajando su rostro casi al mío.

— Podemos hacerlo funcionar, Kata. — Murmuró mirándome fijamente

Me aparté un poco nerviosa por su gran figura cerniéndose casi sobre mí. No estaba huyendo de un hombre para quedarme con quien me daba una mano. Definitivamente estaba considerando el hacerme monja, porque dudaba que algún hombre pudiera hacerla sentir algo más que dudas.

— No podemos. — Le aclaré dulcemente, porque después de todo, no dejaba de ser Alec, mi gran amigo — Necesito escapar hasta que esté todo más calmado, quizás cuando haya pasado puedo volver a casa contigo.

Pareció pensarlo, y aunque los dos sabíamos que era casi imposible que todo se mejorara por Rusia. Solo esperaba, y realmente oraba para que el viejo verde que quiso comprarme se encontrara otro capricho y me dejara en el olvido.

— Al menos déjame buscarte un lugar para quedarse. — Observo la hora en su reloj de pulsera — En media hora tengo que salir para Río de Janeiro, puedo alcanzarte.

La Reina de los SaxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora