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Ekaterina

El trayecto a casa fue silencioso. Cuando Neo trotó rápidamente para contarle los nuevos planes a Alexander, el mayor de los hermanos dejó a cargo a Jasper y decidió finalizar su jornada laboral.

Entonces nos encontrábamos los cuatro en el auto de Neo, llegando a la casa en menos de diez minutos. Neo conducía, yo iba a su lado, Alex y Bastián iban detrás.

Todos en absoluto silencio, pero vibrando en ansiedad. Sabíamos lo que venía, era inminente, como saber que en la mañana el sol estaría en el cielo.

Cuando estuvimos en la acera, los tres enormes cuerpos se pusieron a mis costados, como si me escoltaran hasta la entrada del que era mi hogar. Solo pedía que esto saliera bien, porque no me imaginaba yendo a ningún lugar. Me gustaban las paredes coloridas, la gente simpática y el calor de Masium.

Neo dejó las llaves en el tazón que estaba en el recibidor donde hablamos por primera vez, Alexander se sacó los zapatos y arremango su camisa, Bastián directamente se la quitó.

Me retorcí las manos, dándome cuenta que estaba sudando y que no había dado ni un solo paso. Los observaba moverse con la mayor naturalidad dentro de la casa, no teniendo ni un gramo de nervios en sus fibrosos cuerpos. En cambio yo no daba más, casi rozando la angustia.

¿Y si me dolía?

¿Y si no los complacía?

¿Cómo sería la dinámica?

¿Y si uno de ellos me rechazaba?

No me imaginaba tener gusto por uno más que otro. Los tres tenían una porción preocupante grande en mi pecho, siéndo imposible elegir entre ellos.

— ¿Kata?

Bastián estaba de pie entre los sillones y la mesa de café. Era difícil concentrarme en mi nerviosismo cuando veía ese pecho dorado. Neo se dejó caer sin cuidado sobre el sillón, mientras que Alexander estaba de pie con un vaso de whisky en la mano.

Los tres me observaban intensamente, teniendo esos mismos ojos verdes, pero con expresiones distintas. Si alguna vez perdía la memoria, podría recordar los ojos de cada uno y saber a quien pertenecía cada mirada.

Bastián extendió un brazo en mi dirección, llamándome. Di unos cuantos pasos temblorosos y al final tomé la mano que me ofrecía. Me sonrió con dulzura, inspirándome un poco más de confianza. Fuimos juntos hasta sentarnos en el sillón, con Neo a mi derecha y Bastián a mi izquierda, quedando yo en el medio. Alex se abrió camino hasta sentarse en la mesita de café frente a mí.

Tomé muchísimo aire, más del que mis pulmones podían soportar. Las fragancias masculinas eran distintas, pero embriagantes. La mano de Alexander se posó en mi rodilla desnuda, enviándome escalofríos por toda la columna vertebral. Neo tenía uno de sus brazos en el respaldo del sillón, pasando por mis hombros como en un abrazo. Bastián aun sujetaba mi mano, dando pequeñas caricias al dorso.

Todos me estaban tocando, de manera inocente, pero no quitaba que el espacio se empezaba a reducir.

— Neo me dijo que querías venir aquí, y sabemos para qué.— Alex fue el primero en romper el hielo — Vamos a hablar de ello.

— No creo que sea lo más conveniente.

— La base de cualquier relación, es la comunicación.

Me fije en la mano entrelazada con la de Bastián. El silencio se quebraba solo con el sonido de las cuatro respiraciones, poniéndome aún más nerviosa.

La Reina de los SaxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora