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"La mejor manera de saber si puedes confiar en alguien es confiando"

-  Ernest Hemingway


Ekaterina

Vi a Neo parado detrás del sillón que compartía con su aún dormido hermano, y no pude evitar lamentarme por dormirme en la sala junto al calor de Bastián.

Alcé ambas manos, viendo como estas temblaban. Neo quiso rodear el sillón para llegar hasta mí, pero negué fervientemente y se quedó clavado en su lugar. Pasó de tener una sonrisa juguetona a plasmar el miedo y las dudas en su semblante.

— Por favor...— Sentí mi labio inferior temblar y di otro paso atrás — Solo déjame.

— Podemos hablarlo, no es nada malo lo que te pasa.

La voz ronca de este Neo era igual al de mi sueño, con la diferencia que este no parecía el depredador de siempre, sino una simple persona pidiendo la oportunidad de explicar algo.

Algo que no podía manejar ni sostener en estos momentos.

— Te pido solo una cosa. — Me aclaré la garganta para tener la voz al menos un poco más firme — Solo deja que vaya a trabajar, y no les digas nada.

Neo intentó dar un paso en mi dirección, pero al verme un poco más tensa, subió ambas palmas en señal de rendición.

— Sabes que esto tarde o temprano debe ser conversado. — Trató de hacerme razonar

— No hoy...— Musité mirando sus ojos verdes con miedo — Por favor, no hoy.

Asintió y esa fue la señal que necesité para correr escaleras arriba. Cerré la puerta de mi cuarto y me apoyé en ella, quizás tenía la respiración agitada por la corta carrera o por la situación, no lo sé.

Fui directo a la ducha, tenía menos de media hora para presentarme en el trabajo. Me desvestí y mientras el agua borraba los rastros del orgasmo que tuve dormida, trate de pensar la mejor manera de manejar esto que me pasaba.

Me puse un vestido negro que se ajustaba en mi pecho y se abría a la altura de mi cintura con un largo que iba un poco más arriba de las rodillas. Me maquillé un poco, nada más qué delineador y máscara de pestañas, observé mi reflejo en el espejo y sonreí satisfecha.

No quería destacar, ya lo hacía demasiado con el tono casi blanco de mi cabello y la palidez que parecía ser luminosa. Me calcé con unos tacones brillosos y bajé con cuidado.

Siempre iba al bar con alguno de los hermanos, a veces con los tres, pero dadas las circunstancias, preferí huir sola.

Ya estaba oscureciendo pero el bar no estaba muy lejos de la casa, de hecho, podía ir caminando tranquilamente. Mire la hora en la pantalla del celular, aún quedaban quince minutos para mi entrada.

Camine las cuadras que me separaban del bar. Algo que disfrute desde el momento cero aquí, es cruzarme con personas que sin conocerme, me saludaban con una sonrisa. Siempre procuraba devolvérselas, agradecida por la cordialidad. Era un pequeño sentido de pertenencia, algo que me estaba dando cuenta de a poco que no tenía en Rusia.

Llegué a tiempo, saludando a Jasper y Sasha, mis compañeros de trabajo. Jasper tenía treinta y cinco años, era un ex militar que por azares del destino terminó en Masium. Sasha en cambio tenía aproximadamente mi edad, y podía decir que era tan cuidada como yo.

Ningún hombre se nos acercaba para ofrecernos alguno de los placeres que se veían en La Reina, ella era considerada una hermana para los Sax, por lo que entraba en la lista de las intocables.

La Reina de los SaxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora