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Ekaterina

Era uno de esos horrendos días, en donde mi periodo me atacaba con toda la fuerza del universo. Sentía como si unos mini karatecas estuvieran teniendo una pelea a muerte dentro de mi útero.

El calor no ayudaba para nada, pero al menos tenía un aire acondicionado que templaba la habitación, aunque eso no me quitaba la molestia.

— ¿Cómo te sientes?

Alcé la vista, de las sábanas de la cama de Alex, viendo a Neo entrar al cuarto. Vestía una camisa fina arremangada y unas bermudas. No entendía muy bien cómo podía combinar esa ropa y verse siempre rudo y sensual, aunque supongo que era una cuestión del porte que ya tenía.

— Aún tengo unos dolores, pero son más suaves desde que me diste el analgésico.

Sí, me estaba comportando como un bebé, pero era maravilloso sacarle provecho a la única temporada en donde me sentía morir. Cada mes, el primer día del periodo menstrual era satánico, y desde que ellos lo supieron no hacían nada más que mimarme y consentirme.

Incluso peleaban entre ellos por quien me daba la mayor atención.

Neo se sentó en el borde de la cama y acariciaba mis cabellos con ternura. Me acurruque contra su figura, sintiéndome diminuta y lista para ser cuidada. Eso era algo que amaba de ellos, la devoción con la que me tenían en sus manos.

— Quisiera hacer algo para que esto no te pase, mi amor. — Se veía al más boca sucia de la familia, siendo un completo protector — Me cambiaría de lugar para que me duelan los huevos todo el día, y que tu no tengas que pasar por eso.

— Que poeta, hermano...— La voz de Alexander llegó desde la puerta, llamando la atención de los dos

Estaba parado en el marco, con las manos en la espalda escondiendo algo. Dio unos cuantos pasos dentro del lugar y sonrió ampliamente.

— ¿Cómo estás?

— Me siento un poco mejor. — Señalé al moreno a mí lado — Neo me dio unos analgésicos y estoy sintiéndome bien de a poco, no te preocupes.

Asintió lentamente y le guiñó un ojo a su hermano. Sacó detrás de la espalda lo que escondía, mostrando un gran ramo de flores y una caja enorme de chocolate.

— Te traje unas cosas que te pueden ayudar a sobrellevarlo.

Me quité las sábanas de encima y con rapidez, poniéndome de rodillas en la cama para tomar lo que me ofrecía.

Neo le dio un codazo en el vientre a su hermano, frunciendo el ceño en un lindo y tierno puchero.

— ¡Bastardo! — Le gritó indignado por haberme traído flores y chocolates — ¡Siempre haces lo mismo y nos hace quedar como novios de mierda!

Alexander se reía abiertamente de su hermano que refunfuñaba cómicamente. Olí los jazmines, embriagándome con el aroma de mis flores favoritas y corte un trozo de chocolate para llevármelo a la boca.

Era increíble, pero ellos realmente estaban en cada detalle. Sabían exactamente cuáles eran mis gustos y buscaban por todos lados hasta dar con ellos. Como por ejemplo el increíble chocolate suizo que se deshacía en mi lengua.

— No tengo la culpa que no seas atento con nuestra mujer, Neo. — Alexander puso una mano en sus cabellos, despeinándolo como a un niño — Ya tendrás tiempo para acordarte, pequeño.

Neo quitó la mano en su cabeza cuando se puso de pie de un salto. No le había gustado para nada que lo trataran como un niño y menos cuando se ponía en duda lo buena pareja que podía ser para mí. Era el hermano que quizás, se desvivía para hacer buena letra.

La Reina de los SaxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora