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"Nadie es más arrogante, violento, agresivo y desdeñoso contra las mujeres, que un hombre inseguro de su propia virilidad"

- Simone de Beauvoir



Ekaterina

Abrí lentamente los ojos cuando unos brazos fuertes me apretujaron. Parpadeé varias veces para enfocar a mi alrededor, y recordé que estaba en la habitación de uno de los hermanos.

— Buenos días, mi amor. — Susurró Neo en mi oído

Me atrajo más cerca de su cuerpo, pegando mi espalda por completo a su pecho y sintiendo en mi trasero el nacimiento de una erección.

— Tú no te cansas nunca.

Mi voz salía pastosa y ronca, demasiado adormilada. Me acurruque más contra el enorme cuerpo detrás mío, tomando toda la calidez que pudiera brindarme.

— No puedes culparme, tengo un maldito incentivo meneándome el culo justo aquí.

Sonreí y me agité un poco más contra él, robándole un jadeo seguido de una pintoresca maldición. Me di la vuelta sin salir de la prisión de sus brazos, viendo de frente al semental de cabello negro desordenado y ojos verdes.

Acerqué mi rostro al suyo y le di un beso suave, disfrutando de sus labios en los primeros minutos de la mañana. Él tomó mi rostro, profundizando el beso y frotándose contra mi cuerpo. Una de las cosas que amaba de despertar junto a uno de los hermanos, era la cantidad de atenciones que me podrían ofrecer.

Aparté lentamente mis labios de los suyos. Mantuvo los ojos cerrados, disfrutando de las caricias que le daba en el pecho.

— A veces pareces un gato, vibrando cada vez que te toco.

Abrió los ojos y sonrió con picardía, casi pude escuchar sus pensamientos lujuriosos, aunque él no hacía ni el mínimo esfuerzo para callarlos.

— Y si me tocas la polla, sabes que puedo vibrar con fuerza.

— ¡Neo! — Me tapé el rostro un segundo, avergonzada mientras lo escuchaba reír a carcajada limpia

— Jajaja mi amor, tienes que ver tu rostro. — Me tomó del rostro para darme un beso de pico — Y pensar que conoces todo mi cuerpo, te asusta cuando digo "polla".

— Déjame. — Lo empujé riendo — Tenemos que levantarnos, hoy les toca a ellos el desayuno.

Me puse de pie, tapando mi cuerpo con la sábana, dejando el de Neo totalmente a la vista. Volvió a sonreír complacido con mi mirada barriendo por su piel. Puso sus brazos detrás de su cabeza como una almohada.

— ¿Te gusta lo que ves?

Le arroje una almohada que tuvo que esquivar con poca destreza y elegancia.

— Levántate. Vamos a bañarnos y limpiar la habitación.

— No me gusta limpiar el cuarto.— Neo hizo un puchero mientras se ponía de pie y buscaba los bóxer que habían quedado abandonados en el suelo — Mejor nos quedamos en la cama todo el día.

— No, cariño. Tus hermanos nos estarán esperando, seguro.

Encontré una camiseta de él y me la puse, dejándola colgando debajo de mis muslos. Neo se acercó perezosamente detrás mío, pasando sus brazos por mi cintura y apoyando su mentón en mi cabeza.

La Reina de los SaxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora