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"En el amor y en el monte, hasta el que conoce se puede perder

se queda dando vueltas"

- Jorge Rojas

Ekaterina

Eran apenas las 7 a.m y estaba poniendo la cafetera. Faltaba al menos media hora para que Alexander apareciera por la cocina, siendo el primero en despertar todos los días. Por lo general, era el que me ayudaba a preparar el desayuno para todos.

Siempre estaba parado junto a mí en el mesón, rozándome accidentalmente pero moviendo las mariposas en mi estomago. Alex era el más callado, el analítico de los tres. Estaba siempre cómoda con él, aún sabiendo que me observaba todo el tiempo que estaba en silencio.

El aroma del café inundaba el lugar mientras cortaba unas frutas para el desayuno, poniendo extra a todo porque había un comensal más. Escuché la puerta abrirse detrás de mí, dejándome ver el cuerpo grande y pálido de Alec.

— Buenos días, Eka.

— Buenos días, Alec. — Me acerqué y le di un beso en la mejilla, de inmediato abrió los ojos sorprendido por mi acercamiento — Lo siento, es la costumbre aquí y se me pegó de inmediato.

Sonrío demasiado contento. Lo dejé estar y fui a ver la cafetera que ya estaba lista.

— ¿Sin azúcar?

— ¿Aún lo recuerdas?

Me acerqué con su taza de café y un jugo para mí. Sus ojos celestes se veían soñadores, y la sonrisa era la de un ganador. Me gustaba verlo así feliz, pero me daba un poco de pesar el saber que eso se debía a que pensaba que podría intentarlo.

— ¿Qué sabes?

Zanjé el tema nuestro, y fui directo al asunto de prioridad. Dio un sorbo a su taza, añadiendo suspenso, él puede que no se haya dado cuenta que tenía los nervios crispados por su tardanza. No faltaría mucho para que alguno de los hermanos bajará y ya no podríamos hablar hasta tener un momento a solas.

— Mijhail y su hijo están dando recompensa por tí. — Hablo bajo y se puso totalmente serio — Esto es una cacería.

Jadeé y me cubrí el rostro con las manos. Esto no podía estar pasando. No podía ser real, no justo ahora que estaba probando lo que era la libertad.

— No puede ser...

Alec quitó las manos de mi rostro y secó las lágrimas que caían libremente, ni siquiera me interesaba ocultarlo.

Tenía miedo, sentía impotencia y estaba cabreada.

¿Por qué simplemente no me dejaban libre?

¿Por qué no seguían con su vida sin querer interrumpir la mía?

— Tranquila, ellos no saben que estás aquí. — Aclaró frotando mi brazo — Si saben que alguien te ayudó a salir de Rusia, pero no tienen idea que fui yo o que estas en America.

Me pasé el dorso de la mano por los ojos, inútilmente porque las lágrimas fueron reemplazadas por unas nuevas. No quería volver a Rusia, no quería dejar el trabajo, no quería dejar de ver a los hermanos, ni de bromear con Sasha y Jasper...

No quería que los vecinos dejaran de saludarme en la calle, ni de explorar todas las cosas sexuales que aprendía en el bar. No quería dejar de usar prendas de verano, ni de caminar por la playa.

La Reina de los SaxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora