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Alexander

— Te juro que estoy bien, preciosa. Solo fue un tirón.

Ekaterina frunció las rubias cejas, no creyendo ni una sola palabra de lo que decía. Puso los brazos en jarra y se veía de lo más tierna queriendo ser intimidante con un hombre que pesaba el doble que ella y le sacaba dos cabezas de altura.

— Tienes que hacer el reposo que te indicaron.

— ¿O que?

Le tiré un desafío, y como siempre, ella lo aceptó. Sonrió de lado, maliciosamente y pensé que tendría que dejar de juntarse con Neo. Se le estaban pegando sus malos hábitos.

Se dio media vuelta y alzó la falda de su vestido celeste cielo, hasta mostrarme sus nalgas carnosas y el exitante hecho de que no llevará bragas.

— ¿Te gusta este trasero? — Gruñí una respuesta afirmativa. Ella se volvió en mi dirección y bajó la tela hasta acomodarla en su lugar — No volverás a acercarte hasta que no cumplas con el reposo que te mandaron a hacer.

Era mi turno de fruncir el ceño, no me gustaba ni un poco que me negará ese culo tan tentador.

— No me puedes alejar de tu culito, no eres quien domina.

— Cuando se trata de tu salud, si lo soy. — Su respuesta fue firme y en sus ojos brillaba la determinación.

Entonces no me quedaba más remedio que tumbarme como un vegetal en la cama si quería volver a tener relaciones sexuales con mi mujer. Una esposa aún no oficial, por pedido suyo.

Alcé ambas manos y me dirigí con pesar hasta la cama grande de mi habitación. Ella me había interceptado cuando salía de la ducha, dispuesto a escaparme a la oficina del bar.

— Dejame ayudarte.

Me senté en la cama y ella se acercó para quitarme los zapatos y los calcetines. Para un dominante como yo era una dicha ver a su sumisa haciendo pequeñas cosas para complacer. No quería que se arrodillara ante mí, pero verla así era todo un placer.

— No puedes tirarte de rodillas y pretender que no se me pondrá dura.

Y para confirmarlo, me sujete el bulto sobre los pantalones. Ella observó como se me engrosaba el pene, jadeando con anticipación. Se puso de pie y volvió a sonreír maliciosamente antes de empujarme por el pecho para que me acostara en la cama.

— Si me ayudas a terminar mi trabajo, te daré una recompensa.

Ekaterina era una sumisa por naturaleza, pero en estas pequeñas ocasiones le gustaba jugar a que llevaba el control.

— ¿Sabes que te ganaste un castigo por lo que acabas de decir?

Me acomodé contra el cabecero de la cama, pasando los brazos detrás de la cabeza mientras la veía gatear hasta sentarse a mi lado en la cama.

— Sí, señor. Lo estoy deseando. — Se agacho para sacar el portátil que descansaba en la mesita de luz — Pero antes, debemos terminar con esto.

Suspiré cansado de todo eso de su proyecto, aunque tenía que admitir que era una genialidad lo que ella pudo hacer en tan poco tiempo.

— Está bien, te ayudaré. — Toqué la punta de su nariz y ella rió suavemente — Pero ya tienes muchos castigos acumulados. Aún me debes lo de la boda.

Sonrío ampliamente, queriendo escapar de todas esas nalgadas que ya tenía pendiente. Quizás no lo dijera en voz alta, pero cuando sonreía de esa manera, podía perderme y hacer lo que quisiera conmigo.

La Reina de los SaxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora