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"La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella."

- Oscar Wilde


Neo

Habían sido los tres días más jodidamente tensos de mi vida.

Desde que llegó el estúpido rubio que creía tener a Ekaterina bajo sus pies, no habíamos hecho nada más que vigilarlo. Todos tratábamos de mantenerla ocupada, que no estuviera sola con él, pero se hacía difícil y estresante porque esa gran rata rusa parecía saber cuando ella estaba libre e intentaba acercarse.

Gruñí molesto, cerrando los ojos por el puto martilleo que sentía en la cabeza. Esto de pensar como un condenado definitivamente no era lo mío, por eso se lo dejaba a Alexander.

Alexander, el hermano al que casi le doy fin con mis propias manos...

Aún lo veía con vergüenza, por más que ya me hubiese perdonado, no podía quitarme de la mente sus malditos ojos, sabiendo que iba a morir. Lo único que pudo impedirlo, fue el contacto con esa luz blanca que significaba Ekaterina Petrov.

Algo dentro mío me decía que estaba siendo sumamente tóxico, que ella no debería ser la persona que mantenga a raya al monstruo dentro mío. Pero había sido ella, y nadie más.

Ni la mirada resignada de Alex, ni las súplicas de pánico de Bastian.

Solo ella.

— Terminamos por hoy, señor Sax. — Anuncio la psiquiatra

Estábamos en la pulcra oficina de la loquera que me atendía desde que solicité el turno ayer. Tomé la decisión porque sentí que llegaba al punto de quiebre. Le había hecho daño a mi hermano y casi alejó a la mujer de mi vida.

— Gracias, doctora. Nos vemos la semana que viene.

No podía esperar para salir ahí. Abrí la puerta y la vi sentada, esperándome. Ekaterina reparó en mi presencia y sonrió al verme. Me encantaba cuando su rostro se iluminaba en la presencia de alguno de nosotros, quizás mi placer culposo era ver su brillante sonrisa solo por y para mí.

Tenía el cabello recogido en una trenza y un delgado vestido amarillo que abrazaba su cuerpo deliciosamente. Se puso de pie y se acercó a mí cuando cerré la puerta detrás mío.

Tomé su mano, apreciando lo suave y pequeña que era en comparación de mi piel tosca. Comenzamos a caminar hasta la salida del consultorio, siendo una total maravilla que encontráramos un turno disponible en la única psiquiatra que teníamos cerca de Masium. A solo cuarenta minutos en auto y a las afueras del pueblo, era casi imposible pero todo se había dado como para que inicie mi tratamiento.

— ¿Cómo te fue?

— Como que ya no tengo ganas de matar.

El rostro me tiraba una sonrisa cuando ella río. Escucharla siempre era hermoso, ella era tan fresca y dedicada que no me sorprendía lo rápido que habíamos caído ante sus pequeños pies.

— De verdad, tonto...— Siguió riéndose — ¿Como te fue?

— Creo que bien, al menos ya sé que debo venir una vez por semana y hacer una sesión por videoconferencia.

— Eso es grandioso.

Llegamos al auto y ella entró del lado del copiloto. Se sentía tan natural, como si ese fuera su lugar asignado en todos lados.

La Reina de los SaxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora