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Ekaterina

— ¡Te hice una pregunta!

— ¡No le vuelvas a gritar, cabrón!

Todo fue muy rápido, demasiado confuso. En un momento estaba riendo con ellos, besando a Bastián y disfrutando de las caricias de Alexander, y al siguiente minuto veo a Alec gritándome en la sala.

Me daba vueltas la cabeza, no entendía qué hacía Alec aquí, cuando tendría que estar en Rusia o en cualquier otra parte del mundo que no fuera exactamente el interior de la casa de mis novios.

Con las piernas temblorosas me puse de pie, quitando los brazos de Alex de mi cintura. Los hermanos lo observaban tensos, listos para saltar sobre el gran hombre ruso que había irrumpido en nuestro pequeño paraíso.

— ¿Qué haces aquí, Alec?

Solo pude dar dos pasos, tenía las piernas hecha gelatina pura. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, sintiendo el frío instalado en mi piel. Neo estaba demasiado cerca de él, con una postura digna de un depredador frente a su presa.

— Vine a darte noticias de tus padres. — Murmuró con el ceño fruncido — Pero la sorpresa me la llevo yo.

Observé un segundo a los chicos, con la mirada suplicante para que accedieran a mi petición.

— ¿Podrían dejarnos un momento a solas?

Alexander fue el primero en negar, ocultando la cara divertida que tenía hace solo unos instantes. Se puso de pie, colocándose detrás de mí, dándome el confort que necesitaba para afrontar esta situación.

— No vamos a dejarte, preciosa.

— ¿Preciosa? — Gruño bestialmente — ¿Por qué el hermano del tipo con el que te enrolas te llama preciosa?

Alcé las manos en señal de paz, aunque no sabía bien a quien había que calmar primero. Lo único que rogaba, es que esto no descontrolara a Neo, porque no estaba segura de poder frenarlo.

— Por favor, es solo un minuto.

Observé como los tres se debatían entre dejarme con Alec o no. Compartieron una mirada entre ellos, usando esa rara manera de comunicarse de hermanos y fue Alexander quien suspiró y asintió con molestia.

— Estaremos en la cocina, solo tienes que llamarnos.

Alexander tomó el hombro de Neo, presionándolo un poco para que accediera. Renuentes los tres, caminaron despacio hasta la cocina. Antes de atravesar la puerta, Neo le hizo una señal a Alec con los dedos, algo como señalarse sus propios ojos y apuntarlo.

"Te estoy vigilando".

Suspiré pesadamente, siendo consciente que en la sala solo nos encontrábamos Alec y yo. Señalé los sillones que estaban uno frente al otro, indicándole que tomé asiento.

— Siéntate por favor, Alec.

Negó con furia, alborotando sus cabellos dorados. Tenía los puños apretados y respiraba ruidosamente por la nariz. Todo su lenguaje corporal era el de un hombre enojado que se contenía.

— No volveré a preguntarlo, Ekaterina. — Dijo con voz oscura y grave — Quiero respuestas.

Me senté en uno de los sillones y pasé ambas manos por mi cabeza, buscando la manera de acomodar las cosas.

— No sé qué es lo que debo explicar, Alec. — Lo observé dar unos pasos en mi dirección — ¿A que viniste?

Acortó la distancia entre nosotros, desplomándose frente a mí de rodillas. Aún arrodillado estaba por encima de mi cabeza, acomodando su gran cuerpo frente a mí en el suelo. Tomó mis manos entre las suyas, mirándome con absoluto dolor con sus ojos azules.

La Reina de los SaxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora