SINOPSIS

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Un penetrante y fuerte pitido explotó en mi pabellón auditivo deslizándose por mis terminaciones nerviosas hasta desembocar en mi cerebro y provocar una reacción en cadena dentro de mi cabeza.

Gemí débilmente, mis manos aferraron el borde del edredón fucsia de plumas, intentando tapar mi cabeza y sofocar aquel ruido del demonio.

Las nieblas del sueño se disiparon dejando paso al gran cansancio que sufría a primeras horas de la mañana.

«¿Cansada?¿De qué?¿De dormir?»

Bufé y lancé lejos las sábanas. Una brisa tibia abrazó mi pequeño cuerpo, me incorporé con lentitud, aún con los ojos medio cerrados por las legañas y el cabello claro enredado en mi nuca.

-¿Cielo?¿Estás despierta? -La voz de mi padre se escuchó a lo lejos, al otro lado de la puerta.

Solté un suave gruñido afirmativo.

-¿Cielo? -Abrió la puerta de mi cuarto.Un par de rayos de luz iluminaron la semipenumbra de mi cuarto.-¡Buenos días!

-¡Buenos días! -Saludé con una educada sonrisa.

Mi padre pasó una mano por su jersey gris de cuello alto . Sus rizos pelirrojos caían de forma descuidada sobre su frente, denotando que acababa de despertarse y aún había tenido tiempo de asearse. 

-Jackson ya ha echo el desayuno; deberías bajar, ya sabes que es muy dramático. - Comentó con una gran sonrisa tirando de la comisura de sus labios hacia arriba.

«Lo habrás heredado de él»

Puse los ojos en blanco.

- Claro papi, no te preocupes - le tranquilicé saltando de la cama.

La piel desnuda de mis descalzos pies rozó el helado suelo de madera y pegué un leve brinco ahogando sin éxito la exclamación ridícula que escapó de mis dormidos labios.

-Gracias tesoro, yo me tengo que saltar el desayuno, sé buena. - Depositó un cariñoso beso en mi mejilla. -¡Portate bien!

De forma pesarosa arrastré mis pies por el cuarto, llegando hasta el escritorio. Agarré el mando que controlaba las persianas gris pálido de mi habitación y apreté el pequeño botón azul que ordenaba al ordenador subirlas. Contemplé, aún medio dormida, como subían con un suave chirrido.

Los cálidos rayos solares impactaron en mi rostro, achiné los ojos y giré sobre mis talones con rapidez.

Me deshice de mi pijama azulado de Mafalda, que dejé bien doblado y guardado bajo la almohada de plumas, correcta para la salud de mi cuello.

Lo sé,lo sé.

Persianas automáticas, almohadas de plumas...

¡Mis padres tienen dinero! Al parecer era famosa gracias a ellos, aunque no de la forma que cualquier adolescente quisiese.

Tiré entre mis dedos de las puntas más rubias de mi cabello y del mechón de un colorido rosa que surcaba mi melena y caía sobre mi rostro, perteneciente al rebelde flequillo que ocultaba mi frente.

Pasé un grueso jersey negro de cuello alto por mi cabeza, electrificando mi cabello. No me preocupaba demasiado mi aspecto, así que cogí los primeros vaqueros grises que encontré y me los subí por la pálida piel de mis piernas.

Aún con mis deshilachados calcetines de unicornios troté escaleras abajo con la mochila blanca golpeando mi espalda, haciendo notar los gordos tomos de sabiduría que me tocaba estudiar este gris día de invierno.

-¡Buenos días, papu! - Saludé risueña al entrar en la cocina.

Mi segundo padre se giró, dejando su quehacer culinario apartado durante un momento y dedicándome una gran sonrisa.

-¡Annie, tesoro!¡Qué guapa estás! - Extendió sus fuertes brazos invitándome a abrazarlo. Sonreí y no tardé a correr a ellos.

Me separé despacio apartando los mechones castaños de mis ojos con un fuerte resoplido.

-¿Qué has hecho hoy para desayunar, papu?- Pregunté de forma curiosa olfateando el aire al tiempo que tomaba asiento en uno de los taburetes de la cocina.

Mi padre se rascó la nuca, girando sobre sus grandes pies y agarrando un plato de porcelana y depositandolo frente a mí.

-¡Tortitas!

(...)

La puerta se cerró con un chasquido a mi espalda. El viento helado lanzó mi cabello sobre mi rostro y enrojeció mis mejillas. Suspirando subí la cremallera de mi abrigo verde hasta la barbilla y salté los primeros escalones de piedra que conducían al caminillo que serpenteaba en el azulado césped hasta la acera.

La puerta de la casa contigua a la mía se abrió justo cuando me encontraba a diez metros de ella. Redirigí mis ojos azules hacia allí.

Un chico salió de la vivienda.

«¡Oh my God! »

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Mis dos padres, dos madres y mi estúpido vecino de al lado.#Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora