CAPÍTULO VEINTINUVE "Imán de balones"

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CAPÍTULO VEINTINUEVE. Imán de balones.

Tenía miedo. Mucho miedo. Avancé lateralmente posando mis zapatillas negras de deporte en la línea desdibujada de los límites del campo con temor. El profesor me había dado la peor noticia del día. Jugaríamos al fútbol y el que ganase subiría un punto en su nota media.

¡Cómo si necesitará alimentar más el fuego de la competitividad!

Mi equipo era el perdedor y no estaba en facultades de contestar el resultado. Era demasiado torpe de hecho como para atreverme a entrar en primera línea de fuego.

—¡Smith! ¡Muevete! —La estridente voz del funcionario me hizo pegar un brinco.

Alcé la cabeza para ver su ceño fruncido y como su dedo golpeaba en la carpeta donde estaban nuestros nombres. Gemí por lo bajo.

Si quería aprobar debía moverme.

Mis deportivas golpearon en duro suelo rojo que constituía el campo de fútbol del instituto en dirección a la portería que ocupaba mi equipo.

La chica pelirroja que se encontraba como guarda metas me fulminó con la mirada.

—¡Annabeth! ¿Quieres hacer el favor de moverte? — Siseó señalando a mi espalda.

Giré con temor. El equipo contrario se acercaba inexorablemente hacia nosotras. Supongo que debería hacer aunque sea un mínimo intento de quitarles el balón.

Tal vez incluso funcionaría.

«Sigue soñando. »

Puse los ojos en blanco mientras mi cerebro ordenaba a mis músculos a ponerse en funcionamiento y mi cuerpo se desplazaba al medio campo. Jake que jugaba en mi bando me lanzó una mirada aterrada.

Me limité a encogerme de hombros.

Como apuntó mi conciencia ningún esfuerzo labró un resultado a nuestro favor y terminé enredándome con mis propios pies y saliendo disparada al lado contrario del balón. Golpeé la valla con los dientes apretados sintiendo la rabia hervir en mis venas.

¡Ser tan torpe bajaba mi media!

—¡Annie!¿Estás bien?

Asentí a Jake controlando mi respiración.

—Sí.

Me impulsé fuera lejos de la valla. Jake me sujetó por los hombros cariñosamente para llamar mi atención. Fruncí los labios al tiempo que mis cejas se alzaban hasta ocultarse bajo mi sudado flequillo.

—Mantente lo más alejada de ese balón Ann. Eres un imán de balones.

—¡Pero tengo que aprobar! —Solté frustrada.

Sabía de sobra que los balones se sentían magnéticamente atraídos hacia mi persona. No podía hacer nada para evitarlo, solo agacharme a tiempo.

—¡Ten cuidado! — Recordó mirando por encima de su hombro. El profesor nos miraba con los brazos cruzados. —¡Mucho cuidado!

Mi mejor amigo corrió para incorporarse de nuevo a la jugada. Palmeé mis mejillas cogiendo ánimos de donde no quedaban y avancé de nuevo por el campo.

Con mis temblorosos dedos reforcé la coleta que ataba mis cabellos rubios con desorden al tiempo que seguía con mis lentos pasos arrastrándose por el suelo rojo.

Además nuestro instituto no disponía de un campo de césped aunque fuera artificial. No . Nosotros teníamos una dura superficie que desteñía si lo rozabas.

Estaba perdida en mis pensamientos de como hacer que todo el equipo contrario milagrosamente se encontraban con los cordones de sus zapatillas atados cuando sucedió lo inevitable.

Mi cuerpo vibraba atrayendo esferas sobrehinchadas.

—¡ANNIE!

Mi estúpida reacción fue virar mi rostro en dirección a la voz de mi amigo moldeando mi nombre. Mis ojos se abrieron al ver como el proyectil se acercaba. Demasiado tarde para reaccionar solo pude soltar una maldición a los duendes antes de que se estrellase contra mi sien.

Un agudo dolor creció en mi cabeza bombardeando a mi cerebro que aturdido perdió el sentido del equilibrio.

Sin saber como me vi tendida con la espalda apoyada en el suelo rojo, probablemente mi camiseta blanca no lo volvería a ser. Apreté los labios al tiempo que mantenía el dolor a raya pero demasiado alterado se vio mi organismo que cogió el camino más rápido. Perder la consciencia.

(...)

Un duende de pequeña estatura y muy mala leche sujetaba un taladro a ambos lados de mi cabeza y hacía funcionar el torturador aparato extendiendo oleadas de dolor que rebotaban en mi cráneo.

Abrí lentamente los ojos cegándome por unos instantes con la pálida y artificial luz cuya fuente era un sencillo alógeno en el techo.

Me alcé sobre los codos levemente para echar un vistazo a mi alrededor. Mis ojos azules vagaron por la sala haciendo funcionar mi cerebro que se centraba en ordenar la escasa información que tenía para atar los cabos necesarios tejiendo alguna idea sólida.

Sólo llegué a una conclusión.

Estaba en la enfermería del instituto.

Una sala que olía a humedad y cuyas paredes lacadas en blanco estaban forradas por material informativo y alguna que otra pintada.

Me senté procurando no ser demasiado brusca en mis movimientos para evitar mareos. A pesar de todo mi visión se ve momentáneamente plagada por relucientes puntos negros.

Cuando la sala volvió a ser nítida me di cuenta de un detalle que había obviado. No estaba sola.

No medí palabra únicamente extendí mis brazos.

Jake rodeó mi cuerpo con sus largos brazos al tiempo que los míos iban a su cuello. Mi peso se desplazó de la camilla donde estaba sentada para estar sujeto por mi amigo. Suspiré enterrando mi nariz en su cuello.

—Que sustos me das Annie. — Murmuró dejándome de nuevo sentada.

Pasé una mano por mi encrespado cabello rubio suspirando.

—No lo hago aposta Jake – Ladeé la cabeza – Los balones me aman demasiado.

Una sombra de sonrisa apareció entre la máscara de preocupación de Jake.

—Eres jodidamente atrayente para los balones.

Le saqué la lengua riendo.

Pasé la vista por mi ropa. Los pantalones del chándal negros que llevaba estaban arrugados y salpicados de polvo rojo mientras que mi camiseta estaba hecha literalmente y gráficamente hablado una mierda.

—Annie.

Levanté la barbilla hacia Jake interrogante.

—¿Sí?

Mi mejor amigo desvió la vista rascando su nuca. Achiné los ojos en su dirección a través de los mechones de mi flequillo analizando su reacción.

—La familia Smith-York está aquí. Al igual que la Thomas – Stuart. Al completo.

El corazón me dio un vuelco al tiempo que mi boca se desencajaba de la sorpresa.

—Mi...mi familia...los...los ¿cuatro?

Jake sonrió con pena.

—Los cinco, tu hermano también.

Justo en el momento que terminó de decir aquellas palabras la puerta a su espalda se abrió de golpe.

—¡Annie!

—¡Ann!

—¡Mi niña!

—¡Annabeth!

—¡Cielo!



































































Mis dos padres, dos madres y mi estúpido vecino de al lado.#Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora