CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES. Todo el tiempo que haga falta.
Enganché mis dedos en el borde de la cálida sudadera del chico. Todo el mundo parecía estar mirándome. Posaban descaradamente sus ojos sobre mí de forma que sentía que iba muriendo poco a poco por dentro. Apreté los labios para no gritarles que volvieran a sus patéticas vidas y dejasen de juzgarme con la mirada.
Sí, llevaba la sudadera de un chico. Y sí, este cargaba mi mochila conforme me arrastraba con sus dedos entrelazados sobre los míos.
Pero el caso es que me sentía tan bien por esos simples hechos que los bichos de mi vientre opacaban al resto de personas evitando así que comenzase a cargar contra ellas.
Por lo que al entrar en el aula prácticamente desierta debido que el corto lapso de cinco minutos se encontraba por la mitad tomé asiento tranquilamente en mi mesa.
Jake se sentó en su lugar, aunque girando el cuerpo hasta cruzar los brazos sobre el respaldo e inclinarse levemente hacia mi pupitre.
—¿Mejor? —Preguntó con un tono cálido tiñendo su voz.
Suspiré asintiendo despacio.
Estaba mejor. No podía negarlo. Jake había conseguido que un nefasto día poco a poco se encaminase.
—Bastante mejor — trabé mi labio entre mis dientes. — Gracias.
Él sonrió. Por el brillo de sus ojos supe que iba a añadir algo pero no tuve la oportunidad de presenciar aquellas palabras ya que el profesor irrumpió en el aula. Con rapidez mi amigo se sentó correctamente rompiendo el contacto visual que habíamos establecido.
No pude evitar sentirme un poco decepcionada. Apreté los labios y comencé a sacar los libros e mi húmeda mochila. Por suerte no se habían mojado únicamente se encontraban fríos.
Durante el resto de la clase me empeñé en prestar la mayor atención posible al funcionario que iba explicando la lección con aire aburrido. Procuraba apuntar aquellas palabra que chirriaban en mi cabeza para asegurarme de recordarlas. Fue entonces cuando tropecé con la arrugada lista que un día atrás había redactado. Por un segundo me quedé bloqueada mirándola preguntándome como diablos había terminado entre los apuntes de historia. La voz raspada y ronca del decano se evaporó de mis oídos siendo remplazada por el zumbido de la sangre e ellos y el alocado ritmo de mi órgano motor golpear mi garganta. Mis ojos quedaron prendidos en el nombre subrayado con una fuerte raya roja.
Inmediatamente arrugué el trozo de papel entre mis manos al tiempo que lo tiraba a los confines de mi mochila.
Lo creáis o no el resto de la jornada transcurrió sin ningún incidente. Sólo me atraganté con el café cuando Logan me relató en primera persona lo que la psicópata de Emma había intentando días atrás en la cafetería. Según entendí, le había faltado subirse en la barra para atacarle...hum...de una manera extraña.
Ese fue el motivo por lo que al resonar el metálico timbre que anunciaba el final de aquella horrible mañana lanzase mi ordenada mochila sobre mis hombros con una media sonrisa surgiendo de la comisura de mis labios.
Al ser lunes mi última clase consistía en cálculo avanzado. Clase de empollones a la que Jake no asistía debido a su mala relación con los números.
Por lo que sola salí del aula vistiendo ya únicamente mi sudadera negra. Notaba pequeños pinchazos en mi estómago que hacían que mi ritmo no fuese realmente rápido. Pero la naturaleza de forma machista había decido que yo sufriese aquel castigo mensualmente.
Con la suela de mis deportivas chirriando contra las sucias baldosas del centro recorrí los medio abandonados pasillos por lo que aún vagaban adolescentes ansiosos por terminar su encierro en aquella cárcel de cemento y estanterías.
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Mis dos padres, dos madres y mi estúpido vecino de al lado.#Wattys2015
Ficção AdolescenteMi nombre es Annabeth Gwendolyn Leslie Smith York Thomas, aunque podéis llamarme Ann. En mi vida no existe ningún grado de normalidad palpable. ¿Por qué? Comencemos con mi familia, tengo dos padres gays a los que amo más que al chocolate, dos madre...