051: JeongHan

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Maratón de especiales: Dulce, Amargo y Agridulce.
 

Dulce encantó: Jeonghan.

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¿El encantó de Jeonghan? Su dulce y tierna mirada.

¿El encantó de Hyejin? Sus dulces y tiernas caricias.

En una casa normal, como la de Hyejin, es común vivir en un ambiente armonioso y amoroso, en un ambiente cálido dónde todas las flores florecen y dónde el sol es capaz de alumbrar hasta el rincón más oscuro. En un hogar como el de Hyejin es muy común ser recibido con amor, es común sentirse cómodo al rededor, es común disfrutar del ambiente y sobre todo es común disfrutar de las caricias de Hyejin.

Por eso la casa de Hyejin siempre estaba llena de criaturas hermosas. Porque era el lugar indicado para llegar y buscar un poco de amor.

La mañana se asomaba con alegría, el sol brillaba y el cielo azul con nubes blancas aclaraban la vista a lo alto de la colina. Los pájaros entonaban una melodía preciosa mientras viajaban de copa a copa hasta alojarse en un enorme árbol de ceresos. El viento ondeaba las hojas de todos los árboles, los pétalos de las flores, el césped verdoso y el fino pelo negro de una dulce chica, quien tarareaba al compaz del cantar de las aves con una fina y dulce voz, atrayendo la atención y consiguiendo el amor de pequeñas criaturas que se escondían detrás del tronco de un árbol con distintivos colores celestes.

Hyejin tomó un sorbo de su té, acomodó sus manos sobre su regazo y permitió que la suave brisa ondeara con delicadeza su falda y su blusa de color blanco puro, haciendo un hermoso contraste con el color negro de su suave y brillante melena.

Para Hyejin, presenciar el salir del sol era la cosa más hermosa que sus ojos podían ver todos los días, la sensación más armoniosa que se acobijaba en su corazón. Una tranquilidad inigualable, una paz interminable.

La paz y la tranquilidad, fue aquello que enamoró el inmenso corazón de una linda criatura escondida detrás de un arbusto entre todo el césped, alejada del resto de las interminables criaturas en busca de un poco de atención por parte de la hermosa chica.

El tarareo de Hyejin se alzó de nuevo por los aires, su voz siendo un deleite para los finos oídos del mayor admirador.

—El día es hermoso. —Pronunció Hyejin, sus labios moviéndose a corde el viento se lo ordenaba. Lento y suave. —Estoy lista para recibirte, pequeño.

Agregó con una fina sonrisa, extendiendo los brazos al exterior, esperando que aquel "pequeño" tuviese la valentía de salir y aceptar todo el amor que Hyejin estaba dispuesta a brindarle.

Un minuto, nada paso. Dos minutos, una pequeña orejita se asomó por detrás del arbusto, dos orejitas lindas con pelaje blanco y con la fina piel rosada. Tres minutos, aquellas orejitas permanecieron alzadas, esperando lo suficiente, entendiendo que Hyejin lo esperaría el tiempo que fuera necesario, que velaria noches enteras esperando poder amarlo. Y gracias, por eso estaba allí, para que Hyejin lo amara y lo tratará como al resto.

Cuatro minutos, finalmente un pequeño cuerpecito salió del escondite y con toda velocidad se lanzó a los brazos blanquecinos de Hyejin.

La risa pacífica de la hermosa chica fue lo que recibió primero.

—¡Pero mira que belleza! —Expresó ella con alegría mientras tomaba con fuerza la pequeña bola de pelos. —Me alegra tenerte aquí, no sabes cuánto anhelé poder verte.

Era un pequeño conejito blanco con orejas lindas y alegres. ¡Hyejin amaba los conejos!

El conejito, con asombro, miró a la chica ¿lo estaba esperando? ¡Que felicidad!

—Tus ojos son hermosos, son tan azules como el cielo de hoy. —Hyejin besó con delicadeza al animal. Y con sus dos manos comenzó a repartir dulces caricias por todo el cuerpo del alegre conejito. —Eres tan blanco como aquella paz que se respira en el aire, tan dulce, tan encantador.

Hyejin estaba que rebotaba de alegría, aquella presencia que se aferraba a sus brazos, era una hermosa criatura, una parte escencial de lo que sería después de recibir tanto amor, un lindo conejo híbrido.

—¿Cómo debería llamarte? eres tan hermoso, no tengo idea del nombre perfecto para tí. ¿Será que puedo revisar tu candado? —La delicadeza en las manos de Hyejin durmió al pequeño conejo, lo lleno de amor y le arrebato las tristezas.

Con amor y suavidad Hyejin revisó el candado de color dorado que colgaba débilmente de la patita derecha y ahí leyó los números grabados: 1004.

—¿1004? Haz nacido en una fecha especial, pequeño. —Pronunció Hyejin besando de nuevo con dulzura todo su ser. —¿Debería llamarte Cheonsa? Eres tan dulce y tan encantador como un ángel.

¿Cheonsa? Era un nombre maravilloso. El pequeño conejito saltó de alegría, le encantaba ese nombre, Hyejin lo pudo entender de inmediato, porque el amor de su mirada pudo transmitirselo.

—Bien, de ahora en adelante, te llamaras Cheonsa. —Sonrió. —Y de ahora en adelante, me ocuparé en llenarte de amor. Es una promesa.

Todo fue como una sincronización de caricias y mimos. El amor se extendía por el aire hasta hacer florecer a aquellos pétalos cerrados. Hundiendo la tristeza y el dolor por debajo del suelo y de la tierra.

Cumpliendo la promesa.

El pequeño reloj de arena anunció que era momento de cambiar, habían dado las doce del día. Era el momento para que Cheonsa revelará su identidad ante los ojos de Hyejin, era momento de que Cheonsa permitiera que aquella chica llena de amor y pureza conociera a fondo su corazón.

Cheonsa saltó de los brazos armoniosos y en un santiamén aquel bello conejito perdió su pelaje blanco, sus orejas rosadas y en cambio apareció un cuerpo desnudo, una escultura perfecta y admirable.

Un lindo chico de ojos azules, mirada dulce y encantadora, melena rubia que caía de sus hombros ondeandose en su pecho y espalda, de rasgos finos... tal y como su nombre lo decía, un ángel.

—Mi hermoso Cheonsa. —Halago Hyejin, extendiendo una mano al cuerpo ajeno que aún yacia en el suelo.

Cheonsa aceptó lanzandose a los brazos que siempre lo recibían con amor, recibiendo más y más dulces caricias.

—Es hora de ir a dentro, quiero presentarte la casa. —Hyejin, con amor y toda la paz del mundo, alzó a Cheonsa, llevándolo a su pecho y abrazándolo con fuerza mientras se adentraban a la casa.

Cheonsa sería una parte de Hyejin ahora. Aunque después tendría que marcharse, pero en el tiempo que permaneciera junto a Hyejin, sería amado y lleno de caricias, sería el rey y ella la reyna, brillaría en amor y terminaría siendo inmensamente feliz.

Porque ese era el objetivo de todas las criaturas sin hogar, tener un poco de amor y atención.

Sabían que el amor se encontraba en los brazos de Hyejin.

El amor de Cheonsa, se encontraba en el corazón de Hyejin.

El amor de Hyejin se encontraba en el corazón de Cheonsa.

Todos podían ser amados, sin importar la raza.

Hyejin amaba hasta el más pequeño detalle.

Hyejin era el amor que todos buscaban.

Amor... Cheonsa lo necesitaba.

Jeonghan, ahora podía amar y ser amado. Gracias a Cheonsa.

𝘼𝙏𝙏𝘼𝐂𝐂𝐀: 𝙎𝙀𝙑𝘌𝘕𝙏𝙀𝘌𝘕 𝘐𝘔𝘈𝙂𝙄𝘕𝘈𝘚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora