078: Soonyoung

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El viento soplaba con una clara pereza, contorneando cada extremo de la naturaleza, con suavidad. El sol se escondía entre las nubes titubeantes de un tono grisaseo, como si lo que estuviera ahí abajo, en la tierra, fuera peligroso. Las aves entonaban un canto triste y doloroso mientras que el perro, cual nombre no conocía, descansaba en el sólido pasto de color verde, siendo cubierto por una manta la cual antes de llegar ahí era blanca, pero  ahora estaba pintada de un rojo carmesí.

El silencio era perpetuo, nadie alrededor se inmutaba en aclarar lo que había sucedido. Solo habían tres miradas encajadas en ese mundo, una que vagaba por los árboles a lo lejos y las otras dos que se miraban mutuamente, sin conocer el secreto en ellos mismos.

Su mirada era aquella que se encontraba perdida. Aquella que con interés y curiosidad observaba los árboles a lo lejos, esperando a que algo más pasará. Quizás algo que ocasionará el movimiento de la tierra, algo que fuera capaz de llenar su mente con preguntas y respuestas mediocres, la salida de algún depredador o la aparición de una fuerza sobrenatural, o el simple aleteo de una mariposa.

En cambio, lo único que recibió fue el sumbido de las copas que estaban en lo más alto, que eran acariciadas por el suave viento.

La longitud de los árboles le aclaraban algo que se había preguntado al abrir los ojos aquella mañana, cuando el cantar de un despertador retumbó en las cuatro paredes: ¿hay salida? fue lo que se cuestionó mirándose en el reflejo de la ventana, observando la pobre y poca naturaleza. Los troncos suspiraron en cuanto escucharon sus palabras y comenzaron a andar, llendose más lejos de él y de su tacto, respondiendo a su inútil pero inteligente pregunta.

"No, no hay salida".



—Observa ésto. —Dijeron, tocando su hombro con firmeza.

Escuchó la voz a sus espaldas. Su mirada se tambaleó en todo el extremo de la vegetación y luego de agradecerle enormemente a los árboles por su respuesta, triste aclaración y su permanente atención, giró dirigiéndose al dueño de aquellas palabras.

La mano ajena señaló el punto con su dedo índice, con insistencia y con seguridad. Como si lo que le estuviera invitando a observar fuera, en todos los sentidos y extensión de la palabra, una belleza en la naturaleza. ¿Qué era lo que quería que viera?

La persona que estaba frente a él retrocedió y sonrió sin mostrar sus dientes, luego desapareció de su vista adentrandose a la enorme casa, sin despedirse o hacer una reverencia.

Lo comprendía, ahí el único ajeno era él. 

En segundos el silencio se esfumó con el viento, el cielo se iluminó gracias al relámpago que había corrido ferozmente entre los aires.

Ahora solo eran él, el mayor y aquel inocente perro que yacia tirado en la hierva que ya no era más verde, sin vida.

Sus ojos oscuros miraron al animal con pena. ¿Qué le había sucedido? De repente un sonido desconocido los había hecho salir de la gran casa y en cuanto sus mentes captaron aquello indescriptible, se quedaron de pie allí, presenciando como el perro de raza alemana agonizaba despidiéndose de la vida. Presenciando como el mundo se escondía para no tener que seguir viendo el sufrimiento del animal.

¿Pero ellos? Ellos solo habían observado, le habían lanzado una manta blanca encima y se quedaron de pie mirando a la nada. Como si realmente no hubiera pasado nada.

𝘼𝙏𝙏𝘼𝐂𝐂𝐀: 𝙎𝙀𝙑𝘌𝘕𝙏𝙀𝘌𝘕 𝘐𝘔𝘈𝙂𝙄𝘕𝘈𝘚 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora