Susto

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Bajo la misma perdición de sus besos, la tomé de la cadera y ella entrelazó sus piernas en mi espalda, aferrándose de mi cuello y pegándome más a su cuerpo. Nuestros besos escalaron descomunalmente; la deseaba, en ese momento quería sentirme a plenitud, aun sabiendo de lo que estábamos haciendo no estaba del todo bien.

¿Por qué tiene que sentirse tan bien y tan mal a la vez? Acaricié sus muslos descubiertos y apreté su trasero firmemente en mis manos. El gemido que escapó de sus labios lo silencié con un beso más rudo y profundo. Sus besos me saben a miel, sus labios son demasiado adictivos. La humedad de su lengua jugando con la mía me tiene al borde del abismo.

—Creí que hablaríamos, Sr. Keith.

Me pone cuando me dice Sr. Keith. Su voz no puede sonar más erótica y dulce.

—Lo haremos en otro momento — descendí mis besos por su cuello y ella acarició mi cabello.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión? Pensé que no lo querías, es más, pensaba en que me echarías de tu casa una vez viniera.

Levanté la cabeza y la miré a los ojos con la poca luz que había en la habitación. Sus brillantes ojos terminaron por explotar las ganas que había retenido por tanto tiempo en mi interior. Sus labios estaban medio abiertos, tomando aire con pesadez al igual que lo hacía yo. En ese momento las palabras no salieron de mi boca, pues para ser completamente honesto, no sé qué es lo quiero, pero lo que ella me hace sentir es como si le inyectara vida a mi alma y a mi cuerpo.

Tomé su rostro entre mi mano y la besé mucho más pausado. La tensión de su cuerpo se fue relajando entre mis brazos y me correspondió de vuelta. Sus labios siguieron el ritmo de los míos y nos besamos como si fuera la primera vez.

Había olvidado en dónde me encontraba, incluso no pensé en nada cuando empecé a quitar su diminuto pijama. Ella también se olvidó de pensar y se dejó llevar por el mismo deseo que nos gobierna. Fue quitando botón por botón de mi camisa mientras la llevé hacia la cama y la deposité con suma delicadeza en ella.

Sonreí, me sentía muy bien en aquella burbuja. Todo pareció esfumarse a mi alrededor. Teniéndola semidesnuda en media de la cama, besé sus piernas, sus muslos, su vientre hasta llegar a sus senos y tomarlo entre mis manos y masajearlos suavemente. Sus finos gemidos eran música para mis oídos, y vida para mi corazón. Quería contemplar su desnudez con plena libertad y marcar mis labios en la suavidad de su piel.

Pero entonces todo explotó a nuestro alrededor y nos hizo caer en cuenta en el lugar en el que estábamos. La realidad nos regresó de golpe; cruel y ruda.

—¡Melanie! ¡Melanie! — escuchamos a Katie gritar desde fuera y nos levantamos de la cama más rápido que ligero—. ¡Negro, blanco! ¡Ah, Melanie!

—Maldición — dijimos al unísono.

Melanie se puso el pijama de nuevo y peinó su cabello como pudo con sus manos. La vi acercarse a la puerta para salir, pero la detuve antes y me miró entre asustada y perpleja. Con el pecho subiendo y bajando con rapidez.

—Tenemos una conversación pendiente, no lo olvides — dejé un suave beso sobre sus labios, y sonrió.

—Nunca se me olvidaría, Sr, Keith — abrió la puerta y sacó la cabeza por ella—. Hasta mañana — dijo antes de salir y dejarme solo en la oscuridad de mi habitación.

—Hasta mañana — murmuré, recostándome de la puerta y soltando un suspiro extraño.

Al no escuchar ningún tipo de ruido, encendí la luz de mi habitación y tomé entre mis manos la fotografía de Elena. Mi corazón se sentía loco, pero mi razón se sentía mal. Pensé de nuevo en todo lo que acababa de pasar; y, por una parte, me sentí muy bien; vivo, ni siquiera me detuvo el hecho de que esta fue la cama que por tantos años compartí con mi esposa y que acabo de irrespetar con otra mujer. Por otro lado, ahora es cuando las culpas me golpean con fuerza. Me dejé llevar de nuevo, ahora es que me doy cuenta el error que cometí.

No sé lo que estoy haciendo, ni siquiera sé a dónde me llevará ese supuesto deseo que Melanie despertó en mí. ¿A tanto me ha hecho llegar en poco tiempo? Me desconozco por completo, este hombre impulsivo no soy yo.

—¿Estoy haciéndolo bien? — le pregunté a Elena, acariciando con la yema de mis dedos su rostro y, con una extraña punzada de algo que no supe interpretar en mi pecho—. ¿O estoy fallándote?

«Prométeme que te darás la oportunidad de conocer, tal vez a la mujer que te vaya a acompañar hasta la muerte. Prométeme ser feliz, mi amor; porque si tú lo eres, yo desde donde quiere que me encuentre lo seré por ti, y entonces habrá valido la pena todo este sacrificio». Sus palabras llegaron a mi mente como una ola, una detrás de la otra me hizo sentir algo que no fue culpa ni arrepentimiento. Simplemente sentí que no estaba fallando a su memoria.

Pasión Secreta[En Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora