Arrepentimiento

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—Hombre, que no has hecho nada malo. No te sientas culpable por vivir — Gabriel no dejaba de hablar mientras preparaba café bien cargado para bajar la resaca que los dos presentábamos—. Eres un hombre libre, Keith.

—No, no lo soy. Mientras mi esposa siga estando presente en mi corazón y mi mente, ella seguirá siendo la única dueña de mi vida — me dejé caer de espaldas en el sofá de mi casa, sintiéndome el peor de los hombres—. Le fallé.

Él suspiró.

—Ella ya no está y, aunque suene horrible de mi parte, ella no va a volver. Debes comprender que tienes derecho de vivir y ser feliz. No le has fallado a nadie.

Me negaba a sus palabras, aunque en el fondo le daba un poco de razón. Pero mi deber y mi promesa en el altar aún seguía intacta. Lo que menos quería, era que Elena sitiera que la había remplazado de la noche a la mañana.

—Elena donde quiera que se encuentre, quiere verte feliz; ella misma la dejó en claro antes de morir. Ella no quiere verte solo, mucho menos alejado del mundo y hundido en ese dolor en el cual llevas años— sirvió el café en dos tazas—. Yo sí me siento feliz, has dado un gran paso. Verte como te lastimas cada día, eso sí no lo soporto ver

—Me arrepiento de lo que pasó, no debí beber tanto como lo hice; es más, no debí ir a ese lugar contigo.

—¿Cuál es tu miedo, Keith? Estás en todo el derecho de rehacer tu vida con la mujer que sea. Han pasado cinco años, ya le has guardado suficiente luto a Elena. Te lo repito, mereces una compañera a tu lado. Ser feliz. Vivir. Comenzar de cero un nuevo camino. Quitarte esa barba de años y empezar a soltar ese dolor que te está matando poco a poco. Si no la sueltas, no serás feliz nunca, y eso es lo que ni Elena, ni tu hija ni yo queremos para tu futuro.

—Tú no entiendes, porque nunca has amado, Gabriel — cerré los ojos con fuerza—. Tú no entiendes que no quiero a mi lado a ninguna otra mujer que no sea ella...

Permaneció unos segundos en silencio, mientras el nudo que se formaba en mi garganta no me permitía respirar. Sí, había entrado en pánico cuando cobré sentido al amanecer y caí en cuenta del error tan grande que había cometido en la noche.

—No, tal vez no entienda tu amor y tu dolor, pero debes entender que no habrá nada que la haga volver a ti. Ahora bien, si hubiera sido, al contrario, ¿tú no hubieras querido su felicidad, en lugar de verla muerta y sola en vida? — tomó asiento a mi lado, apoyando una mano en mi hombro—. Estás matándote tú solo con el recuerdo de ella...

Varios pasos fuertes y sonoros lo hicieron callar; Katie bajaba corriendo las escaleras, por lo que coloqué la máscara en mi rostro de nuevo para que mi hija no viera el estado en el que me encontraba.

—¿Ustedes dos dónde estaban? —cruzó por la sala hacia la puerta principal.

—En una fiesta de cumpleaños — Gabriel se inventó, y ella rio al ver su disfraz.

—¿A dónde vas? — me levanté cuando llegó a la puerta.

—Solo es Mel — abrió la puerta, y se echó a reír—. ¿Tú también estabas en una fiesta de cumpleaños? ¿A dónde fuiste sin mí? Te ves fatal, pero muy sexy, no lo puedo negar. No sabía que podías ser tan atrevida.

—No es gracioso, Kat. Tengo un enorme problema, por no decir que anoche cometí el error de mi vida al tener sexo con un completo desconocido, pero...

—¡Hablemos en mi habitación, Mel! Ya entendí — Kat abrió la puerta de par en par, y el poco color que tenía en el rostro me bajó de golpe a los pies.

Me quedé helado tras verla, ella pareció reconocerme y vi como también su rostro perdía color. Aunque no llevara la máscara puesta, no hacía falta ser adivino para saber que era ella; Melanie, la mejor amiga de mi hija, el ángel negro que me llevó a su cielo, pero que me dejó caer de nuevo en el infierno de mi vida.

—El ángel negro ha venido a llevarte — susurró Gabriel a mi lado—. El mundo sí que es un pañuelo, ¿no?

—¿Te piensas quedar ahí? Sigue, necesito que me des una buena explicación, Melanie Brown — Kat se cruzó de brazos, aguantando las ganas de reír—. Es mejor hablar sin tener público, ¿no crees?

—Debo irme a casa, mi mamá debe estar muy preocupada.

—Ah, no, no te vas a ir de aquí hasta no decirme con quien pasaste la noche...

—¡No pasé la noche con nadie! — desvió la mirada por breves segundos hacia mí—. Debo irme, después te cuento todo. Lo prometo.

Y sin añadir más nada, dio media vuelta y se alejó rápidamente de la casa, bajo los gritos de Katie, quien se negaba a dejarla ir sin darle una explicación de su estado y nerviosismo.

Por mi parte, sentí que hasta el corazón dejó de latirme. No lo podía creer, entre tantas mujeres que había en el mundo, precisamente tuvo que ser Melanie con la que pasé una noche inolvidable. Ahora, ¿cómo se supone que la vea a la cara sin antes sentirme mal o culpable por lo que pasó? Al deducir su expresión, sé que también se sintió arrepentida por lo que sucedió entre nosotros.  

Pasión Secreta[En Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora