E P I F A N Í A ||Les Miserables (enjoltaire)

31. Izquierda

Emma sentía que no podía sentirse triste por la revelación de su vida.

Era cierto que se sentía traicionada por su madre, por sus amigos, por su jefe, por todos los que lo sabían. Era la peor sensación del mundo; tenía toda su confianza puesta en cada uno de ellos, y ellos le ocultaron una de las cosas más importantes sobre su persona. La vieron interactuar con él aquella vez, y no se atrevieron a decirle nada en absoluto. No estaba triste de que su padre no fuera su padre, de todas formas, él y ella nunca llegaron a conectar de ninguna forma. Quizá él sabía que Emma no era suya, y por eso nunca le prestó atención. No obstante, no creía que fuera el caso: su padre era simplemente un hombre distante emocionalmente.

Lo que más le dolía era Grantaire; él, que era como su hermano, no fue capaz de abrir la boca. Cierto que, si quisiéramos echarle algo en cara a ella, podríamos decir que sabía que Enjolras era homosexual y no se lo dijo a R, pero claro ¿no es eso un secreto de alguien más? Aquello era algo que afectaba directamente a la chica, y tenía todo el derecho de sentirse traicionada y decepcionada.

Quería echárselo en cara a su madre, pero no había manera ¿cómo se había enterado? No podía decirle que viajaba por el tiempo y que sabía que era una hija ilegítima del mayor director de cine que hubo en la España del siglo XX. Simplemente, parecía que le quedaba sumirse en su propia miseria.

Cuando llegó a casa, se metió en su habitación, se quitó el vestido y se acostó. Se le vino entonces a la cabeza lo que había pasado con Ferre, y por mucho que desease en ese momento arrancarles la cabeza a todos y cada uno de ellos, se echó a llorar. Maldijo a Buñuel, que había destrozado su noche. Combeferre y ella iban a tener un momento bastante esperado por ambos, y se disipó tan rápido como su felicidad en aquel instante.

Combeferre tenía ganas de matar a Buñuel por los mismos motivos; no solo no había acabado la noche como quería, sino que acababa de poner un muro de dimensiones descomunales entre él y ella. Grantaire estuvo a punto de besar al hombre con el que había soñado desde hacía tanto que parecía una vida entera, y Courfeyrac iba a terminar la noche por todo lo alto con una chica preciosa, cosa que por Buñuel tampoco ocurrió.

Los cuatro discutieron, mientras volvían a casa, todo lo que había pasado, y después de llegar a la conclusión de que eran terribles, y de que ocultar aquello de su amiga estuvo en efecto mal, consideraron al día siguiente matar al director de cine.

Cuando Grantaire llegó a casa, la puerta de Emma estaba cerrada con llave y no respondía a su voz cuando la llamaba; optó por irse a dormir y hablar con ella por la mañana; le haría su café, se disculparía, y admitiría que estuvo mal.

Courfeyrac y Enjolras no se atrevieron a preguntarle a Combeferre que había pasado entre ellos dos antes de que llegasen ellos a escena; parecía que si alguien le decía una palabra lo lanzaría contra la pared. Combeferre no solía enfadarse así, pero cuando lo hacía era mejor mantener una distancia prudente.

A la mañana siguiente no se topó con Emma mientras corría, como solía ser el caso; probablemente tomó otra ruta para no tener que encontrárselo, o no salió a correr. Combeferre se sentó un rato frente la Huerta de San Vicente, pensando en cómo iban a ser las cosas a partir de ese momento, no solo porque Emma había dicho muy claramente que no quería saber nada de ellos, sino porque ellos dos habían cruzado una línea. Ahora, Combeferre no sabía que pasaría, pero se temía en que aquello quedaría en el olvido, y Emma no querría saber nada de él. Sintió ganas de llorar.

Sintió una figura sentarse a su lado en el banco, y cuando echó una mirada rápida, se encontró con el perfil de Enjolras.

-Es una bonita casa. -comentó el líder. -entra mucha luz.