20. Pedro

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Algo tenía Combeferre que hacía a la gente contarle sus problemas; no sabía que era, pero siempre lo tuvo. Aquella confianza que desprendía residía en su carismática bondad al hablar, su calma y su sabiduría, que le hacían parecer capaz de resolver cualquier problema existente en el corazón de uno. En realidad, Combeferre era un tipo grande, y aunque sus gafas le daban un aspecto más afable, su rostro de por sí era serio, y de primeras imponía bastante.

Enjolras no recuerda que hubiese otra persona en el mundo a parte de Ferre a la que alguna vez le hubiera confesado sus inquietudes, y no veía necesario que eso cambiase (era por ello que se presentaba completamente reacio a la idea de una psicóloga). Le contó, sin preámbulos lo sucedido en esa noche, la conversación mantenida y todo lo que había leído.

Combeferre siempre fue la voz de su filosofía, y se preocupó de su estado anímico para después aconsejarle que contase al resto del grupo lo sucedido, puesto que probablemente lo encontraran importante. Enjolras aseguró que lo pensaría, pero de eso no era de lo que quería hablar. Estaban ya frente al lugar de la puerta, y no obstante se quedaron parados. Enjolras se encontraba muy mal, podía notarlo.

-Soy un cobarde -dijo sin mayor rodeo.

-Enj-

-No. -le cortó -Escúchame. No hago más que quejarme, encerrarme y alejarme. No soy capaz de seguir hacia delante, y eso me hace un cobarde, y una carga para vosotros. Estoy enfadado todo el tiempo, y me siento un inútil. Sin algo por lo que luchar, no soy nada. Quiero poder encontrar disfrute en la vida como veo que vosotros lo hacéis, pero no puedo, no después de ver las consecuencias de mis actos. Yo soy el último que debería estar aquí de pie, hablando contigo. Debería de ser Jehan, o Feuilly, Bahorel, Joly, o Bossuet, no yo. -se detuvo un momento, echó una profunda bocanada de aire. Posó los ojos en el cielo nublado y parpadeó un par de veces. Combeferre no dijo nada. – Y no -carraspeó. -No sé que hacer. Solo quiero dejar de ser una carga para vosotros. Y Grantaire. -Combeferre agudizó sus oídos. -No entiendo el porqué no puedo mirarle a la cara sin sentir asco, un asco profundo. Le desprecio más que nunca, cuando tendría que ser al contrario. Ferre, si supieras lo que hizo... Y yo no puedo... No puedo. Ojalá pudiera, ojalá pudiera decirle todo lo que pienso, pero es imposible. No sé que me pasa. Se supone que lo odiaba por borracho, por incordio, y ya no es ninguna de esas cosas. Soy una mala persona, he llegado a esa conclusión. Le odio, no sé por qué, pero así es. La única persona a la que odio más que a él es a mí mismo. Me gustaría que me diera una paliza, así tendría motivos para no querer verle. ¿No recuerdas lo que hice aquella misión de Picasso? Le tenté, y se emborrachó, cuando podría haber muerto. Nunca le pedí perdón. Pensé en hacerlo, pero nunca lo hice.

-Suficiente, Enjolras. -Combeferre puso una mano en el brazo de su amigo. -Ya es suficiente. Debes ir a hablar con la psicóloga, porque ella te va a dar las posibles respuestas que buscas a esos pensamientos.

-No necesito que una desconocida me diga nada de eso; te tengo a ti. -respondió, algo sorprendido de que esa fuera la respuesta.

-Yo no sé como ayudarte con esto, de verdad que no. Ese es el mejor consejo que te puedo dar. Tienes que aceptar que tú estas aquí, y nadie esta en tu lugar y no te puedes cambiar por nadie ya. Todo saldrá bien, si aceptas ese hecho, estoy seguro de que darás un gran paso. De verdad, habla con Pilar. Es muy buena, a mi me ha ayudado mucho, y estoy seguro de que a Courf también. Enjolras, como amigo mío que eres, te quiero mucho, y solo quiero lo mejor para ti. Creo que eso es lo mejor para ti. Necesitas ayuda, Enjolras.

Enjolras nunca había llegado a esa conclusión. Necesitaba ayuda, evidentemente lo hacía. ¿Por qué no la aceptaba entonces? No lo sabía, no podía saberlo, pero era cierto. Tal vez darse cuenta de ello era un gran paso. Cruzó la puerta sin una palabra más, y caminó por los pasillos del edificio sin un rumbo fijo. No se sentía en un lugar conocido, aunque sabía las direcciones a todas partes, no podía decir que ese sitio era familiar; no dejaba que nada de lo que veía en aquella ciudad se le hiciera familiar, porque eso significaría que sentía cierto lazo sentimental hacia ese sitio.

E P I F A N Í A   ||Les Miserables (enjoltaire)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora